Numeraria Auxiliar durante 35 años. (Cap. 8).- Maripaz
Fecha Wednesday, 07 May 2008
Tema 077. Numerarias auxiliares


 

 

NUMERARIA AUXILIAR DURANTE 35 AÑOS (8)

MariPaz, 7 de mayo de 2008

 

Un año pasa rápidamente y mi estancia en Galicia tocaba a su fin.

 

Un día nos dieron los destinos a todas juntas y había que vernos chillar y dar botes. A unas cuantas no nos nombraban y cuando nuestra paciencia estaba al limite, se oyó en la sala: “Las que no he nombrado, se van a la tierra de Maria Santísima". Y así empezó mi vida en el sur.

 

Para mí el sur de España me sonaba a Manolo Escobar, a trajes de flamenca y poco más. Y de sus gentes sólo conocía los andaluces que habían emigrado a mi pueblo buscando el trabajo de las minas.  

 

Nos pusimos en camino un grupo numeroso de alumnas del centro de estudios, camino de Sevilla. El viaje fue largo, a mí se me antojaba en mi afán de aventura, que me iba casi a la tierra del fuego por lo lejano.  Yo había dejado a mis padres hacia tres años y no les había vuelto a ver más. Ni una visita ni llamadas telefónicas. Entonces no se utilizaba tanto el teléfono.



Sólo sabia de ellos por las cartas que recibía y que yo procuraba contestar con rapidez . Siempre me ha gustado mucho escribir. Y esperaba con impaciencia las cartas de mi madre que era poeta y me adoraba. Nunca estuvo conforme con mi vocación, aun cuando pasaron los años. Ahora está mayor y enferma, en silla de ruedas y la estoy cuidando yo sola, como intentándole devolver los años que le robé como dice Books en uno de sus escritos hablando del cuarto mandamiento.

 

Mi padre tampoco vio nunca con agrado mi vocación, pero respetó mi decisión siempre y me escribió cartas entrañables, que hoy conservo con cariño, pues falleció en el año 2000. Más adelante contaré cómo me apoyó en momentos difíciles.

 

Mi llegada a Sevilla, siempre la recuerdo por las consecuencias que tuvo en mi organismo, su clima. Llegamos en pleno agosto. Yo era de una zona muy fría y además venía de Galicia. Fue tanto el impacto del calor, que yo creo que tenia hasta fiebre de lo mal que estaba. Con dieciocho años nunca me había sentido tan mal en mi vida.

 

Estaba empezando a sentir los síntomas de la flojera. Y cuando me dicen que los andaluces son vagos, les digo que vayan al sur en verano y verán lo que es bueno...

 

Me llevaron a vivir al Barrio de Santa Cruz.Yo pertenecía a la plantilla del centro de estudios de los numerarios pero la residencia estaba en obras y estaba allí de paso. Mi ilusión fue grande al estar viviendo en La Plaza de Doña Elvira, pues mi madre cantaba esa canción que dice ¡Ay! Barrio de Santa de Cruz, placita de Doña Elvira, hoy te vuelvo a recordar y me parece mentira... Y me recordaba a ella.

 

Los primeros días fueron agotadores por el calor. A media tarde, una catalana mayor me mandaba a la cama porque me veía francamente mal. Yo se lo agradecida y pensaba en mi interior que seria cuestión de aclimatarse. No tenia fuerzas ni para hablar, incluso me preguntaban las que allí vivían, si siempre era tan calladita. Mi energía vital se había esfumado. Viví allí unos meses y mas adelante contaré aventuras, cuando años más tarde volví a vivir en el mismo lugar.

 

Una mañana me dijeron que se abría la residencia y me fui al nuevo destino. Estaba en la Avenida de la Palmera, al lado del campo del BETIS y cuando había partidos se ponía aquello de gente hasta la bandera. No entiendo mucho de fútbol, pero era enorme la afición y decían: ¡VIVA EL BETIS MAN QUE PIERDA! y es que el sur y sus gentes son únicos.

