Libro 'olvidado' por el Opus Dei sobre Isidoro Zorzano. (Cap. IV).- Brian
Fecha Wednesday, 06 February 2008
Tema 090. Espiritualidad y ascética


POSICIONES Y ARTÍCULOS

PARA LA CAUSA DE BEATIFICACIÓN

Y CANONIZACIÓN DEL SIERVO DE DIOS

ISIDORO ZORZANO LEDESMA

DEL OPUS DEI

Por José Luis Muzquiz, sacerdote numerario del Opus Dei -1948-

 

IV.-ENFERMEDAD Y MUERTE

 

 

36.-Primeros síntomas.-La enfermedad ofreció sus primeros síntomas poco después de la guerra. Muchos días, un dolor que él decía de ciática no le dejaba descansar. No dormía. Los médicos no acertaban; eran los preludios de lo que había de ser agonía de meses y meses. El Siervo de Dios sufría, pero no por ello dejaba de estar alegre y seguía trabajando.

En los meses que antecedieron a su permanencia en cama le atenazaban fuertes dolores, que con mucha frecuencia le impedían conciliar el sueño hasta primeras horas de la madrugada. En la cama tenía que cambiar muchas veces de postura, lo que le ocasionaba un continuo desasosiego. A la madrugada, ya rendido, caía en una especie de sopor, como adormilado, y podía descansar un poco. Muy poco, efectivamente -muchas veces, veinte minutos o media hora tan sólo-, pues se levantaba

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con puntualidad a la hora de costumbre. El Director de su casa era el único que estaba enterado de estos sufrimientos; a las preguntas de los demás, el Siervo de Dios contestaba tan solo con una respuesta vaga y una sonrisa.

Pusiéronse, desde el primer momento, todos los recursos de la ciencia humana y de la caridad más delicada para averiguar las causas de la enfermedad y evitar al Siervo de Dios los sufrimientos que padecía. Sin embargo, como se trataba de una enfermedad poco frecuente, sólo se pudo establecer el diagnóstico cuando, con el progreso de la dolencia, se hizo más patente. Y, entonces, el Siervo de Dios se sometió a todas las prescripciones de los médicos y a las indicaciones de sus Superiores, con la misma sencillez con que antes había hecho compatibles su enfermedad y su trabajo ordinario.

Todo lo cual será probado por testigos dignos de fe por haberlo visto, oído o leído, o que lo saben por ser cosa pública y notoria, los cuales indicarán, además, sus fuentes de información.

 

37.-Enfermedad.-Después de detenidos reconocimientos y a la vista de radiografías y numerosos análisis, los médicos establecieron, por fin, su diagnóstico: se trataba de una linfogranulomatosis maligna, de localización torácica.



Consiste esta enfermedad en una inflamación crónica de los ganglios, que lleva consigo escalofríos, fiebre alta, gran agotamiento y pérdida de fuerzas, inapetencia progresiva, desnutrición paulatina, anemia muy pronunciada en las últimas fases y, sobre todo, una fatiga o disnea cada vez más intensa, aun para hablar. Las radiografías que se hicieron al Siervo de Dios demostraron que las masas ganglionares, habían comprimido los bronquios principales, aplastándolos sin dejar pasar el aire por ellos, y reduciendo el campo pulmonar útil a la cuarta parte. Ello explica un síntoma fundamental, más notorio que los otros: la intensa fatiga al menor movimiento, que se acentuaba de día en día, con angustiosas sensaciones de ahogo.

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El Siervo de Dios sabía que se trataba de una enfermedad incurable, y por eso conoció desde el principio que había empezado para él una lenta, inevitable y dolorosa agonía.

Todo lo cual, etc.

 

38.-Sus sufrimientos.-Ningún síntoma de los antes enumerados faltó en la enfermedad del Siervo de Dios. El Señor le quiso probar ampliamente, y él soportó todas estas molestias y en especial la fatiga, durante su larga enfermedad, sin la menor impaciencia, lleno de alegría, en un continuo vencimiento heroico.

Apenas podía hablar, porque esto le producía mucha fatiga. Su respiración era acelerada, jadeante. Se fué consumiendo lentamente hasta quedarse muy delgado. Pasaba las noches sin dormir y, si lograba conciliar el sueño, era un sueño intranquilo, moviéndose continuamente, cambiando de posición para poder respirar, con quejidos y frecuentes interrupciones por golpes de tos o ahogos. Todos los que le visitaron durante su estancia en distintos Sanatorios salían con espanto por la intensidad de sus dolores y admiración por su extraordinaria entereza al soportarlos.

