Consecuencias psicológicas y espirituales de la desvinculación.- Erasmo
Fecha Monday, 31 March 2008
Tema 040. Después de marcharse


CONSECUENCIAS PSICOLÓGICAS Y ESPIRITUALES DE LA DESVINCULACIÓN

Erasmo

Fecha: lunes, 31 de marzo de 2008

 

La crisis que experimentamos en el pasado –antes, durante y después del proceso de decidir desvincularnos del Opus Dei– dio lugar a algunas consecuencias psicológicas. En su gran mayoría fueron consecuencias favorecedoras de la salud mental y de lo que en la corriente psicológica existencial-humanista se viene denominando el “crecimiento personal”. Así, por ejemplo, tras la experiencia de la desvinculación pudimos lograr una vivencia más fluida de nuestra sensibilidad; de nuestros procesos afectivos (emociones y sentimientos); de nuestras vivencias cognitivas, en especial el pensamiento crítico y el creativo; de un notable aumento de libertad en nuestras decisiones; y así sucesivamente. Todos estos potenciales psicológicos los pudimos ejercitar con mayor fidelidad a nosotros mismos, es decir, de forma más auténtica y con clara independencia personal.

 

Ciertamente que una parte de los que vivieron esta experiencia tuvieron que pasar por situaciones de estrés psicosocial más elevado que otros. Cuando tal estrés superó la propia capacidad de tolerancia a la tensión –provocada por las dificultades con que tropezaron para rehacer su vida en sus distintas vertientes afectiva, profesional, económica, social, etc.– pudieron producirse también consecuencias negativas. Aunque supongo que en casi todos los casos se trató de consecuencias transitorias...



Si pretendiese aquí ofrecer una tipología sobre los diferentes estilos psicológicos con que los ex-miembros de la Obra han manifestado haber experimentado este proceso (que, ante todo, ha sido un proceso liberador) lo que podría afirmar serían sólo hipótesis. Quizá en otra ocasión, si el tiempo disponible me lo permitiese, aprovecharía la abundante y variada documentación presente en opuslibros para realizar una investigación seria, digamos científica.

 

Pero lo que aquí deseo presentar ahora son mis reflexiones sobre diversas consecuencias de la fracasada experiencia personal en el Opus Dei sobre la propia posición posterior respecto a la fe cristiana.

 

Creo que puedo afirmar que la gran mayoría de los que nos mantuvimos un número importante de años en el Opus Dei –yo estuve más de veinte y hace ya treinta y cinco que me desvinculé– nos sentíamos motivados por aspiraciones cristianas importantes. La aspiración a aplicar el espíritu o proyecto evangelizador de Jesucristo en nuestra vida diaria, en medio del mundo, al estilo de los primeros cristianos. La aspiración a vivir una experiencia profunda, contemplativa, de la espiritualidad cristiana en armonía con una mentalidad laical que se tomase en serio las tareas profanas. La aspiración a ejercitar con eficacia una colaboración en la misión evangelizadora de la Iglesia. La que hasta hace poco se denominaba –en el argot eclesial– el apostolado, supongo que para evitar confundirnos con los cristianos evangélicos (mal llamados todavía protestantes, cuando no veo que destaquen por protestar respecto a los católicos). Hoy, por suerte, habiendo mejorado notablemente la relación entre la Iglesia Católica con las otras iglesias cristianas, podemos hablar de nuestra común vocación evangelizadora, es decir, de dar a conocer con nuestro estilo de vida y nuestras palabras las buenas noticias del mensaje de Jesucristo (es sabido que la palabra griega evangelion significa buena noticia).

 

Ahora bien, los que compartíamos estas aspiraciones –supongo que la mayoría de los ex-miembros de la Obra– al ir pasando los años fuimos observando, con creciente malestar, que se multiplicaban directrices que transformaban la praxis de la institución en algo notablemente diferente –y no pocas veces contradictoria– respecto al proyecto existencial que inicialmente nos había atraído.