 

Dos grandes palacetes, unidos por un túnel cruzando el jardín formaban la residencia. La puerta de la administración daba a otra avenida paralela, enfrente había una prestigiosa clínica y con un poco de suerte podías ver a algun famoso por alli... Me hizo especial ilusión abrir paquetes de toallas y sábanas nuevos y empezar a estrenar los artilugios de cada servicio.

 

Las habitaciones eran también de seis personas como en Madrid y viene a mi memoria un día que nos despertamos antes de la hora, sobresaltadas. Un terremoto en pleno apogeo zarandeó sin piedad nuestras camas y daban botes unas con otras.

 

Me pusieron de planchero y la encargada auxiliar aunque trece años mayor que yo y habia estado en Roma, era muy divertida. En el trabajo era exigente te sabia enseñar bien, sacando de tu interior afán de superación, interés profesional. De ella aprendí el difícil arte de planchar una camisa y me lo hacia repetir hasta alcanzar la perfección. La siguiente meta era la rapidez y lograba con su método de enseñanza que hiciéramos autenticas competiciones para ver quien lo hacia mas rápido. ¡Ya quisiera Fernando Alonso!

 

A mí, el trabajo no me asustaba, nunca la pereza o la conformidad de estar mano sobre mano formó parte de mis inquietudes. Pronto supo captar mi capacidad de trabajo e ilusión y puso todo su empeño en hacer de mi una buena profesional, amando lo que hacia.

 

Hace poco, ojeando Romana en Internet me entere que había muerto de cáncer y fiel hasta el final. Me emocioné, sirvan estas letras como un pequeño homenaje.

 

Es verdad que trabajábamos mucho y a veces llegaba la hora de entregar la ropa y no estaba planchada. También limpiábamos la residencia y la administración, solo planchábamos por la tarde.  

 

Cuando alguna semana íbamos mal con la ropa, las mayores del planchero hacían ambiente de quedarse a planchar por la noche después del examen, mientras las demás de la casa dormían. A mi, por mi juventud, no me dejaban quedar al principio. Tenía que dormir, decían.

 

Y como disfrutábamos,cuando ya rendidas asaltábamos la caja de las sobras de la repostería y los trozos de chocolate que habían sobrado de la merienda y devorábamos hambrientas conteniendo las risas para no despertar al resto del personal. Esto lo hacíamos con la mayor naturalidad, sin sentirnos heroínas. Nos inculcaban que éramos las madres y hermanas mayores de los numerarios y la lucha de sexos aún no se había puesto de moda ,como en la actualidad. Sin ir mas lejos en mi familia somos tres chicas y un chico y mi madre nos había educado para servir a mi hermano, como la habían educado a ella para servir a su marido. 

 

Yo tenia una capacidad de ilusión muy grande. Empezaba a vivir mi vocación. Habría dado cualquier cosa por aquellas personas que eran mi familia, mis hermanos, cualquier sacrificio me parecía poco para hacerles felices, como si realmente formaran parte de algo muy valioso para mí. Empezaba a salirme la vena maternal a flor de piel y pensaba que era el momento de darlo todo por mi nueva familia. ¡Lo que puede la juventud, la ilusión, el amor. No me arrepiento de aquellos años.

 

Todos los seres humanos nos servimos unos a otros en las distintas profesiones. Sólo el que es un inútil, un engreído, un estúpido, no alcanza a ver la dignidad de ser útil a los otros seres que encontramos al caminar, sirviéndoles. No es que tenga síndrome de Estocolmo, es que puse mi cariño al servicio de unos seres que para mi, entonces, eran mi razón de vivir y de las situaciones en que la vida nos pone, para aportar algo a los demás. No debemos renegar nunca. Siempre quedará un poso de actos positivos que cambiaron las vidas de aquellos a quienes iban dirigidos nuestros quehaceres. Sólo por ello habrá valido la pena quedarse con lo positivo.

 

 

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