Uno de los mayores sufrimientos que hubo de padecer el Siervo de Dios fué el producido por la comida: una invencible repugnancia al faltarle el apetito, unida a su extraordinaria fatiga, que le dejaba casi sin fuerzas para abrir la boca y deglutir, y a la pesadez y lentitud de sus digestiones, hacían que cada cucharada fuese un heroico acto de vencimiento. «Obedece al médico -le había dicho el Fundador- como a mí mismo»; y el Siervo de Dios supo obedecer durante su agonía de seis meses largos alegremente, como lo había hecho durante toda su vida.

Todo lo cual, etc.

 

39.-En el Sanatorio de San Fernando.-El curso inexorable

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de la enfermedad hizo necesario, como se ha dicho, el traslado del Siervo de Dios a un Sanatorio; se le llevó entonces al de Santa Alicia, pero tan sólo por pocos días, pues era clínica quirúrgica, y no reunía, por tanto, condiciones para el tratamiento adecuado de su enfermedad.

Se le trasladó al Sanatorio de San Fernando. Allí el médico director y las enfermeras fueron testigos de sus sufrimientos y de la alegría con que los llevaba. El doctor Palos, director del Sanatorio, decía de él que era un caso extraordinario, sin que hubiera visto otro parecido en cuantos años llevaba en el ejercicio de su profesión: «Hace mucho tiempo que sabe que se muere, y, sin embargo, está tan tranquilo. Cuando se le dice que está mejor, lo agradece con una sonrisa que envuelve un fondo de amable ironía».

Las enfermeras hablan todavía con frecuencia de él, después de cinco años, comentando que no han conocido otro enfermo tan paciente en sus dolores y tan lleno de alegría como el Siervo de Dios.

Todo lo cual, etc.

 

40.-En el Sanatorio de San Francisco.-Por el progreso de su enfermedad y ante la proximidad de su muerte hubo que trasladarle de nuevo a otro Sanatorio, el de San Francisco, de las Hermanas Misioneras Franciscanas, situado en la calle de Joaquín Costa.

Admiró también a las Hermanas, desde el primer momento, la igualdad de ánimo con que el Siervo de Dios llevaba su enfermedad. Una de ellas dice que le maravilló siempre «su paciencia y mortificación y no oírle jamás una queja». Y todas coinciden en recordar su extraordinaria y continua alegría, su invariable sonrisa.

Todo lo cual, etc.

 

41.-Testimonio de los médicos.-El admirable espíritu del Siervo de Dios impresionó a los médicos desde el comienzo de su enfermedad. Uno de los doctores que le

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asistió entonces escribe estas líneas al referir su impresión: «El enfermo era un hombre joven, que me recibió con una franca sonrisa, con gran afecto sincero, espontáneo y natural, que subyugaba y atraía desde el primer momento, contrastando intensamente con una naturaleza minada por grave enfermedad, a, juzgar por la intensa demacración, la fiebre que le consumía y la gran fatiga que le ahogaba».

El Director del Sanatorio de San Fernando afirma: «Siempre le consideramos un ser excepcional por su bondad absoluta, su dulzura y su tolerancia con los que le rodeaban».

Llamaba la atención al doctor López Vivié, del Sanatorio de San Francisco de Asís, «su actitud siempre sonriente, sin quejarse de los dolores y molestias que lógicamente debía producirle su enfermedad, y contestando afablemente a cuantas preguntas le hacían».

El doctor Serrano de Pablo advierte que «por su profesión está familiarizado con el dolor, y ha visto padecer a numerosos enfermos de distintos padecimientos, incluso a religiosos. Pues bien, confieso -dice- y me obliga a ello mi conciencia, que puedo contar con los dedos de una mano enfermedades y muertes ejemplares, entre las que se encuentra en primer término la enfermedad del Siervo de Dios».

Todo lo cual, etc.

 

42.-Avance de su enfermedad.-La enfermedad avanzaba. No tenía remedio. El Siervo de Dios, paulatinamente, iba perdiendo fuerzas y su peso disminuía cada vez más. Se iba agotando poco a poco: como una lamparilla que ardiese en honor del Señor, vivía muriéndose, lleno de alegría por la Vida que esperaba.

Uno de sus compañeros recuerda que un día hubo de secarle el sudor del cuerpo; «era impresionante -dice-: huesos y piel; parecía que el fémur, como un palo que oprimiese una tela, iba a desgarrar la piel. Y su pulso

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acelerado, su fatiga, las mucosidades que le ahogaban. Y todo esto, un día y otro. Y él, siempre igual, sonriente, contento, con una tranquilidad de espíritu imperturbable, aun ante la dura prolongación del ya seguro desenlace. Ni quejas, ni impaciencias, ni concentración incomunicativa». Siempre amable con todos, dispuesto a conversar aun cuando el hablar suponía para él un esfuerzo enorme en su estado de agotamiento.

