La realidad supera la ficción.- Gomez
Fecha Monday, 28 April 2008
Tema 105. Psiquiatría: problemas y praxis


En el número 56 de la revista Número, Bogotá, Colombia, abril del 2008, aparece un cuento de Fernando Ávila, escrito hace trece años, en el que se pueden cambiar palabras, como legionario por numerario, y descubrir situaciones no tan ficticias como aparentan ser.

 

(fragmento)

Cada cuartel, cada colegio y cada universidad de los legionarios había entronizado un retrato de san Pío V elaborado a punta de espatulazos sólidos y rápidos. Cada capilla poseía un retablo con mi no tan discreta firma. El del cuartel de Medellín era mi favorito. Trabajé en él veinte horas diarias durante doce semanas y sin asueto. Para cumplir el plazo sin dilación, mi superior me ordenó hacer mis dos horas diarias de rezos dando espatulazos.  Otros legionarios se encargaban de leerme vísperas y laudes mientras yo mezclaba óleos y retocaba trazos...



Quedé eximido de sueño, comidas y asistencia a la misa para agilizar mi trabajo. Cuando puse el punto de la i en mi firma en la esquina inferior derecha, desfallecí. Me encontraron en un nada artístico decúbito supino, con la boca abierta, sobre el parqué de mi taller. Llevado a rastras a mi cama, dormí 77 horas seguidas, sin que el descanso lo pudieran interrumpir ni el toque de la diana, ni los puñetazos del superior en la puerta de mi celda.

Muchas más horas pasé frente a mi retablo ya instalado. Mi oración era más erótica que ascética, más contemplativa que racional, más estética que teológica. Me arrodillaba cada vez en un sitio distinto de la capilla, para tener un nuevo ángulo de mi obra maestra. Me persignaba, hacía un acto de presencia de Dios, pedía humildad y me abandonaba luego en un sensual deleite de la figura de María glorificada, con escolta de arcángeles, querubines, tronos y dominaciones que entonaban un polifónico Salve Máter Misericordiae. La reglamentaria hora de oración se convirtió muchas veces en contemplación de toda una jornada, al cabo de la cual dos fornidos legionarios tenían que alzarme transformado en un espasmo muscular de setenta kilos, sacarme en andas de la capilla y aplicarme una terapia de distensión que me permitiera recuperar mi movilidad.

Mis espasmos no eran menos que las transfixiones de Teresa de Ávila. La perfección del rostro de María en el retablo, detrás de una mezcla de rayos luminosos en medio de la penumbra de la capilla, se unía al cansancio de años de trabajo continuo y a mi orgullo profesional de pintor, para dar como resultado coloquios vivos entre Madre e hijo con fondo de música celestial. Mi director espiritual auspició ese ascetismo desquiciado, pero se desencantó cuando supo que la casa vecina al cuartel de los legionarios la había adquirido el violinista Frank Preuss, que ensayaba a Schubert a la misma hora en que yo, tan iluso, padecía mis arrobamientos.

Mi prestigio místico se fue al suelo. Mis dilatados ratos de contemplación fueron recortados a la reglamentaria hora de sesenta minutos y, tras hacerme confesar que mi práctica espiritual no era más que la engreída y egoísta adoración de mi trabajo material, mis superiores dispusieron mi traslado a otra plaza, lejos de mi tótem particular.

 

Hasta ahí el fragmento del cuento.

García Márquez dice que la realidad supera la ficción, y eso queda claro una vez más, al leer el relato de Alancourt, sorprendentemente parecido:

Esa noche salí con alguien a recoger a un francés que llegaba a las 12.00 de la noche en tren. Fuimos y al llegar a las dos de la mañana a la torre nos encontramos al chaval a las 2.00 a.m. en el oratorio rezando con mucha devoción. Recuerdo que pensé que el nivel de santidad del venezolano era muy elevado. Sin embargo, cuando bajamos a la 7.00 a. m. al oratorio me quedé de piedra: efectivamente en el mismo sitio donde estaba la noche anterior y con la misma ropa, ahí estaba Miguel Ángel en la misma posición.  Me acerqué tembloroso a Nacho, el director, y le comenté: “perdona, pero este chaval lleva así desde anoche”. El hombre me miró con cara de que estaba loco, y me dijo siéntate. Pasa la oración, la misa, y Miguel Ángel, en el mismo sitio. Sale todo el mundo del oratorio y el chaval se queda.

Nacho estaba partiendo hacia los comedores, lo intercepto, y le digo:

-Perdona, pero hay un problema con Miguel Ángel, este tío ha pasado la noche en el oratorio

Con su tono de Harry el Sucio me pregunta que si estaba loco. Le explico, y me dice que él se encarga.

Al rato entre dos subdirectores lo sacan del oratorio. El chaval tiene una sonrisa tonta en la cara con si hubiese visto a un ángel de frente. Lo metieron en su habitación durante días. Nadie sabía que le pasaba. Aparentemente había tenido algún de arranque místico. Entrabas en su cuarto y te decía señalando al vacío: mira, un cuadro de la Virgen. Se lo llevaron a la cuarta planta. Tres meses después no sabían que hacer con él. No respondía a ningún tratamiento. Vino su madre desde Venezuela, y se lo quería llevar a USA. Se pusieron muy nerviosos. Eso de que los trapos sucios se lavan en casa parece que iba más allá. En esto, un residente de psiquiatría que vivia en la Torre se acerca a su madre y le explica que él sabe lo que pasa y que lo están tratando mal en la Clinica. Tremendo follón (como se pueden imaginar). La madre le autorizó a este médico a tratarlo. En 3 semanas devolvió a Miguel Angel a la vida, y unos días después volvió a su país. Se dijo que tenía un desequilibrio hormonal. Sin embargo, nuestro médico de la torre, nos confirmó que su enfermedad era de otra naturaleza…  

gómez





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