Guía sobre el Opus Dei para padres y adolescentes (IV).- Pero
Fecha Wednesday, 23 January 2008
Tema 030. Adolescentes y jóvenes


GUÍA SOBRE EL OPUS DEI PARA PADRES Y ADOLESCENTES

Autor: Pero

 

CAPÍTULO IV

 

La captación

 

Todo el proceso expuesto hasta ahora va encaminado a allanar el camino para conseguir “vocaciones” a la Obra, también llamadas “pitajes” en el argot interno de la organización (“pitar” es unirse a la Obra, “pitable” es todo aquel que da esperanzas de poder hacerlo y “hablar de pitar” a alguien es plantearle la “vocación” a la Obra). Tanto los medios de formación como el trato íntimo con los numerarios, la participación en actividades de inmersión o incluso la adjudicación de encargos materiales a los chicos de San Rafael aspiran a establecer un vínculo entre estos últimos y el centro, de manera que los objetivos proselitistas estén permanentemente en el punto de mira...



 Durante los meses previos a que un chico cumpla los catorce años y medio (edad mínima para hacerse del Opus Dei) este tipo de actividades suelen intensificarse, de manera que llegada esta edad, el chico esté suficientemente receptivo a pitar.

 

Es sabido que a estas edades (catorce, quince, dieciséis años), el chico se encuentra en los últimos cursos de la enseñanza escolar, lo cual -especialmente si es estudioso y maduro- le lleva a un progresivo abandono de las preocupaciones derivadas de una mentalidad infantil. En su lugar va ideando sus primeros planes vitales: estudios universitarios, futuro profesional, formación de una familia... Es por tanto un momento ideal para plantearle qué quiere hacer con su vida, puesto que esa primera juventud es también una etapa caracterizada por el idealismo, que permite al que la atraviesa entregarse por entero a aquellas causas que percibe como nobles.

 

La vocación a la Obra se puede plantear de muchas maneras. Dado que existe una amplísima experiencia al respecto dentro de la institución, no es difícil encontrar aquella a la que el interesado pueda responder mejor. Dicho de otra manera: existen chicos más proclives a confiar en el sacerdote (lo cual recomienda que sea éste quien les plantee la vocación), así como hay otros que prefieren conversar con el director del círculo (ídem) o con otros chavales más o menos de su edad que ya se han unido a la Obra (ídem de ídem). Tampoco falta el apoyo puntual de otros numerarios del centro si se percibe que estos pueden tener una especial sintonía con el pitable. En algunos casos incluso se llega a organizar encuentros entre este último y directores de más nivel dentro de la Obra, aun si estos no le conocen personalmente y no residen en el centro (una vez que el chico percibe el respeto con el que la gente del centro trata a estas personas, tiende a interiorizarlo y a mostrarse receptivo).

 

Los argumentos con los que se plantea la crisis de vocación son también variados, y, como se verá a continuación, van desde las motivaciones más elevadas a las más toscas.

 

Una argumentación clásica es la evangélica, a menudo apoyada en la parábola del “joven rico”: el Evangelio narra la historia de un muchacho de posición social acomodada que se acerca a Jesucristo y le pregunta “¿qué he de hacer para ganar la vida eterna?”, a lo que aquél contesta “debes cumplir la Ley de Dios y guardar sus mandamientos”. El joven rico dice entonces “todo eso lo he hecho desde pequeño”, a lo que Jesucristo responde “entonces ve, vende cuanto tienes, da el dinero a los pobres y sígueme”. Cuenta el Evangelio que el muchacho se marcha triste, porque tenía muchos bienes. A pesar de que se trata de un personaje que "cumplía los preceptos de la ley de Dios" en la Obra siempre se muestra al joven rico bajo una luz muy negativa, es decir, como un paradigma de egoísmo e infelicidad. Esto obecede al siguiente razonamiento.

 

Es bastante posible que llegado este momento el chico haya conseguido un cierto “equilibrio vital” en el cual se encuentra a gusto consigo mismo, puesto que está centrado en sus estudios, es razonablemente responsable con sus obligaciones y además presta una atención a Dios bastante por encima de la media. Además, será frecuente que ya hayan surgido en su vida algunos aspectos normales en el desarrollo de la persona humana (como por ejemplo la fascinación por el sexo opuesto) a los que es difícil renunciar. Por último, se dará cuenta de que hay personas como los numerarios que “dan más”. Por ello, a nadie se le escapa que es muy fácil que un adolescente, convenientemente aleccionado se vea en la tesitura del joven rico, puesto que por un lado es "bueno", cumple los preceptos de la Ley de Dios y quiere seguirle, pero por otro le cuesta dejarlo todo.

