Hola a todos. Les presento a mi gato Lolo. Como ven Lolo tiene cara de inocente y de no haber roto un plato. Bueno, algo ha roto. Rompió dos gatos de porcelana que teníamos debajo de la televisión. Lolo es ya abuelo. Vive con su señora, la gata Lola, su hijo Polillo que recientemente ha sido padre de cuatro gatitas, fruto de sus amores con Rosita, una gata que me regalaron. Si Rosita fuera mujer seguro que sería supernumeraria de las de antes (las de ahora, parece que le tienen miedo a la familia numerosa). Es muy dulce, cortés, educada y cariñosa. Me viene a despertar todas las mañanas. Me ayuda a vivir el minuto heroico. Y se echa a dormir en mi cama con toda la frescura gatuna.

Tengo que decir, que de estos gatos he recibido más compañía y cariño que de muchos numerarios del Opus Dei. Hace muy poco tiempo que dejé la Institución. Estos gatos son mis pequeños amigos y casi mis "hijos". No les importa dedicarme parte de su tiempo, y jugar conmigo. Y cuando no quieren, se escapan. Los gatos son sinceros, no son hipócritas, son sencillos. Nunca me han arañado conscientemente, ni me han hecho jugarretas. No puedo decir lo mismo de muchos numerarios del Opus Dei. Y sobre todo de algunos directores de los que he recibido mobbings. Que Dios les perdone. Yo también les perdono. A todos habría que recordarles lo del "amaros los unos a los otros, como yo os he amado". No es una sugerencia. Es una tajante prescripción divina. Aún no se han enterado. A lo mejor por eso cada vez van de mal en peor. No lo se el Opus Dei, pero desde luego, la familia de Lolo, firme, compacta y segura, va creciendo... en mi balcón... bajo la mirada amorosa de Dios Nuestro Señor.