Guía sobre el Opus Dei para padres y adolescentes (V).- pero
Fecha Friday, 25 January 2008
Tema 030. Adolescentes y jóvenes


GUÍA SOBRE EL OPUS DEI PARA PADRES Y ADOLESCENTES

 

CAPÍTULO V

 

Adoctrinamiento intensivo

 

Una vez que un adolescente ha dado el paso del “pitaje”, y por tanto se ha convertido en un nuevo prosélito (o “adscrito”, en la terminología interna de la Obra – el término “aspirante” se emplea mucho menos) comienza para él un proceso de adoctrinamiento que dura varios años, y que tiene por objeto que se identifique plenamente con el “espíritu del Opus Dei” y llegue a hacer del mismo principio y fin de su existencia. Este proceso lleva aparejadas una serie de incorporaciones jurídicas a la Obra, que a menudo no son sino meros trámites, y que se dejan para el epígrafe siguiente.

 

El adoctrinamiento se lleva a cabo de forma continua: el director de círculo actúa como mentor espiritual del nuevo adscrito, y tiende a aprovechar cualquier oportunidad que se presente en la vida cotidiana para ilustrarle acerca de distintos aspectos de la vocación a la Obra...



 Existen también actos reglados de este proceso: los ya mencionados “medios de formación”, que durante esta etapa adquieren una nueva dimensión. Los medios de formación internos pueden ser individuales o colectivos, y, aunque duran toda la vida, son particularmente intensos en las primeras fases de la vocación, puesto que se estima necesario que los nuevos prosélitos se hagan con los rudimentos de su recién aceptado régimen de vida de la manera más rápida posible, y sean por tanto elementos proselitistas útiles ya al poco tiempo de pitar.

 

Los medios de formación individuales consisten fundamentalmente en la “charla fraterna” y la “dirección espiritual”. La primera consiste en una conversación semanal en la que el nuevo prosélito pone en conocimiento de un director (laico) cómo ha vivido las exigencias de la vocación a lo largo de los últimos días, y debe tocar una serie de puntos que incluyen, entre otros, cumplimiento de las normas de piedad, mortificación, proselitismo, fe, castidad y vocación. Al cabo de dicha conversación, el director impone al prosélito una serie de objetivos para la semana siguiente.

 

La “dirección espiritual” es una conversación de características similares, aunque en este caso tiene lugar entre el prosélito y el sacerdote del club y suele acabar con la confesión sacramental.

 

El adscrito adolescente, que acude a ambos medios de formación personales, a menudo compromete considerablemente en ellos su intimidad, puesto que desde los comienzos de su pertenencia a la Obra se ve sometido a un bombardeo continuo de máximas que fomentan la “sinceridad salvaje”. Así, es frecuente escuchar en las primeras fases de la vocación expresiones puestas en boca del santo fundador, como “una charla fraterna bien hecha es aquella en la que uno se pone colorado” o “si sois sinceros y cumplís las normas de piedad tenéis la salvación eterna garantizada”. Este tipo de máximas son también frecuentes en la bibliografía interna de la institución:

 

“(...) todos los fieles del Opus Dei somos conscientes de que la charla fraterna es un medio sobrenatural, dispuesto por el Señor para nuestra santificación en el mundo: los Directores son instrumentos de Dios, y cuentan con las gracias convenientes para ayudarnos; por tanto, acudimos siempre con disposiciones de completa sinceridad, con el deseo de que sea cada vez más claro, más pleno, más íntimo el conocimiento que tienen de nuestra lucha ascética, deseando facilitar, a quienes tengan la misión de formarnos, el conocimiento de todas nuestras circunstancias personales (...): nos ha de dar alegría hacer que nuestra alma sea transparente.” Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas. Roma 19-III-2001.