 

Cada vez se fue dando menos margen para las iniciativas personales y la prometida vivencia de una gran libertad. Cada vez se nos imponían más limitaciones impropias de un “cristiano corriente”. Cada vez más señales de miedo al mundo actual, en especial al mundo de las ciencias humanas y las nuevas corrientes filosóficas. Cada vez menos “abiertos en abanico” y más concentrados en fortalezas “corporativas” sobreprotectoras. Cada vez más alejados de los interesantes y esperanzadores cambios de actitudes por parte de la Iglesia del Concilio Vaticano II y más próximos al integrismo lefebreriano. Cada vez más obstaculizada la lectura de las valiosísimas aportaciones de los teólogos actuales, que con su pluralismo de sensibilidades han dado lugar, a mi juicio, a un “Siglo de Oro” de la Teología. Cada vez menos pluralismo entre los miembros de la Prelatura respecto a las diversas corrientes de pensamiento científico y filosófico, sensibilidades políticas o artísticas, estilos teológicos o litúrgicos.

 

Ya sé que las experiencias y razones que provocaron la retirada de la Obra de un número importante de sus miembros son variadas: Sin embargo pienso que en un porcentaje de nosotros influyó principalmente la toma de conciencia de esta creciente contradicción entre las ideas madres que nos atrajeron y una praxis acentuadamente integrista. Pero quiero subrayar aquí que aquello de lo que decidimos separarnos definitivamente fue de una praxis en la que una parte importante de su normativa conducía a malograr el desarrollo sano de nuestra personalidad, de nuestra fidelidad a nosotros mismos, de nuestra libertad de pensamiento y de nuestras posibles iniciativas creadoras, para poder contribuir en el logro de un mundo más humanizado, más justo.

 

Esta alarmante toma de conciencia que nos condujo a romper definitivamente con la institución en la que muchos habíamos gastado abundantes energías en la importante etapa de la vida del “adulto joven” ¿justificaba que tomásemos también la decisión de despedirnos de la Iglesia Católica?; ¿justificaba que nos despidiésemos también de nuestra vocación de discípulos de Jesucristo como enviado de Dios y como aquél en quien la sabiduría y amor divinos –el Logos de Dios– se había manifestado en una existencia humana?; ¿justificaba que incluso rechazásemos la validez de reconocer la existencia de una Realidad suprapersonal divina de quien depende el proceso evolutivo del Universo y de las especies vivientes, aquél sobre quien Jesús nos reveló su gran amor hacia todo ser humano?; ¿justificaba, en consecuencia, que la ruptura con esta institución –provocada sobre todo por su praxis– acarrease también la despedida definitiva de aquellas aspiraciones o ideales que he señalado antes?

 

Lo que puedo comprobar es que las reacciones de los ex-miembros de la Obra, tras la crisis de su desvinculación, han sido variadas y psicológicamente comprensibles. A partir de los datos que he podido recoger de opuslibros –aunque sin haber podido realizar todavía un análisis cuidadoso– observo variedad de posiciones respecto a la fe y vocación cristiana, aunque en la mayoría de los casos esto no se manifieste explícitamente. Puedo por ejemplo distinguir, o al menos imaginar, como posturas posibles (quizá no todas llevadas a cabo):

 

a) los que dejan claro que tras su ruptura con el Opus Dei han decidido romper con la Iglesia Católica, entre otras posibles razones por el hecho de que ésta haya aceptado integrar en ella a la Obra, le haya dado el visto bueno a su última figura jurídica que la reconoce como Prelatura personal, e incluso haya permitido unos precipitados procesos de beatificación y canonización del fundador en los que llama poderosamente la atención que no hayan sido tenidos en cuenta, o ni siquiera escuchados, los testimonios de ex-miembros críticos respecto a la supuesta santidad del padre Escrivá.

