Numeraria auxiliar durante 35 años (4).- MariPaz
Fecha Friday, 18 April 2008
Tema 010. Testimonios


 NUMERARIA AUXILIAR DURANTE 35 AÑOS (4)

MariPaz, 18 de abril de 2008

 

 

Para no cansaros y hacer interminable mi historia, paso a contaros que por fin una mañana cogimos un tren hacia Madrid donde me esperaban “para hacer vida de familia”, decían.

 

Y llegué al paseo de la castellana 50. Un edificio enorme creo que había sido la embajada americana o algo así, muy viejo todo Yo que tenia bastantes pájaros en la cabeza me parecía como un castillo. Dormía en una habitación grande, con cinco camas que compartíamos gente mayor y joven. Por supuesto, no había ninguna intimidad. Una roncaba, la otra tosía y si hubiera querido llorar alguna noche porque sentía nostalgia de los míos, no hubiera podido hacerlo sino casi ahogándome, entre las sabanas...



Era el centro de estudios de numerarios y estaban en aquella casa de paso. Muy cerca se estaba construyendo un nuevo edificio.

 

De mi estancia allí recuerdo varias cosas. Me llamaban “la chica ye-ye”, pues estaba en boga una canción y un estilo y yo, por ser de aquella generación, lo encarnaba estupendamente. Muchas veces la canté en las tertulias, único escape que teníamos de vez en cuando si a la directora le parecía que podíamos bailar o escuchar música. Me encantaban los bailes de moda: el twis, el martillo, el madison, el bosa nova, el rok y no sé cómo, los sabía bailar todos. Mi naturaleza alegre necesitaba de aquellos momentos y recuerdo numerarias estupendas que sabían ponerse a mi altura y con las que me pasaba ratos inolvidables. Me quería beber la vida a sorbos y allí solo hacia que trabajar en jornadas maratonianas, hasta la llegada de la noche que por fin podía descansar.

 

Muchas correcciones fraternas recibí porque cantaba en el tiempo de la tarde o hablaba por los codos. Aquello me parecía antinatural, era como querer cortar la alegría de raíz. No nos decían hasta la saciedad, que la alegría era la virtud de los hijos de Dios en el opus dei...

 

Al poco tiempome pusieron de ayudante de cocina. A mí, nunca me incentivaron para ser una buena cocinera. Mi trabajo consistía en picar ajos y cebollas a destajo para que la encargada de cocina hiciese la comida. No me enseñaron a hacer una salsa, un sofrito, nada. Aprovechaba para llorar mis penas picando ajos y cebollas en cantidad pues el numero de residentes era elevado.

 

También me tocaba fregar a la hora del turno de comida de la residencia en una pila enorme, cabía dentro de ella. Había que frotar insistentemente con un estropajo de aluminio y jabón de taco unas enormes cazuelas hasta dejarlas brillantes como un espejo. Los riñones se ponían al jerez con tanto movimiento y allí empezaban a fraguarse más de una hernia discal para el futuro. Por eso siempre aborrecí la cocina y nunca quise que me pusieran en ese servicio, le tenia pánico. Ahora cocino estupendamente y me encanta el arte de confeccionar un plato nuevo escuchando mi música preferida.

 

Entre la puerta de la calle y de la casa quedaba una zona interna, era como un pequeño patio y servía a veces para hacer algún menester. Recuerdo con mucha risa una época que las chinches se hicieron dueñas de nuestros colchones y de nuestra sangre y allí tuvimos que bajarlos a desinfectarlos de tan asquerosos visitantes y nuestros cuerpos, con signos evidentes de haber sido atacados por ellos, sintieron el alivio del aire al caer la tarde.

 

La verdad que cuando uno es joven cualquier cosa te ilusiona, y aquello servía de entretenimiento por salirse de lo corriente en nuestra monótona vida.

 

Por encima de aquellos muros estaba Madrid con todo su esplendor pero nosotras apenas salíamos a la calle. Siempre me han encantado los animales y teníamos un perro que enseguida se hizo amigo mío. Con él corría por el patio y por una inmensa terraza que había en el ultimo piso. Era enorme. Desde ella divisaba todos los tejados y terrazas de la ciudad, aunque no se distinguía la gente ni las calles. Era mi universo particular donde podía gritar, jugar con el perro y además había una especie de trastero donde había toda clase de cachivaches y ropas antiguas. Yo, sin que nadie se enterase, sacaba un rato todas las tardes para subir. Me disfrazaba de cualquier personaje que mi calenturienta imaginación se inventaba y que mi mascota observaba muy interesada. Hasta que un día jugando con el perro me rompió unas gomas expontex que poníamos para escurrir los platos y tuve que contar mi secreto. No me dejaron subir mas. Yo necesitaba ver el cielo madrileño para sentirme viva y creo que a escondidas seguí subiendo a aquel rincón mágico.

 

ME MUERO DE SUEÑO

Un beso,

MARIPAZ

 

 

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