Lo que opina mi tía Lola sobre el Opus Dei (IV).- Hilario
Fecha Wednesday, 23 April 2008
Tema 010. Testimonios


“Ser del mundo sin ser mundanos”. A mí aquello me iba. Además de que me sentía como los primeros cristianos, sentía que san Josemaría (por entonces sólo un Siervo de Dios, aunque apuntaba maneras) tenía el don de lenguas porque era capaz de poner en una sola frase, redonda, clara, elocuente, lo que a mí me llevaba una buena media hora de explicaciones poco exitosas. ¡Soy del mundo, pero no mundano! La leche.

 

Mi tía Lola –que es de quien ahora pienso que tiene el don de lenguas, o que por lo menos usa la suya con mucha soltura– cada tanto me abordaba con comentarios inquietantes...



El verano ya estaba encima y yo saboreaba por anticipado el segundo curso anual de mi vida. Además iba ser el comienzo de la “vida en familia”, porque después ya pasaría directamente al centro de estudios, por lo que la vida de vil adscrito quedaría atrás para siempre, con todas sus incomodidades: que a uno la familia de sangre no lo deja ser numerario full time en paz porque te cuestionan cualquier asomo de ascetismo (señal, por otra parte, de que nuestra vida limpia es una bofetada a su conciencia puerca).

 

Pero a lo que iba: yo disfrutaba pensando que ya empezaba el curso anual, y va mi tía Lola y cuenta en una cena que igual se iban al Puerto de Santa María porque no sé quién los invitaba a pasar unos días ahí. Un sexto sentido me hizo sospechar que las costumbres más relajadas se darían cita todas juntas (mi nombre es Legión, diabolo dixit), si no en el Puerto de Santa María mismo, por respeto al nombre de la Virgen, en las playas de los alrededores. Y acerté: para empezar, el plan era ir a la playa todos los días. A qué si no a mirar y ser mirados. Además, mi prima Carmen –a quien yo creía casta hasta ese momento– ya había comprado un par de bikinis y estaba dispuesta a usarlos. Para colmo de males, Borja, mi primo que por entonces andaba con las hormonas revolucionadas, se relamía contando lo buenas que están las tías de su colegio, y los muchísimo más buenas que debían estar las que retozaban por las playas del sur de España… Me lo imaginaba reincidiendo en permanentes masturbaciones, puntuales a la vuelta de la playa cada día. Y eso, en el mejor de los casos.

 

La pena, el dolor, la necesidad de reparar tanta ofensa a Dios me embargó en un primer momento, para luego dar paso a la santa ira, animado, pienso, por la frase “el celo de tu casa me consume”. Porque “tu casa” bien podían ser los cuerpos de mis tíos y primos, que estaban llamados a ser templos del Espíritu Santo, lo mismo que todos los bautizados del orbe.

 

Di un puñetazo en la mesa, seco, sonoro, firme, y lancé un párrafo que me salió limpio, como si lo estuviera leyendo. Palabras más, palabras menos (sin duda, inspiradas por el Cielo), dije algo más o menos así:

 

“¿Pero es que no sois cristianos? ¿Es que vais a hacer lo mismo que los guarros paganos esos del norte de Europa (porque no son protestantes siquiera, son paganos), que van a freírse como cangrejos a una playa para luego ponerse ciegos y abandonarse a las pasiones más bajas? Porque seamos claros, señores: ¡una mujer con bikini es una puta que busca provocar, y un baboso que la mira es un cerdo que se está apuntando al infierno a cambio de un pedazo de carne dorada al sol!”

 

Y rematé mi discurso –esto sí que es literal– con algo que le daba su sello de calidad y que servía también de algún modo como denominación de origen: “¡Es que hemos de ser del mundo, pero no mundanos!”

 

Me temblaba un poco la voz (la santa intransigencia tiene esas cosas), pero me mantenía gallardo, grave, como un cruzado defensor de la Fe.

 

La palabra “talibán” no formaba parte de nuestro vocabulario todavía, pero me parece que mi tía Lola pensó en algo así como un discípulo de Bin Laden cuando soltó una carcajada y dijo: “Que me le den de comer a este chico, que ya desvaría…”

 

Yo me levanté airado, y salí a la calle a tomar el fresco, a seguir desagraviando con jaculatorias del tipo “perdónalos, porque no saben lo que hacen”, y a tratar de tranquilizarme.

 

Si puedo escribir esto es porque pasaron los años, comí, y ya casi no desvarío.

 

No hace mucho, Lola me dijo que estaba contenta de verme de nuevo sano y bueno. Se acordaba de aquel episodio, pero le quitaba importancia, para tranquilidad mía. De toda maneras, después de dudar un poco, me preguntó: “Perdona, majo, ¿y cómo es eso de ser del mundo pero no mundanos?”

 

Yo le contesté sin pensar: “Pues comportarse como cristianos en medio del mundo...” Inmediatamente me invadió la sospecha de que seguía programado para soltar frases hechas redondas siempre que apretaran un botón. Sentí la presencia de George Orwell a mi lado y se me heló la sangre.

 

Lola sólo sonrió y me soltó: “Joé, haberlo dicho”.  

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