Anexo a un anecdotario (II).- Books
Fecha Friday, 11 July 2008
Tema 010. Testimonios


 ANEXO A UN ANECDOTARIO (II)

Books, 11 de julio de 2008

 

 

 Así fueron pasando los días, yo feliz con el giro que le había dado a mis narraciones en el diario:

 

Isabel se ha estado probando ropa. Quería meterse en la talla 40 - una falda que le han dado- y estaba horrorosa. Después lo ha intentado con una camiseta ¡qué pinta!. En fin que no se ha podido quedar con nada. Por la noche en la tertulia lo estuvimos recordando.

 

Llegó el día en que tenía que dejar el diario en dirección. Era sábado. Un grupo nos íbamos de excursión al campo. Cuando ya estábamos todas preparadas, con las neveras, mochilas, revistas, la radio...., se acerca a mí la subdirectora y me dice: “ven un momento a dirección”, con una cara de alpiste revenío, que me dio mala espina. No sé si allí se encontraba la directora sola, o estaba también la tercera de a bordo. La directora, jovencita ella, que vivía el espíritu con estreñimiento, me dice, con el diario en la mano: ¿qué es esto? ¿crees que lo que ahí cuentas es propio de un centro del opus dei? ¿dónde hablas del padre? ¿y el apostolado? No sé las de cosas que me dijo. Yo me vine abajo, se me hizo un nudo en la garganta. ¡con la ilusión que había puesto! ¡yo que pensaba que les iba a encantar! Pasé muy mal rato, se me quitaron las ganas de irme al campo, quería que me tragara la tierra.

Bueno, ni que decir tiene que fui dimitida del encargo del diario, aunque se quedaron con mi pluma, y hasta hoy...



(Después de irme del opus dei quise recuperar dos trajes de flamenca, míos, o mejor de mi hermana, pero fue imposible, nadie sabia nada a cerca de ellos).

 

Había gente que tenía una gran imaginación, y la utilizaba fundamentalmente para hacer la puñeta.

 

Administraba un centro en el que la directora, prepotente ella y con gran imaginación hizo uso de ésta y de su cinismo para cubrirse la espaldas.

Tenía a mi cargo una empleada de hogar, buena gente pero con pocas luces. Yo a veces anteponía la confianza que me daban las personas, a su eficacia.

La directora no dejaba de darme la lata: esta niña limpia fatal, es lenta en el comedor, está atontada...

Yo le decía que era encantadora, delicada, que ponía mucho interés en lo que hacía, en fin que había que darle un margen de confianza.

Ella no cedía y consiguió que esta empleada se fuera. Pero lo hizo de tal forma, le dio la vuelta a la tortilla de tal modo, que le hizo creer a la empleada que era yo la que había decidido que se fuera.

Yo no podía creérmelo. Me entraron ganas de subir a dirección y pegarle dos guantazos a la reina de la casa. ¡que cinismo y que inventiva!

 

Calculando por encima, debí escuchar en mis años en el opus, algo así como 1.100 círculos. ¡qué horror! ¡qué aburrimiento escuchar tantas veces las mismas cosas!

Lo peor era cuando la predicadora no ponía nada o casi nada de su parte. Se limitaba a leer fichas del fundador, del otro, del de más allá, las mismas frases hechas, los mismos ejemplos ¡tediosos!: “espíritu de servicio: ponerle agua a la de al lado en el comedor, llevar a la tertulia la bandeja del café, colocar la mesa de meditaciones...”; “pobreza: no tener nada como propio, no quejarse cuando falta lo necesario....”

A propósito de espíritu de servicio, me ha venido un recuerdo a la cabeza, de cuando hacía el semestre aquel antes de irte al centro de estudios. Dormíamos en habitaciones de diez o doce, y siempre había una que se “adelantaba” y “abría las camas de todas”, eso sí, sin que nadie la viera.  Alguien debió ponerlo de moda y con las mismas un buen día no sé si con notita o sin notita se nos comunicó que dejáramos de hacerlo...

 

Yo también me culpo, en esto de los círculos, pues debí aburrir lo mío durante algunos años. Pero esto se acabó cuando empecé a  echarle imaginación, le daba “mi aire”, utilizaba los libros que me daba la gana, y en fin creo que me esforzaba por hacerlos más normales, más humanos, más cálidos. Alguna vez me llamaron la atención, pero yo volvía a lo mismo, y además por lo bajini, alguna numeraria me decía, ¡qué bien que te toque darlo a ti!. Y es que no hay nada como usar la imaginación, claro está que para intentar hacer el bien.