Todo lo cual, etc.

 

43. Ejemplo durante su enfermedad.-Durante su enfermedad fué el Siervo de Dios ejemplo de todas las virtudes. Consideró siempre sus sufrimientos -la comida, el sueño y el insomnio, los dolores y los ahogos- con espíritu sobrenatural; supo sacar fruto de ellos, viviéndolos como acción de gracias y como expiación. «Aquí no se desaprovecha nada», decía, bromeando, ante quien presenciaba alguno de sus padecimientos en la comida.

El mismo, con frecuencia, animaba a los que iban a visitarle. En cierta ocasión, una hermana suya no pudo reprimir las lágrimas al verle, y al día siguiente fué advertida cariñosamente por el Siervo de Dios, pues «no había motivo para ponerse así».

Había algo de sobrenatural en su habitación, que impresionaba a los que le visitaban. Y es que, como dice uno de sus hermanos, en aquella habitación «se vivía la presencia de Dios de Isidoro».

Todo lo cual, etc.

 

44.-Preparación para la muerte.-Al tener noticia de su gravedad, el Fundador le comunicó el inexorable diagnóstico de los médicos. El Siervo de Dios había aprendido bien la lección recibida del Fundador, quien al dirigir la meditación de la muerte, en los últimos Ejercicios Espirituales que vivió el Siervo de Dios, recordaba las palabras del Salmo: «Cuando te la anuncien... "laetatus sum in his quae dicta sunt mihi"...» Y al llegar este trance, supo

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llenarse de una santa alegría. «El esfuerzo sobrehumano que representa reaccionar sobrenaturalmente ante el pronóstico mortal de su enfermedad, eso es, para mí, lo más impresionante que he advertido en él», dice uno de los médicos que le asistían.

Desde entonces comenzó a, prepararse, con la mayor naturalidad, para la muerte; pudiera decirse que comenzó la otra Vida antes de morir.

Pocos días antes de su muerte, uno de sus hermanos le hizo conocer el estado de gravedad extrema e inminente en que se encontraba; apenas se le notó un pequeño gesto en la cara. Y preguntó, tan sólo, con mucha tranquilidad y naturalidad: «¿Lo sabíais desde hace mucho tiempo?»; después, dió gracias al Señor y pidió que se le encomendara, pues «tenía que rendir muchas cuentas a Dios». Agradeció mucho la noticia de su próxima muerte inevitable y aumentó su ya grande alegría.

Todo lo cual, etc.

 

45.-Extremaunción. -Recibió la Extremaunción con pleno conocimiento, siguiendo la ceremonia con todo detalle, muy emocionado y con gran devoción. Una mañana le preguntaron: «Isidoro, ¿quieres que te traiga el Padre la Extremaunción?» Y contestó: «Si, eso os iba a decir»; y continuó hablando con los que le acompañaban con la misma tranquilidad y aún más contento. Al poco rato, llegó el Fundador, y entonces la alegría del Siervo de Dios fue extraordinaria. Por lo demás, la misma sencillez, la misma normalidad con que hubiera podido ir a comulgar, si hubiese estado perfectamente sano.

Al marcharse un hermano suyo que iba a ser pronto Sacerdote, y que ayudó al Fundador en la administración de los Santos Oleos, le dijo al despedirse: «Isidoro, tú sí que puedes, decir el bonum certamen certávi, cursum consummavi, fidem servavil». Y él contestó riendo: «Ya ves: tú, tanto estudiar, y a mí me han ungido antes que a ti».

Todo lo cual, etc.

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46.-Días anteriores a la muerte.-El Siervo de Dios había expresado su deseo de morir el Viernes de Dolores: «¡ Qué hermoso día para morir, Padre, y ver hoy a la Virgen!», le decía al Fundador. Y la Señora le llevó a su lado la víspera del Carmen, cuyo escapulario tuvo siempre consigo, hasta la muerte.

Pocos días antes de esta fecha decía que el Señor «le apretaba las clavijas»; se encontraba peor y tenían que ponerle todos los días inyecciones para reanimarle el corazón; a veces, incluso dos seguidas, pues una sola no producía efecto. Respiraba cada vez con mayor dificultad, y sus fuerzas estaban totalmente agotadas. La víspera de su muerte, sin apenas poder hablar, aún tuvo humor para musitar bromeando: «¡Miserias humanas!», al ver la cara de asombro y de lástima de un hermano suyo ante tanto sufrimiento.

