Sobre la maldición del Rejalgar.- Otaluto
Fecha Friday, 18 January 2008
Tema 040. Después de marcharse


Jacinto pregunta que podemos decirle a sus amigos que han sido afectados por la maldición del rejalgar. Se trata de un pedido bastante concreto, con lo cual intentaré dar alguna pauta práctica.

 

Cuando era niño lei en una revista de divulgación un articulo sobre la maldición de Tutan Kamon. El articulo comentaba sobre las muertes misteriosas del grupo de arqueólogos que descubrieron y penetraron en la tumba del joven faraón. Como niño quedé profundamente impresionado por ese auténtico disparate. Lo que ocurre es que puede ser misteriosa una muerte en accidente de auto, si esta se produce en un desolado pueblo patagónico. Pero si sucede en una autopista europea, podrá ser trágica o catastrófica, pero difícilmente amerite el calificativo de misteriosa. Del mismo modo, es misteriosa una muerte producida por la picadura de un extraño insecto tropical, a menos que el afectado sea un arqueologo supervisando excavaciones en el medio de la selva. En fin, las extrañas muertes tenian poco de extraño y mucho de probable. En definitiva todos morimos al menos una vez en la vida. Pese a esto siempre rondó mi mente el pensamiento de qué se siente, como se vive la vida, cuando uno está convencido de que tarde o temprano será alcanzado por una maldición. Pienso si hasta los más nimios acontecimientos cotidianos no adquieren un relieve premonitorio y macabro. Quizás uno espera inconcientemente el desastre a la vuelta de la esquina, en perpetua tensión y angustia, creyendo que el único culpable es uno mismo, por haber irritado una fuerza obscura y primordial. No sé.

 

Se me hace que la maldición del rejalgar es algo parecido. Se instala en nuestra mente y es difícil sacarla.

 

Si el Dios del cristianismo nos maldijera, -El no lo quiera-, seguramente moririamos instantáneamente. Pero el dios del opus dei, tambien llamado el dios Tiquismiquis, no es el Todopoderoso. Por el contrario, ocupa una posición poco destacada en la legión de seres divinos, y a decir verdad su poder no es muy grande. Para ser sinceros tiene varios defectos, entre ellos la pereza, pero no vamos a ventilarlos ahora.

 

Volviendo al punto, cuando alguien abandona la obra, el poder del dios Tiquismiquis no alcanza para fulminarlo instantáneamente. Por el contrario, debe tomarse su tiempo, esperar a su presa y golpearla en el momento en que se encuentre más vulnerable. La venganza de Tiquismiquis es un plato que se sirve frio.

 

Cuando yo me casé, como todo el mundo me fui de luna de miel. En el medio del viaje, en un país extranjero, mi mujer comenzó a sentir un agudo dolor en el vientre. Estaba bastante asustada y pensaba que era apendicitis, se la veía pálida. Busqué el número del seguro médico contratado para el viaje y fui a la recepción del hotel a hacer la llamada. Ya frente al teléfono y antes de comenzar a discar, cerré un segundo los ojos. Durante ese breve lapso de tiempo desfilaron por mi mente las siguientes escenas:  mi mujer internada de urgencia en una deprimente clínica estatal, un seguro medico inexistente, explicaciones confusas en una lengua extranjera, una operación a las apuradas perpetrada por un matasanos, el pálido cadáver en una camilla de hospital, interminables horas de espera en la morgue local para recuperar el cuerpo, un solitario viaje de regreso, las explicaciones a la familia, el llanto y el dolor,  los interminables años posteriores de soledad y culpa por una vida de felicidad que pudo haber sido. En ese momento supe que la venganza de Tiquismiquis me había alcanzado. Quizás había logrado evadirla durante unos breves meses de felicidad irresponsable, pero finalmente había llegado. La certeza premonitoria del desastre que iba a ocurrir me proporcionó una extraña tranquilidad. Ese actuar sin sentir, sin permitir que los sentimientos intervengan, tantas veces experimentada durante mis años en la obra.

 

Cuando a las pocas horas la dieron de alta, -el problema no era más que una contractura muscular-, entré en un estado de felicidad eufórica. Tiquismiquis había reconsiderado su posición y decidido postergar su venganza. Por ahora todo estaba bien. En adelante debía cuidarme más. No ser tan feliz. No disfrutar tanto de las cosas cotidianas, en una palabra, aceptar el rejalgar.

 

Alguna vez leí a un autor que explicaba que los paganos temían mostrarse excesivamente prósperos o felices, para no excitar la envidia de los dioses. Sus vidas se convertían así en un perpetuo disimulo. También ofrecían sacrificios, es decir, destruían algo de su propiedad, y hacían cosas que los ponían tristes, como matar a su propios hijos, todo con el fin de no atraer la ira divina.

 

El rejalgar es un pacto de este tipo: mi vida es una mierda, por lo tanto Dios no me va a castigar por haber dejado la obra. Como no soy del todo feliz, la venganza se posterga, se dilata.

 

¿Qué les diría yo a los amigos de Jacinto? Anímense: desde este punto de vista el rejalgar no parece tan malo, casi se diría que es un buen negocio.

 

Pero si realmente quieren librarse de la maldición del rejalgar hay un solo camino: convertirse al cristianismo.

 

El Dios de los cristianos no tiene complejos de inferioridad: no se siente celoso si somos felices. Estamos autorizados a gozar de una felicidad total, sin temores a represalias por hechos cometidos anteriormente.

 

Y además existe una ventaja adicional de no poca importancia. Aun en el caso de que dejar la obra hubiera sido un acto de traición, que no lo fue, debemos recordar que en nuestra religión la traición no se castiga. Es una regla básica de juego: ni Judas ni Pedro fueron castigados por la suya, aunque cada uno eligió luego su propio destino.

 

La segunda vez que temí ser alcanzado por la venganza de Tiquismiquis fue con motivo del nacimiento de mi primera hija. ¿Qué si, finalmente, el bebe por nacer tenía alguna discapacidad grave o un retraso mental? ¿Qué si se trataba de un ser débil y no apto para enfrentar los rigores del mundo? El temor natural que todo padre tiene adquiría un tinte siniestro: nuevamente Tiquismiquis al acecho.

 

Para ese entonces me encontraba felizmente en pleno proceso de reconversión al cristianismo. Pensé entonces que las maldiciones no existen, ni siquiera la de Tutankamon. Pero sí existen las bendiciones. La vida es una gran bendición de Dios, y solo un loco o un pagano pueden considerar como un castigo el tener que criar un niño defectuoso.

 

Sentí por primera vez que el Amor es más grande. Es una fuerza arrolladora y optimista, dispuesta a encontrar el bien donde otros solo ven el mal, es un caudal inmenso de energía que arrastra consigo las dificultades, es gozo, es paz, es una risa eterna y contagiosa, es ausencia de culpa, es la libertad de mirar la verdad.

 

Ya han pasado varios años, y a pocos días del nacimiento de mi séptimo hijo miro mi vida desde que dejé la obra como larga cadena de bendiciones. El rejalgar es solo un vago recuerdo de algo que quedó en el camino.

 

Paz a todos.

 

Otaluto.









Este artículo proviene de Opuslibros
http://www.opuslibros.org/nuevaweb

La dirección de esta noticia es:
http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=11598