Querido E.B.E.,

Después de leer tu reflexión sobre "El Opus Dei una tragedia de la fe", aunque la entiendo, me parece demasiado resignada; yo, por mi parte, la verdad es que me siento menos conformista, o mas bien me parece que el tema no tiene por qué estar agotado ni blindado.

Si bien es verdad que una canonización es todo un espaldarazo o aprobación por parte de la Iglesia, cómo decía un prestigioso canonista, catedrático en Salamanca, sacerdote, con el que tuve la suerte de compartir conversaciones amigas: cuando la Iglesia aprueba algo (una institución, o en éste caso una canonización) aprueba lo que de esa institución o canonización se define, pero no la utilización que se pueda hacer de ella.

Por sentido común, sin entrar en cuestiones teológicas ni canónicas que las hay, se me ocurre que si un matrimonio celebrado a bombo y platillo, entre personas publicas y de manera ostentosa, debidamente analizado por quien PUEDE Y DEBE hacerlo (a tenor de unos hechos...), cabe la posibilidad de que sea declarado nulo y es un sacramento, ¿por qué no se va a poder hacer lo mismo en el caso de una institución o de una canonización?.

De ahí la necesidad de apelar (la continuidad de los acontecimientos manda) a esa RESPONSABILIDAD de quienes tienen la misión, EL ENCARGO JERÁRQUICO de hacerlo. Es el tema de mi libro "Entresijos de un proceso" (edt. AKAL).

Y hacerlo no por rencor, ni revancha de ninguna clase, aunque muchos no quieran entenderlo, sino a costa del difícil trabajo de seguir en el empeño, compromiso de fe, ya que se trata de deber que no caduca. Ni va a caducar, porque aunque nosotros faltemos, en la Iglesia, como en tantas otras casas, ya vendrán otros...

En la Iglesia de la que hablamos no hay nada blindado, salvo la realidad de CRISTO como su cabeza y LA PALABRA o mensaje revelado; entendido de acuerdo con toda una constitución del Vaticano II, la Dei Verbum (una de las dos únicas que el Concilio define como dogmáticas). Medio y manera por excelencia (el los concilios) de velar por la autenticidad de la Palabra, por su fundamentación en el libro de los Hechos de los Apóstoles.

Un abrazo,

María Angustias Moreno