 

En otras palabras, esta parábola se suele utilizar para hacer ver al pitable que sólo tiene dos opciones, a saber: (a) decir que sí a lo que le están planteando (es decir, entregar su vida a la Obra) o (b) decir que no y ser un egoísta y un infeliz para siempre (como el joven rico). Al margen de lo draconiano de esta disyuntiva, vale la pena hacer notar la insidia con la que se tergiversa el Evangelio, y cómo se utiliza todo el peso del mismo para poner al catorceañero en cuestión entre la espada y la pared. 

 

A la argumentación de “no seas como joven rico” se unen otras muchas. Unas apelan a la generosidad y a la responsabilidad: “Si Dios dio su vida por ti, sufriendo la muerte más dolorosa posible en la cruz ¿tú no vas a dar tu vida por Él?”, “si no pita la gente como tú, ¿quién va a recristianizar el mundo?”, “Dios te ha puesto en este ambiente (padres, colegio, centro...) como una señal de que te quiere para si dentro de la Obra”, “Dios te llama ahora que eres joven y no tienes planes definidos”, “tú has sido elegido por Dios desde toda la eternidad, ¡no tienes derecho a decirle que no!”,“¿tú te crees que los numerarios son unos tíos raros, que no les gustan las niñas ni estar con su familia?: ¡somos el Estado Mayor de Cristo!”; o, simple y llanamente, a lo más básico y burdo: “tú tienes una vocación como la copa de un pino, y si no te entregas es porque eres un marica y un cobarde” o bien “tú no pitas porque no tienes cojones”. 

 

El grado de presión al que se somete al interesado va incrementándose, y no se restringe al ámbito del centro. Es por ejemplo habitual la profusión de conversaciones telefónicas, a menudo con periodicidad diaria, y el acaparamiento del tiempo libre del chico, de manera que este viva dentro del triángulo “casa-centro-colegio”.

 

En ocasiones, tanto el director del círculo como el sacerdote aprovechan su posición en el colegio para sacar al chico de clase durante las horas lectivas y mantener con él conversaciones sobre vocación. Es frecuente que adopten una estrategia en pinza, tipo “poli bueno - poli malo”. Así, uno de los dos hace el trabajo sucio de pinchar al interesado en su amor propio, fomentando el complejo de culpa en base a su presunta falta de generosidad. El otro mientras tanto adopta una postura aparentemente mucho más comprensiva, enfocada a conocer los miedos e inseguridades más íntimas del chico. Al acoso puede añadirse algún compañero de clase que ya haya pitado. Por irresponsable que resulte, éste a menudo tiene carta blanca para plantear las cosas como mejor le parezca.

 

Así, el adolescente se encuentra entonces entre la espada y la pared. Ceder implica la renuncia a la propia libertad, mientras que resistir no sólo supone “decir no a Dios” (que dicho sea de paso, suena muy duro en los oídos de un adolescente que hace esfuerzos por tomarse la fe en serio) sino también decepcionar a “buenos amigos” (como el sacerdote o el director o sus compañeros del círculo). No conviene olvidar tampoco que la crisis psicológica es difícilmente sostenible en el tiempo, sobre todo para un chico que carece de experiencia vital. La sensación de soledad se acentúa si el chico siente un cierto pudor a la hora de comentar su “crisis vocacional” con los padres. Hay que tener en cuenta que el director y el sacerdote han conseguido desde hace ya tiempo usurpar el rol de confidentes espirituales, y que un chico de esa edad es típicamente rebelde y celoso de su incipiente independencia (y por tanto poco dado a discutir determinadas intimidades con sus progenitores).

 

El director y el sacerdote, por el contrario, realizan su labor sin dar pábulo a los escrúpulos, en parte porque con ellos posiblemente actuaron igual (no conviene olvidar que actualmente un porcentaje muy elevado de los numerarios que atienden clubes juveniles de la Prelatura se unieron a la misma durante la adolescencia), y en parte porque se trata del modus operandi tradicional de la institución (y por tanto "viene de Dios").

