Lo que opina mi tía Lola sobre el Opus Dei (II).- Hilario
Fecha Monday, 07 April 2008
Tema 010. Testimonios


“Tienes muchas razones, pero no tienes razón”. Así le contesté una vez a mi tía Lola cuando intentaba convencerme de que fuera a la boda de su hija (mi prima Carmen). Ella sumaba argumentos irrelevantes, y esperaba que yo, alumno modelo del Centro de Estudios, cediera ante su prédica.

 

Que es tu prima, que soy “la” hermana de tu madre y, para más señas, tu madrina. Que si es por el dinero, yo te pago el boleto. Que la boda es al mediodía y a las 7 de la tarde coges el bus de vuelta y ya. Que no te vas a enamorar de nadie, si eres más tieso que un poste y no miras a las niñas desde hace tres años, cuando te hiciste del Opus.

 

No hacía falta que siguiera enumerando razones. Yo, muy adentro de mí, pensaba que ella llevaba razón, pero el subdirector del Centro de Estudios creía que no. Se lo había llevado a la oración y lo veía claro. Ante mi insistencia (mea culpa porque insistí), me soltó un párrafo sobre la obediencia, el desprendimiento de la familia de sangre y la sensualidad oculta que debía estar adueñándose de mi alma. De todas maneras accedió a llevar el caso al consejo local. De lo alto (la sala de juntas estaba en la segunda planta) vino, pues, prístina, la Voluntad de Dios: que no fuera, y ya.

 

Por eso hube de citar Camino para contestarle a mi tía Lola: para no ser yo el que tuviera que enfrentarse a su lógica demoledora, sino el mismísimo san Josemaría (Siervo de Dios, por entonces), con su ángel custodio, su arcángel ministerial, y todos los principados y potestades, si fuera posible. Ante una nueva insistencia bien argumentada para que reconsiderara mi negativa, por fin dije, con voz solemne y sonora: “Tienes razones pero no tienes razón”.

 

Se quedó de piedra la buena de Lola. Tartamudeó un poco, dio un paso hacia adelante como si fuera a darme un zarpazo, y acabó poniendo cara de “qué le han hecho a mi niño”… Se fue triste, como el joven rico. Pero triste de ver que había tenido un sobrino majo que se había vuelto estúpido a fuerza de latines, agenda inseparable y rezos.

 

Y yo, confuso: con sensación de triunfo porque dejó de fastidiarme, y de derrota porque allá en el fondo algo me decía que estaba descargando aguas fuera del tiesto. Fue entonces cuando acudió a mi mente, como un bálsamo, la frase “el que obedece no se equivoca” (en Casa hay farmacopea para todo), y me quedé más ancho que largo, con el intelecto anestesiado y engallado el cuerpo, como aquel estudiante de la Central.

 

Es que la frase de san Josemaría merece un aplauso. Me refiero a la primera, a “tienes razones pero no tienes razón”. Me recuerda, no sé porqué, el episodio en el que Warren Sánchez supo contestar “yo qué sé” a una pregunta que le habían hecho, y sus exegetas acabaron concluyendo que su respuesta –sabia, como todo lo que decía Warren– significaba precisamente: “sí sé cuál es la respuesta”. Así pasa con “tienes razones pero no tienes razón”. Lo que dices es inobjetable, pero como quiero que hagas otra cosa, lo que yo te digo (que contradice lo que dices tú) es más inobjetable. Y punto. No hay más discusión, porque “el que obedece nunca se equivoca”, y porque “en la Obra, el espíritu ha de ser obedecer o marcharse” y porque “la Voluntad de Dios nos llega a través de los Directores”, y porque “la falta de obediencia es falta de humildad, y el Señor se hizo obediente udsque ad mortem, mortem autem Crucis, y estamos para identificarnos con Él”… En fin, que acabas considerándote más malo que los abortistas de izquierdas porque se te ocurrió que tus razones podían valer algo, y te quedas humillado, aunque también un poco triunfante: el hombre nuevo venció al hombre viejo, y ahí estás tú, como aquel santo que se zambulló en el estanque helado. Tiritando, pero heroico.

 

Años después, mientras mirábamos fotos de la boda de Carmen, mi prima, la buena de mi tía Lola me miró con cariño y me dijo: “Hijo, qué disgusto que no vinieras. Ya pasó…, pero mira, no apareces en ninguna foto. Casi te mato cuando me dijiste que no venías, pero pensé: pobrecillo, mi Hilario se ha metido a numerario y ahora hace cosas raras y dice cosas raras. ¿Sabes?”

 

Y concluyó: “Parecías tonto. No veías que lo que parece raro, es que es raro”. Sabed comprenderla. Lola es un poco de pueblo.

 

 

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