 

En el argot interno, la charla fraterna a menudo se denomina la “confidencia”, denominación equívoca que a menudo lleva al interesado a asumir que lo que cuenta a su director queda entre los dos. La realidad sin embargo es bien distinta. El director laico y el sacerdote a menudo comentan entre sí los distintos asuntos de conciencia que el adolescente en cuestión haya podido manifestar en el curso de ambos medios de formación. Estos debates sobre asuntos íntimos pueden ser extensivos a todos los miembros del consejo de gobierno del club juvenil (hasta cinco o seis personas) en caso de que se estime oportuno, y no son pocos los casos en los que estos debates pueden lesionar el secreto de confesión.

 

Al margen de los medios de formación personales, existen los llamados “medios de formación colectivos”. Estos obedecen a un esquema mucho más sistematizado, ya que, lejos de centrarse en las situaciones que se van presentando en la vida cotidiana de cada adscrito, consisten en una serie de clases semanales en las cuales distintos residentes del club juvenil disertan ante los nuevos prosélitos sobre aspectos concretos de la vocación a la Obra: obediencia, filiación al Prelado, sinceridad, proselitismo, la manera institucional de vivir determinadas virtudes humanas y teologales, etc.

 

La manera de presentar estas cuestiones deja un cierto margen a la espontaneidad del ponente, lo cual aporta una apariencia de naturalidad al que recibe las explicaciones. No menos cierto es, sin embargo, que existen una serie de guiones estándar a fin de asegurar que se hable de todos los aspectos fundamentales de cada tema.

 

Por tanto, puede decirse que el proceso de adoctrinamiento obedece a lo que en el argot interno de la Prelatura se conoce como la teoría del “plano inclinado”: es decir, se lleva a cabo de manera gradual, tratando de mantener una apariencia de naturalidad y de minimizar posibles estridencias. Esto facilita a los nuevos prosélitos la comprensión de planteamientos internos que pueden aparecer chocantes para la persona no familiarizada con las costumbres de la Prelatura.

 

Un ejemplo clásico es la utilización de cilicio y disciplinas, instrumentos tradicionales de mortificación cristiana cuya utilización era relativamente común en siglos pasados, y que a lo largo del tiempo han ido cayendo en desuso hasta el punto de causar extrañeza en nuestros días. Para los no conocedores de las interioridades del Opus Dei, puede decirse que el cilicio consiste en un cinturón metálico salpicado de púas, que se ata alrededor del muslo con las mismas hacia adentro de manera que causa dolor al andar. Las disciplinas son una suerte de fusta de cuerda que se emplea para azotarse en la parte baja de la espalda. La costumbre entre los numerarios de la Obra es ponerse el primero dos horas al día y azotarse con las segundas una vez a la semana.

 

Puesto que la existencia de estas prácticas tanto entre los residentes del club como entre el resto de adscritos supone por lo general un cierto “shock” para el nuevo prosélito, es frecuente que la explicación de lo que son cilicio y disciplinas y de la obligatoriedad de su uso se posponga en el tiempo hasta que aquel “pueda entender” sin escandalizarse.

 

Sin embargo, la teoría del plano inclinado y la multitud de cosas nuevas que el adscrito “recién pitado” va descubriendo, garantizan que, en caso de percatarse por sí mismo o a través de un compañero más adelantado de la existencia de estos utensilios, aquél sea a menudo capaz de “rendir el juicio”, acudir a preguntar con humildad a su director espiritual, y acatar cualquier explicación que este último pueda darle.

 

Otro ejemplo de la teoría del plano inclinado son las llamadas “relaciones con la familia de sangre”, término que se emplea en la Obra para referirse a las relaciones con los miembros de la propia familia. Así, y debido a que la Obra constituye una familia de “lazos más fuertes que los de la sangre”, los nuevos prosélitos van siendo separados poco a poco de sus familias, para facilitar que “estén desprendidos” de ellas:

 

“La Obra, a la vez que milicia, es una familia unida con lazos más fuertes que los de la sangre, con unión de corazones, de voluntades, de afanes...” Cuadernos 11: Familia y milicia. Roma 1998.