 

Sin embargo, no puede dejarse pasar el hecho de que la crisis provocada es ficticia, puesto que existen soluciones alternativas evidentes. Es aquí donde en gran parte radica la trampa de la “vocación” a la Obra: no se trata de un encuentro personal con Dios (como debe ser supuestamente toda vocación) sino de un proceso estandarizado de captación.

 

Como hemos visto, la única elección honrosa que realmente le queda al adolescente es la de ser numerario. La posibilidad de una entrega a Dios dentro del matrimonio, como la que en muchos casos viven sus propios padres, está por ejemplo fuera de toda cuestión. Si el interesado expresa que el matrimonio cristiano es el camino que percibe como suyo, inevitablemente recibirá la respuesta de que le falta generosidad, y de que debe pensarlo (rezarlo) más. No es por tanto la voluntad de Dios ni la libre elección del interesado lo que cuenta: es la idea preconcebida que la Obra le plantea como única alternativa. Es por ello que los casos de vocaciones de supernumerarios en estas edades son prácticamente inexistentes.

 

Además, los clubes juveniles se conciben como auténticas factorías de pitajes, donde lo que importa es que pite gente, y no que estas “vocaciones” sean realmente firmes y provengan de Dios. Dicho de otra manera, la vocación la otorgan los directores del club a aquellos chicos que estiman que pueden tenerla, y a partir de ahí insisten en su tarea sistemática de acoso y derribo hasta conseguir los pitajes. Por el contrario, aquellos chicos que no dan esperanzas dejan de interesar.

 

Esta práctica puede tener consecuencias en el futuro, siendo habituales los casos de “vocaciones” adolescentes que pocos años después abandonan la fe católica coincidiendo con su salida de la Obra. Sobre este particular se abunda más adelante.

 

En cualquier caso, la presión ejercida de manera constante y desde tantos puntos distintos acaba por hacer mella en la víctima, que ve cómo la única salida que le queda, -por costosa que sea- es la de pitar de numerario. Llegados a este punto pueden pasar dos cosas: por un lado cabe que el chico desaparezca, ya sea porque está harto o porque ha consultado a terceras personas (sus padres, hermanos, amigos…); y por otro existe la posibilidad de que finalmente capitule, eso sí, con más resignación que entusiasmo. 

 

Una vez que se ha producido la rendición incondicional, la Obra da una nueva vuelta de tuerca. La víctima ya ha decidido entregar su vida entera, por lo que asentirá mansamente a cualquier nuevo requerimiento que se le plantee. Por ello, y con objeto de poder declinar luego toda responsabilidad, el director dirá al interesado que las puertas de entrada a la Obra “hay que abrirlas a cabezazos”. En otras palabras, que es el propio interesado quien debe pedir formalmente que le sea permitido unirse a la Obra.

 

Dicha petición se hace primero de palabra al director del centro y después por escrito mediante una carta. Ésta va dirigida al responsable absoluto de la Obra en su país (si el chico es menor de dieciséis años) o directamente al Prelado (si es mayor). Tanto en la entrevista como en la carta debe hacer notar explícitamente que se une a la Obra libremente y porque “le da la gana”, que en palabras del fundador del Opus Dei “es la razón más sobrenatural”. Se consigue con ello terminar de subyugar la voluntad del adolescente, y que a efectos formales figure que es él y no la Obra quien desea establecer el vínculo.

 

Aunque la carta no recibe contestación (son raras las instancias en que el Prelado contesta a las cartas de “sus hijos”), el adolescente automáticamente adquiere todos los compromisos y obligaciones de la vocación de numerario a partir del momento en que la escribe. Existe un matiz jurídico al respecto, matiz ambiguo que la Obra habitualmente esgrime para justificar que no hay adolescentes en sus filas. De ello hablaremos un poco más adelante, al llegar a los “tiempos de prueba”.

 

Una vez escrita la carta comienza un período de adoctrinamiento intensivo, destinado a que el adolescente vaya interiorizando las normas, costumbres y modos de funcionar de la Obra lo más rápidamente posible. Éste y otros temas se abordan en el siguiente capítulo.

 

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