 

b) Los que tras haberse sentido defraudados por la Iglesia, principalmente –pero no exclusivamente– a causa de su reconocimiento del Opus Dei, han experimentado también una crisis respecto a la validez de la fe en Jesucristo como el enviado de Dios e iniciador de la Nueva Humanidad (prefiero este término utilizado a veces por san Pablo al predominante en el argot bíblico: el Reino o Reinado de Dios).

 

c) Los que probablemente defraudados de Jesucristo, posiblemente por el hecho de que al fin y al cabo el origen de la Iglesia fue provocado por un grupo de sus principales discípulos –e indirectamente por él mismo– se sienten motivados a acercarse a alguna de las cosmovisiones religiosas no cristianas presentes actualmente en el interesante y variado pluralismo de nuestro entorno social. O tal vez preferentemente optan por un Teísmo o un Panteísmo, sin vinculación a ninguna cosmovisión religiosa institucionalizada.

 

d) Los que habiendo experimentado anteriormente su vinculación al Cristianismo considerándolo la manifestación más completa entre las cosmovisiones religiosas, pero habiendo quedado después profundamente defraudados por lo dicho antes, han decidido despedirse de toda experiencia religiosa y, especialmente, de todo Teísmo. No ven aceptable que éste, admitiendo una Realidad divina creadora y amorosa del ser humano, no pueda compaginar razonablemente esta creencia con un Dios que permita tantas desgracias en la historia. Entre otras, los sufrimientos de los que vivieron la experiencia fracasada del Opus Dei. En consecuencia estas personas optarán por el agnosticismo o por el ateísmo (mejor si es el humanista y no el nihilista). Al fin y al cabo, sobre todo el agnosticismo es actualmente una postura mayoritaria, al menos en Cataluña, después del indiferentismo o pasotismo respecto a esa cuestión (posición esta última, de personas a mi juicio superficiales).

 

e) Los que, tras su desvinculación del Opus Dei permanecen en la fe cristiana y en la Iglesia Católica. Sin embargo, manteniendo la influencia del estilo acentuadamente conservador del catolicismo preconciliar de la Obra, ajeno al actual pluralismo eclesial, viven de forma incómoda e inquieta el hecho de los debates intraeclesiales, resultado inevitable de un inicio de actitudes democráticas en su seno y de un mayor ejercicio de la libertad de pensamiento. Por otra parte, no se sienten motivados para renovar su formación cristiana dedicando algún tiempo a la lectura de los teólogos cuyas obras estaban calificadas en la Obra como doctrina no segura.

 

f) Finalmente (aunque no pretendo que la relación expuesta sea exhaustiva) están los que habiendo roto definitivamente con el Opus Dei, a causa de una praxis que perciben como deshumanizadora y obstaculizadora del crecimiento personal, piensan mantener las aspiraciones cristianas que he señalado al principio.

 

Personalmente me encuentro situado en este último grupo. Tal como he expuesto extensamente en mi libro Mis convicciones sobre el Cristianismo explicadas a mis amigos no cristianos (964 páginas), comparto, entre otras, las convicciones siguientes:

 

a) Mi convicción sobre una Realidad divina suprapersonal de la que depende el Universo y todo lo que contiene en su existencia, naturaleza y desarrollo evolutivo. Esta convicción es previa en mi caso a toda fe en una revelación divina; es la convicción de que negar esta realidad me exige tener que admitir contradicciones irracionales.

 

b) Mi convicción de que dispongo de garantías suficientes para reconocer razonablemente que desde Abraham hasta Jesús de Nazaret (en hebreo Yeshúa) aconteció el hecho de una revelación divina.