 

Cuando hacía labores con el arcángel san gabriel, tuve la mala suerte de tener como subdirectora a una numeraria autoritaria, chula de pacotilla, que como todas las que eran así, se manifestaban de este modo ya que no valían un pimiento.

Nos encargaron a otra numeraria –buenísima gente– y a mí que organizáramos el plan de actividades de todo el curso.

Tanto ella como yo nos partimos la cabeza, la oreja por el uso del teléfono y las suelas de los zapatos, con tal de que aquello fuera asequible, entretenido, atractivo.

Una vez concluido el trabajo, lo dimos a la subdirectora para que lo revisara. Nos lo devolvió con una cara de mala leche increíble (por otra parte solía tenerla así casi siempre). Lo que habíamos organizado era todo muy profano, mundano incluso. “En un plan de actividades en el opus dei tienen que abundar las charlas de formación, las películas del fundador, círculos, retiros.....”

No dábamos crédito. Era un plan para señoras que conocían poco o nada aquel mundo. Habíamos conseguido gente para que diera clases de cocina, conferencias de temas de actualidad, charlas para madres que las ayudaran en la educación de sus hijos, visitas a museos, al ayuntamiento.

Yo me puse negra. Le rebatí todos sus argumentos, pero ella seguía insistiendo. Me cabreé tanto que le dije que el plan lo iba a rehacer su tía, porque al menos conmigo no contaba.

Y es que la imaginación no siempre se podía utilizar, aunque debiera utilizarse.

 

Había numerarias pelotas que para congraciarse con las directoras y ganar puntos, utilizaban en exceso la imaginación, llevándose por delante a quien hiciera falta, sin con ello conseguían sus objetivos.

Eran las numerarias espías, fisgonas, chismosas y sin nada interesante que hacer y se dedicaban a ver el mal de las otras. Y por supuesto tenían una gran imaginación. No se limitaban a hacer consultas, sino que juzgaban los motivos por los que las demás actuaban de aquella manera o de aquella otra. Desde luego lo más grave era que las directoras accedían y a ti te caían encima las gilipolleces que a tan estupendas personas se les habían pasado por sus calenturientos sesos.

 

En una ocasión uno de estos elementos me dijo: “arrastras los pies, eso es un síntoma de dejadez”. Chúpate esa. Llevaba un par de días bastante cansada, porque había trabajado por tres en una administración y si me “hubieran dejado” me habría acostado o tumbado en cualquier sofá que me encontrara. Pero claro, yo no tenía derecho a cansarme, yo era una “dejada” porque arrastré los pies dos días seguidos.

 

Si durante tres o cuatro días eras tú la que hablabas en la tertulia: “piensas demasiado en ti misma, no dejas que hablen las demás”. Y tu intención no era otra que intentar que la gente pasara un buen rato, en lugar de estar mirándonos unas a otras, y esperando a que cualquiera dijera que “había quedado con alguien para tomar café”.

 

Sí, y las directoras accedían porque ocurría que con frecuencia las chivatas y las directoras eran “uña y carne”.

 

Hubo una época en la que me dio por pintar, ahora también me gusta, pero prefiero leer y  tengo bastante  abandonado el tema.

 

Durante años me dediqué a pedir en reyes, tubos de óleo, lienzos, paletas, espátulas. Mis cartas eran bien breves:

-          tubos de óleo, colores: ocres, azules, verdes, blanco.

-          Lienzos de distintos tamaños.

Y venía la susodicha: “tienes que escribir más cosas, no se puede hacer una lista así....” Yo argumentaba que era lo único que quería, que era caro y no lo podía comprar por mi cuenta. Y así: yo digo, tú dices. Entonces decidí alargar mi carta:

-          lienzos

-          tubos de óleos

-          un chicle

-          un chupachups

-          un paquete de pañuelos de papel.

-          Un bote de aguarrás.

Claro que me llamaron la atención, pues no les hizo gracia que les tomara el pelo, pero yo había alargado mi carta.

 

Para algo tenía que usar mi imaginación, y a veces funcionaba y a veces me lo permitían.

 

A lo que se echaban kilos de imaginación era a los mandatos, circunstancias, situaciones, en las que los argumentos humanos no valían para nada, el sentido común menos, la caridad..... pa qué contarte.... Cuando algún argumento no había por donde cogerlo, ante una negativa o un acto de obediencia, la frase que cerraba el debate era: “es cuestión de visión sobrenatural”. Y a otra cosa mariposa. ¡ay Dios, que manera tan chabacana de utilizarte! Y el caso es que yo – siempre que esa yo era la otra -, también argumentaba lo mismo cuando no sabía que decir.