Todo lo cual, etc.

 

47.-El día de su muerte.-El 15 de julio de 1943 estuvo durante todo el día con los ojos medio entornados y la respiración más fatigosa que de costumbre. Recibió la visita de varios de sus hermanos, pero apenas pudo decirles nada. Aquel día hizo un último esfuerzo sobrehumano para tomar alimento. A las doce de la mañana rezó el Ángelus, contestando muy lentamente al que le acompañaba. Continuamente volvía la cabeza para mirar el Crucifijo o la imagen de la Señora que, por indicación suya -para verla más fácilmente- tenía sobre la mesita de noche. Cambiaba muchas veces de postura. Estuvo en silencio sin poder hablar y sin que le hablasen tampoco los que estaban a su lado. Sin embargo, cuando se despedian de él, les seguía con la mirada y con una inefable sonrisa.

Todo lo cual, etc.

 

48. La muerte del Siervo de Dios.-A las cinco y media de la tarde de ese mismo día murió con la misma paz

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y sosiego interior con que había llevado su enfermedad. Su muerte fué completamente tranquila. En los últimos días el corazón le funcionaba cada vez peor, hasta que llegó un momento en que no pudo resistir más y en una depresión brusca, mientras miraba el Crucifijo, expiró.

El Señor quiso privarle de algunos consuelos en la hora de la muerte. Después de haber sido acompañado por sus hermanos día y noche durante toda la enfermedad, quiso Dios que casualmente en aquel instante no se encontrase ninguno de ellos en él Sanatorio. Una hermana enfermera presenció su muerte. A los pocos minutos llegó el Fundador y varios hermanos y, le amortajaron con una sábana, siendo velado el cadáver durante toda la noche. Uno de sus hermanos escribió aquel día en su cuaderno de notas: «Muere Isidoro. Pasó inadvertido. Cumplió con su deber, Amó mucho. Estuvo en los detalles. Y se sacrificó siempre».

Todo lo cual, etc.

 

49. Aspecto del cadáver.-El cadáver fué depositado en una dependencia del Sanatorio, donde le velaron sus hermanos. Algunos de éstos advirtieron que conservaba cierto color, especialmente visible en los labios y en .las cuencas de los ojos. Seguía con la expresión de paz y la sonrisa serena que había tenido siempre. Al contemplarle se sentía cierta alegría íntima y tranquila: así lo comentaban sus hermanos. El ingeniero don Federico Escario, subjefe de Explotación de la Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles y compañero del Siervo de Dios, recuerda que se le quedó «muy grabada la bondad que reflejaba Isidoro aun después de muerto».

El féretro se cerró por la noche. Momentos antes de trasladarlo al cementerio se volvió a abrir y uno de sus hermanos tomó el Crucifijo que tenía fuertemente cogido entre las manos el Siervo de Dios. Se cortó también un trozo del sudario que le envolvía y se conservó todo.

Todo lo cual, etc.

 

50.-Entierro.-El entierro tuvo lugar en la tarde del día siguiente. Asistieron muchos hermanos suyos y gran concurso de gentes de todas clases, muchos compañeros y subordinados de su oficina y otros a quienes había tratado en sus actividades apostólicas.

Algunos hermanos del Siervo de Dios sacaron la caja en hombros. Presidió el duelo el Fundador, acompañado del Secretario General del Opus Dei, el P. Aguilar, O. P., parientes del Siervo de Dios y el subdirector de la Red Nacional de Ferrocarriles.

A diferencia de lo que suele ocurrir en los entierros, en que los asistentes conversan con indiferencia de cualquier tema, todos los presentes se mostraban profundamente afectados.

Todo lo cual, etc.

 

51.-Funerales y sepultura.-Asistió también mucha gente a los funerales, que se celebraron el sábado, día 17, en la Parroquia de San Agustín.

El Siervo de Dios fué sepultado en el Cementerio de la Almudena, en un sencillo sepulcro situado a nivel de la capilla, meseta 2.a, cuartel n:° 5, manzana 57, letra A, donde están también sepultados los padres del Fundador del Opus Dei. Una lápida, con una cruz, la fecha del fallecimiento y la inscripción «Vita mutatur, non tollitur», cubre el sepulcro.

Todo lo cual será probado por testigos dignos de fe por haberlo visto, oído o leído, o que lo saben por ser cosa pública y notoria, los cuales indicarán, además, sus fuentes de información.

 

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