QUE MANERA DE HABLAR Y NO DECIR NADA / NADA MAS QUE UN VOMITO NEGRO DE AMARGURA / EL ENEMIGO ES QUIEN HABLA / DIOS SIEMPRE LO VENCERA / DIOS, JESUS, LA VIRGEN, LOS ANGELES Y LOS SANTOS INTERCEDAN POR TI / LA MUERTE ES PARA TODOS / Y LA ETERNIDAD TAMBIEN / DIOS PERDONALOS POR QUE NO SABEN LO QUE HACEN.
(Judith Aranguren)
Nota de Agustina.- Judith, un poema lindo, precioso. Yo también te quiero.
Agustina, con ironía, llama poema a este telegráfico ladrillo de mayúsculas que recuerda a las octavillas apocalípticas que los pobres iluminados reparten por la calle de vez en cuando. Los que dicen hablar por Dios, los ventrílocuos que toman su nombre en vano, son pesados, entre otras cosas, porque no piensan, o porque escriben muy mal, que es lo mismo.
Pero, leer lo de la Amarguren, me recordó un (ahora sí) poema, resignado y precioso, que dice así:
EL TESTIGO
Como en los tiempos del colegio me hablas
del infierno y el cielo; mis oídos
sólo recogen, en susurro, el miedo
de tu voz ya cascada. No te importa
la vida, como entonces, aspirante
de eternidad. No escucho tus palabras
de buen devocionario, repetidas
desde negras tarimas: atestiguan
un desierto desván y un viento árido.
Viene el aire del mar, la primavera
arde sobre las rosas, las palomas
agitan el azul con alas delicadas.
Bebamos de este vino, y olvidemos
el ultraje de los años robados;
tú fuiste un casto atleta, y era yo
un iluso: creía que la vida
fuese eterna. Bien sé que ya no es cierto:
perdí la eternidad, y tú la vida.
(Francisco Brines. Aún no. 1971)
Pero, mientras que yo no descarto una eternidad con mar, primaveras, rosas y palomas (o una mar rosa de azules palomas primaverales -quién sabe-; todo misteriosamente y a su manera; una insondable eternidad en versión original y, eso sí, sin ventrílocuos); mientras, digo, en esta página, siguen apareciendo testimonios y ruegos estremecedores, ciertos, valiosos que, de veras lo lamento, no me encuentro capaz de contestar.
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