 

c) Mi convicción de que Yeshúa no vino sólo ni principalmente para liberarnos de las consecuencias del pecado, sino para dar comienzo a la implantación de la Nueva Humanidad, abierta al Espíritu Santo; y que en él, “célula madre” de esa Nueva Humanidad, se manifestó en su plenitud el proyecto divino de un ser humano imagen de Dios, imagen humana de los pensamientos y sentimientos divinos. Dispongo de información, históricamente acreditada, sobre más que suficientes hechos de su vida, que me garantizan la validez de su mensaje y que su afirmación de ser el enviado de Dios no pudo ser la declaración de un alucinado o un impostor

 

d) Que los orígenes del colectivo eclesial, promovido por los que habían sido testigos de hecho de la resurrección de Yeshúa a la otra forma de existencia a la que estamos, en principio, destinados todos, se produjeron en unas circunstancias que acreditan sobradamente para mí el apoyo divino a este proyecto.

 

e) Mi decisión de mantenerme vinculado a la Iglesia no se basa principalmente en la calidad humana de sus miembros y dirigentes –a pesar de las admiración que siento por muchos de ellos presentes en su historia– sino en mi convicción de que su misión evangelizadora se basa en un proyecto de origen divino, y en mi convicción de que es gracias a ella que he podido beneficiarme de conocer a Jesucristo y su mensaje liberador.

 

No quiero aquí extenderme más. Sólo afirmar que cualesquiera de los errores o males que se hayan producido en la historia de la Iglesia protagonizados por miembros suyos, o incluso por sus dirigentes (aunque prescindiendo de los que son leyendas negras), y  que se puedan seguir produciendo en el futuro, no me afectan para nada respecto a la validez del proyecto básico eclesial y, por supuesto, de mi fe en Jesucristo como enviado de Dios, y su imagen humana.

 

Por otra parte, para mí la Iglesia no es principalmente una institución, sino una comunión mística con Dios y con los hermanos en la fe, un colectivo transmisor del mensaje de Yeshúa y responsabilizado de la liberación de lo que deshumaniza la existencia terrena y aspirante a constituir una Nueva Humanidad o Reinado divino (aunque imperfectamente), ya en esta existencia terrena, con la colaboración de otras cosmovisiones religiosas que también actúen con inspiración divina.

 

La Iglesia está todavía en fase de construcción. En ella siempre se manifestará el “trigo” y la “cizaña”. Y yo me siento responsabilizado en aportar mi granito de arena en su realización.

 

Vaya por delante que la gran mayoría de las personas de mi entorno, entre ellos mis colaboradores en el Instituto de Psicoterapia que fundé hace veintiocho años –han pasado unos treinta psicólogos colaboradores durante este tiempo– han sido agnósticos. Aunque siete de ellos tuve la alegría de que acabasen convirtiéndose a la fe en Jesucristo. Y recogiendo una muestra de 400 personas de las 2.500 que aproximadamente han pasado por nuestro Instituto –como pacientes de psicoterapia o como licenciados en Psicología, alumnos de nuestra formación de postgrado–, el resultado fue el siguiente:

 

a)    Indiferentes............................................................ 8,5 %

b)    Indefinidos en esta cuestión......................... .........16,3 %

c)    Agnósticos........................................................... 11,6 %

d)    Ateos.................................................................. 10,6 %

e)    Teístas no vinculados a ninguna religión................. 12,0 %

f)     Panteístas no vinculados a ninguna religión.............. 7,2 %

g)    Cristianos católicos.............................................. 14,0 %

h)    Cristianos protestantes........................................... 2,2 %

i)     Cristianos independientes de toda iglesia................. 9,0 %

j)     Judíos.................................................................... 0,3 %

k)    Musulmanes........................................................... 0,3 %

l)     Budistas................................................................. 2,7 %

m)   Hinduistas.............................................................. 1,6 %

n)    Esoterismos........................................................... 1,4 %

o)    Otros..................................................................... 2,7 %

 

Ya desde mi infancia y adolescencia –en el seno de mi familia de origen– pude entrenarme en recibir sin prejuicios y con respeto a agnósticos y ateos, y con cierto atractivo las religiones místicas de la India. Por lo tanto, respetaré fácilmente a todo ex-miembro que tras su desvinculación haya decidido pasar al ateísmo, o al agnosticismo, o al Teísmo (sin vinculación a ningún teísmo histórico), o al Panteísmo, o a alguna de las religiones no cristianas, etc.