 

Esto es sorprendentemente fácil de conseguir en algunos casos, ya que es más asequible debilitar de hecho y gradualmente el vínculo del nuevo prosélito con su familia que inculcarle de palabra la necesidad de hacerlo. De esta manera, el club se vuelve un elemento cada vez más absorbente en la vida del adscrito, tendiendo a monopolizar la mayoría de su tiempo libre y a incitarle a “escaquearse” de planes familiares para asistir a las actividades del club.

 

Paralelamente, es común que el adscrito vaya escuchando cada vez más en los medios de formación que la Obra es su familia, y que tiene que sentir como muy suya la necesidad de “sacarla adelante”, puesto que eso es lo que “Dios ha dispuesto para su vida”. A esto se añaden comentarios que en un momento determinado el adscrito pueda considerar más divertidos o incluso un objetivo a alcanzar, como por ejemplo “si tu madre te ha dicho ya que parece que en tu casa estás en una pensión [porque sólo estás para comer y dormir], vas por buen camino”.

 

En este caso, el plano inclinado puede funcionar también para los padres, puesto que a pesar de las cada vez más frecuentes ausencias es habitual que el adscrito experimente una cierta mejora en su comportamiento en casa, algo que se deriva en parte de la responsabilidad que la vocación a la Obra le hace sentir. Así, los padres pueden tender a irle dejando ir cada vez más, produciéndose una transición casi natural hacia el momento en que su hijo deba abandonar el hogar familiar para irse a vivir a un centro del Opus Dei.

 

Las tretas que para ello se utilizan pueden llegar a rozar la corrupción de menores. Un típico ejemplo el caso de que los directores estimen que los padres no están en disposición de “entender la vocación de su hijo” (es decir, que se prevea razonablemente que vayan a poner dificultades). En estas situaciones es relativamente frecuente que los directores aconsejen al interesado que oculte a sus padres el hecho de haberse unido a la Obra.

 

La teoría del plano inclinado constituye una de las trampas fundamentales del proceso de adoctrinamiento, puesto que su institucionalización como método estándar de funcionamiento constituye una prueba irrefutable de que el adolescente medio no tiene un conocimiento suficiente de cuáles son los compromisos que adquiere al entregarse a la Obra.

 

Cierto es que la vocación se suele plantear como un “entregar todo para toda la vida”, pero no menos cierto es que la teoría del plano inclinado poco a poco va llevando dicha entrega a cotas que para una mente adolescente eran inimaginables a la hora de tomar su decisión. Por otra parte, echarse atrás es cada vez más difícil por varios motivos.

 

En primer lugar, hay que entender que a esas edades la personalidad todavía está en pleno proceso de formación, por lo que existe una cierta inseguridad en el propio juicio, y un gran respeto a aquello que personas a las que uno admira (como los directores o el sacerdote) puedan decir, particularmente si es comúnmente aceptado dentro de los ambientes en los que el chico se mueve (el club juvenil) que esto “viene de Dios”. A ello se une tanto el carácter típicamente gregario del ser humano en esa fase de la vida como el idealismo propio de la misma, que resulta en la necesidad de identificarse con una causa común a otras personas (“recristianizar el mundo” junto con otros adscritos – empezando por aquellos amigos que asisten a las actividades del club juvenil). Es por ello que, como se verá en el siguiente capítulo, una posible salida de la Obra puede ser algo traumático no sólo desde el punto de vista espiritual, sino también desde el humano. Esto en gran parte se debe a que implica necesariamente la prohibición expresa de seguir frecuentando el club. Por último, existe un tercer factor que simple y llanamente puede denominarse “miedo”, cuyo alcance también se comenta algo más adelante.

 

Por supuesto, estos síntomas no se dan en todos los casos. No conviene olvidar que durante la fase adolescente la mayoría de los adscritos siguen residiendo en su domicilio familiar, y que por tanto su vida comporta momentos de tregua y cariño que hacen más llevaderas las exigencias de su recién adquirido compromiso. Así, la experiencia muestra que los problemas personales serios derivados de una falsa vocación al Opus Dei vislumbrada a edades tempranas (y de la deformación de la conciencia que esta tiende a causar) no suelen manifestarse en etapas posteriores de la vida, a veces de forma irreversible...

 

 

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