Ante todo dar las gracias a Ingenua y a Carmen Charo por su apoyo. Mi historia no es tan impactante, lo que sucede es que al comprimir una vida en cuatro líneas todo parece más dramático. Vamos que yo de héroe nada de nada.

Uno de los temas recurrentes en estas páginas es la explotación y el menosprecio de los miembros del opus por sus sirvientas (numerarias auxiliares, hermanitas pequeñas... llámeselas como se quiera).

Recuerdo que mi padre regresó de sus primeras convivencias escandalizado del trato que se les daba a las sirvientas, hasta el punto que fue un tema de conversación importante en casa, fué la primera decepción que experimentó con el opus, y le impactó bastante. No podía entender que se le hubiera llamado la atención por el simple hecho de dar las gracias a la persona que le sirvió en la mesa. Rechazaba absolutamente el trato denigrante –e ignorar la presencia de una persona lo es- que se les daba a estas chicas.

Pocos días después, vino a cenar un amigo suyo de la infancia -compañero de los jesuitas ¡vade retro!-, sacerdote del opus. Mi padre le explicaba la vergüenza que había sentido, y que era un tema que le hería profundamente ya que desde siempre se le había inculcado en su casa la consideración y el respeto que merecen todas las personas que trabajan para uno. Su amigo el doctor ¿todos los curas del opus son doctores? le contestó con un hábil ejercicio verbal de prestidigitación a los que son tan aficionados y dio la vuelta a los argumentos de mi padre... que no quedó nada convencido, claro.

Claro que quizá el raro fuese mi padre, rico miembro de una familia de industriales con unas ideas un tanto  “izquierdosas” para su época (tanto que durante la guerra tuvieron que exiliarse para salvarse de los anarquistas y después no pudieron volver, por “rojos” hasta unos meses después).

Agradecido