 

Pero lo que sí veo conveniente subrayar es lo siguiente:

 

a) Una decisión de este tipo no puede tomarse válidamente en plena situación de crisis, motivada principalmente por reacciones emocionales de tipo depresivo.

 

b) Tampoco considero válida la decisión de permanecer en la fe cristiana, y en la Iglesia, a partir de una mera reacción de temor respecto al peligro de no salvarse, provocado por introyecciones recibidas ya desde la infancia.

 

c) Personas que, como nosotros, cometimos un grave error en el pasado al tomar la decisión –aunque en mayoría de casos por presiones culpabilizadoras– de vincularnos al Opus Dei, merece la pena que hayamos aprendido a actuar con más prudencia en las decisiones que hayamos tomado tras la desvinculación y las que tomemos en el futuro.

 

d) Esta prudencia nos ayudará a que nuestras decisiones actuales sean tomadas a partir de una información inteligente, y una libertad suficiente, no contaminada ni por presiones ambientales (modas ideológicas, opinión pública mayoritaria, etc.) ni por meras reacciones emocionales tras frustraciones graves.

 

A partir de éstas y otras precauciones, la decisión de un ex–miembro de la Obra de optar por cualquiera de las posibles posturas ajenas a la fe cristiana será respetable. Y su forma de vivirla le permitirá ejercitar un diálogo enriquecedor con personas vinculadas a la fe cristiana; diálogo enriquecedor para ambas partes. Yo, como cristiano convencido, considero haberme enriquecido con mensajes y actitudes procedentes del ateísmo humanista, agnosticismo, Islam, hinduismo, budismo, etc. (a esta cuestión dediqué un capítulo del libro citado). Y pienso que mis interlocutores también habrán podido enriquecerse a partir de mi información sobre la fe cristiana.

 

Como final de este escrito, me dirijo ahora a aquellos ex-miembros que, habiendo decidido mantenerse en la fe cristiana, o –aún en el caso de agnósticos– queriendo seguir beneficiándose espiritualmente de la “sabiduría para la vida” del mensaje de Jesucristo, compartan las actitudes que indico a continuación o, al menos, buena parte de ellas:

 

1. Mantener la aspiración a ir descubriendo cómo aplicar el mensaje humanizador de Jesucristo en sus circunstancias personales.

 

2. Cultivar una espiritualidad laical en la que los potenciales psicológicos humanos no resulten inhibidos, antes al contrario, potenciados.

 

3. Capacitarse para poder ejercitar satisfactoriamente encuentros y diálogos recíprocamente enriquecedores con personas de diferentes iglesias cristianas, o de religiones no cristianas, o con agnósticos o ateos humanistas.

 

4. Descubrir cuál pueda ser la forma de colaborar en la misión evangelizadora de la Iglesia, siendo al mismo tiempo fieles a uno mismo, con la propia personalidad singular e irrepetible.

 

5. Leer, reflexionar y participar en coloquios sobre aportaciones teológicas, en especial de los últimos cincuenta años para seleccionar lo que cada uno considere más convincente y facilitador de una fe más inteligente.

 

Como una forma de ayudarnos a cultivar estas aspiraciones –para los que no tengan esto ya resuelto– os propongo promover esporádicos Encuentros de meditación y reflexión, centrados por la mañana, en meditaciones evangélicas; y por la tarde, en coloquios teológicos e intercambio de experiencias.

 

Los que deseen ser incluidos en la lista de interesados en tales encuentros pueden dirigirse por correo electrónico a ana.ifromm@terra.es. De confirmarse un primer encuentro tendría lugar en la cercanías de Barcelona.







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