Nada nuevo bajo el sol. Para Ana Azanza, cordialmente.- Josef Knecht
Fecha Wednesday, 16 January 2008
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


Me ha gustado el escrito de Ana Azanza del 14.01.08, en el que describe con acierto el camino que muchos hemos recorrido (o recorremos) para despejar la mente de los hábitos y costumbres adquiridos en el tiempo en que uno fue numerario o numeraria de la Obra. Estoy sustancialmente de acuerdo con ella. Pero me permito manifestar mi discrepancia con una de sus afirmaciones, exactamente la que dice: “Realmente, a no ser que neguemos la libertad, Dios no traza caminos a nadie, te da la vida, una inteligencia y tu libertad y “apáñate”. Es el Opus el que traza caminos …”. Además, esta afirmación me recuerda lo que Mineru escribió el pasado 12.12.07, cuando afirmó que, en su opinión, no hay vocaciones concretas en la Iglesia, sino sólo la vocación general a ser cristiano.

 

A mi modo de ver, Dios sí puede trazar caminos a alguien cuando le concede una llamada o vocación. Claro está que toda llamada verdadera de Dios respeta la libertad del ser humano, sin encorsetarlo de manera inhumana: recordemos el modelo paradigmático de Abrahán, padre del pueblo elegido y, en general, padre de los creyentes. Sin respeto a la libertad, no se puede hablar de vocación divina, sino de una caricatura vocacional, que es lo que muchos de nosotros vivimos y padecimos en la Obra. Por eso, no me parece correcto contraponer de manera absoluta el respeto a la libertad humana y las llamadas concretas de Dios para con los creyentes. Por otra parte, una idea dominante en la literatura bíblica es el hecho de que Dios intervenga en la historia humana pactando alianzas con los hombres: con Abrahán, con el pueblo elegido, con todo el género humano, etc., lo cual indica que el respeto a la libertad es compatible con la capacidad de comprometerse con Dios y viceversa.

 

Dios sí puede llamar a alguien para que recorra en la Iglesia y en el mundo un camino concreto. Ya expuse esta tesis en mi respuesta del 14.12.07 a Mineru.

 

Ahora desearía recomendar a Ana Azanza, a Mineru y a todos los interesados por esta cuestión la lectura de una obra del teólogo medieval Tomás de Aquino (1225-1274) en la que aborda esta serie de cuestiones. Ya en el siglo XIII había teólogos que no veían clara la existencia de vocaciones concretas en la Iglesia y se oponían a la existencia de las órdenes religiosas, para lo que empleaban argumentos más o menos parecidos a los de Mineru o de Ana. Santo Tomás rebatió esos argumentos en su opúsculo Contra los detractores de la vida religiosa que recientemente se ha traducido al castellano: Opúsculos y cuestiones selectas de Santo Tomás de Aquino, vol. IV: Teología (2), BAC Mayor 87, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2007. Puesto que Ana es filósofa, supongo que le interesará esta lectura. En esa obra, el Aquinate plantea y responde, en el marco de las circunstancias culturales y sociológicas de su época, cuestiones que a veces nos formulamos los ex-miembros de la Obra: ¿son necesarios los montajes de una orden religiosa o de un instituto secular o de una prelatura personal para ser buen cristiano? Es cierto que hoy en día se platearía esta pregunta y se respondería a ella con acentos algo distintos a los del siglo XIII, pero esto no resta autoridad a las enseñanzas de Tomás de Aquino.

 

Advierto que, por supuesto, santo Tomás nunca justificaría los errores vocacionales que se practican en la Obra; ningún buen teólogo puede cometer ese error tan elemental. Y supongo que santo Tomás tampoco estará satisfecho con el uso que algunos directores de la Obra hacen actualmente del pensamiento tomista; a este respecto, el libro de Isabel de Armas (La voz de los que disienten. Apuntes para san Josemaría, Foca, Madrid 2005, pp. 177-183) muestra que el tomismo vivido en el Opus de manera integrista no se corresponde con lo que realmente santo Tomás enseñó.

 

Lo que simplemente deseo señalar con mi escrito de hoy es que muchas de las cuestiones que nos planteamos en la página Opuslibros ya han sido tratadas muy a fondo por pensadores anteriores a nosotros. Conviene leer a los autores clásicos para darnos cuenta humildemente de que no hay nada nuevo bajo el sol: “nihil novum sub sole” (Eclesiastés 1,9).

 

Y termino con otra advertencia. Aunque acabo de recordar que no hay nada nuevo bajo el sol, me gustaría pensar que los absurdos cometidos en la Obra, portadores de daños y sufrimientos a mucha gente, sí son una novedad en la historia de la Iglesia y que ésta hará bien en quitárselos de encima cuanto antes. Por eso es por lo que estoy sustancial y cordialmente de acuerdo con Ana. Eliminar esos daños es más importante y serio que las legítimas discrepancias que podamos tener entre nosotros.

 

Josef Knecht









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