Recuerdo una ocasión en la que vino a vivir al centro una numeraria muy chulita, de estas que siempre van de vuelta.

Era más joven que yo, no tenía ningún cargo y creo que tampoco tenía encargos. Pasaba prácticamente de todo y de todas. Abría la nevera y bebía gazpacho cuando le daba la gana. Rara vez estaba en las “normas en familia”, en las tertulias era extraño verla....

 

Era tan chula que a mí me echaron de mi habitación para que ella se metiera. Me mandaron a un cuchitril donde tenía que entrar de lado. Yo me mosqueé muchísimo. El único motivo que había para ello era que las directoras no eran capaces de decir “no” a la chulita.  Cuando me negué, no sirvieron para nada mis quejas. “es cuestión de visión sobrenatural”, me dijeron una vez más y yo tuve que aguantarme otra vez más. “Dios ha puesto a esa persona a tu lado para algo” Y una mierda, no había donde encajar a estas listillas y mira por donde yo fui una de las que le tocó  comerse el marrón.

 

Hablando con un amigo - poco o nada que ver con el opus dei - me contó hace un par de meses que conoció a un sacerdote compañero de seminario de escrivá. Pidieron a esta persona que contara cosas de monseñor no sé si para la beatificación, el postulador, o para hacerle siervo o venerable. El caso es que cuando unos amigos suyos leyeron lo que éste había escrito se extrañaron mucho y le preguntaron. ¿cómo es que dices que escrivá era devoto, piadoso, humilde... si cada vez que nos hablabas de él lo tachabas de arisco, presumido....? Y el contestó: “no merecía la pena disgustarles, les dije lo que ellos querían oir”

Y claro, así se escribe la historia, con muchísima imaginación. Y bueno, mientras ellos sean felices.....

 

Era curioso el planteamiento que te hacían sobre la administración. Curioso y contradictorio.

No te dejaban de dar la lata diciéndote que el trabajo de la administración era como cualquier otro trabajo profesional. Por eso era importantísima la puntualidad al entrar o al salir. Por eso no te podías “ausentar” para ir al supermercado, “ya teníamos gestoría”. Cuántas veces escuché, el enfado que se llevó el padre cuando fue a una administración ¡y la administradora había salido!

Pecado mortal. Todo debía estar muy bien hecho. La comida a su hora, caliente o fría, según. Todo muy limpio. Los resúmenes económicos en su día. Las bolsas de ropa, sábanas, toallas, camisas, trajes, todo entregado en su día.

 

Por otra parte, cuando convenía, las administradoras eran “madres de familia” ¡já, já! Sin comentarios....

 

Trabajo profesional: no tenían derecho a un día y medio de descanso, ni a descansar los domingos ni festivos, ni a tener un contrato, ni a cotizar en la seguridad social.... porque como por otra parte eran madres de familia: entonces resulta que una madre de familia no tiene contrato, ni cotiza, ni descansa.

¿Entonces en qué quedamos es un trabajo profesional como cualquier otro, o de qué puñetas se trata? Pues eso, se trata de utilizar el término que más convenga según de qué se trate.

Para mí aquello siempre fue un trabajo “distinto”, unas veces tenía más ganas de hacerlo, otras más o menos ilusión, la mayoría de las veces me suponía un gran esfuerzo. Intentaba hacerlo bien, aunque a veces no lo consiguiera y otras no me diera la gana (cuando estaba hasta las narices por algún motivo).  Pero ¿madre? Una madre que habla con sus hijos a través de un teléfono. Una madre que desconoce sus rostros. Una madre a la que nunca la llevan a comer a la calle.

No, yo nunca fui madre de nadie. A mí mis niños no me regalaron flores el primero de mayo.

¿A qué edad se emancipan en el opus dei esos hijos? Cierto que en la actualidad cuesta que los hijos se vayan de casa,  tienen la desgracia de no poder hacerlo cuando les gustaría, por el IPC, por el IBI, por la ING, por la no VPO, por la gasolina, por la luz, por la MDC....., pero de esto saben bien poco los otros hijos.

 

Y es que en el opus dei el síndrome de peter pan es “in aeternum”.

 

Por eso creo yo, que las que sí se sienten madres, tendrán la oportunidad de sentirse abuelas, sin haber conocido varón ni ellas ni sus hijos... ¡será por falta de imaginación!.

 

Un abrazo, books.

 

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