Una numeraria mayor que ahora ya descansa en paz me contó una vez lo siguiente:

“Hace muchos, muchísimos años, llegaron a México las primeras numerarias que iban a iniciar la labor en este país. El camino lo habían abierto nuestros hermanos y nos esperaba ya un selecto grupo de mujeres que nos recibió con gran cariño y se volcó con nosotras.

Una persona amiga había dejado a la Obra una hacienda llamada Montefalco, en el estado de Morelos, con la condición de que se realizara en ella una labor de ayuda y promoción de los campesinos de la zona; pronto iniciamos allí clases de cultura, economía doméstica, cocina, para las “inditas”. En Noticias (la revista interna) casi cada mes salía un artículo sobre Montefalco, o anécdotas de aquella gente sencilla y muy pobre.

Los edificios de la finca estaban en ruina y había que reconstruirlos, o sea que empezamos a pedir dinero a las supernumerarias y a las cooperadoras para este proyecto. La gente de México es muy buena y muy generosa, y el dinero afluyó en abundancia, cada mes conseguíamos unas cantidades muy importantes...

Pero ese dinero no se empleó en la reconstrucción de Montefalco, se enviaba íntegro a Roma para financiar las obras de la Casa Central del Opus Dei. Y esto fue así durante bastantes años. Yo, al principio, tenía remordimientos de conciencia porque me parecía que estábamos mintiendo a estas personas y traicionando su generosidad, pero acallaron mis escrúpulos diciendo que el Padre lo quería así y había que obedecerle.

Tardamos casi diez años en empezar las obras de Montefalco, cuando la Casa Central estuvo totalmente acabada”.

Me gustaría decir “y colorín, colorado, este cuento se ha acabado”, pero esto no es un cuento, es historia.

Anna Calzada