Iglesia, Opus Dei y ex miembros.- E.B.E.
Fecha Wednesday, 19 December 2007
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


 IGLESIA, OPUS DEI Y EX MIEMBROS

E.B.E., 19 de diciembre de 2007

 

Realmente no sé cuál es la relación entre la Opus Dei y la Iglesia. Es decir, no tengo pruebas de que la Jerarquía de la Iglesia haya encubierto el actuar fraudulento de esa prelatura.

Al menos públicamente, lo único que existe son opiniones al respecto. Opiniones basadas en profundos sentimientos y en situaciones particulares, desde donde se obtiene la propia perspectiva.

Hay ex miembros que separan a la Iglesia respecto de la Opus Dei, mientras que hay otros a los que les resulta imposible disociarlas.

A partir de esas dos perspectivas, surgen unas actitudes de confirmación hacia la Iglesia y otras en sentido contrario,  que le han retirado gran parte de su confianza, cuando no toda.

No creo que haya nada que discutir al respecto. Quien ha retirado su confianza a la Iglesia no puede pedir a los demás que lo hagan, pues se trata de un tema de conciencia en última instancia. Lo mismo se aplica en sentido contrario: quienes conservan la fe en la Iglesia no tienen ninguna legitimidad para imponer esa fe que conservan.

Más allá de las «actitudes» a ser respetadas, se puede discutir «el tema» de la relación que existe entre el Opus Dei y la Iglesia a nivel de responsabilidades y culpabilidades. Pienso que es posible profundizar mucho en ello (a mí me parecen muy interesantes todos los escritos producidos estos últimos días, aunque puedan excluirse mutuamente).

Sin embargo, ninguna demostración racional puede forzar la ruptura del vínculo con la Iglesia, aún si se pudiera demostrar la total y absoluta responsabilidad de la Santa Sede por los daños provocados por la Opus Dei. Pues en última instancia, la fe en la Iglesia tiene raíces muy subjetivas, es decir, que residen en lo más profundo del sujeto y no en una demostración externa.

Del mismo modo, ninguna argumentación racional de teología dogmática puede forzar un asentimiento interior (y no sólo formal) mientras exista un profundo convencimiento personal de que la Iglesia es responsable por el Opus Dei y su fraude en la Fe de tantas personas.

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Al plantear «la Reforma» del Opus Dei u otros temas semejantes, pueden surgir antagonismos si la argumentación se vuelve teórica y toma en cuenta una sola de las perspectivas, es decir, la de quienes siguen creyendo.

Es claro que para quienes han retirado su confianza puesta en la Iglesia, el tema de la Reforma les tiene sin el menor cuidado, si es que antes no les parece un sinsentido. Al contrario, toda reforma que no incluya a la misma Iglesia (al menos a través de un real mea culpa) implicaría una nueva defraudación, más de lo mismo. Y para eso, con una vez basta.

Para no llegar a un enfrentamiento entre ambas perspectivas, quienes proponen Reformar el Opus Dei deberían incluir toda «la experiencia de campo» en el sentido antropológico, y evitar que su reclamo sea un eco de la oración del fariseo:

Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás  hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias" (Lc, 18, 9-12).

Es decir, es imposible proponerse una reforma sin tener en cuenta el escándalo de la Fe que ha causado el Opus Dei en tantas personas. Y en este sentido, el testimonio de quienes han sido escandalizados debe ser incluido, necesariamente. Y es probable también que merezcan una mayor reparación (me recuerda esto a la parábola del hijo pródigo, para quien se hizo la fiesta y no para el hijo que cumplía todo al pie de la letra). Hablar de reforma sin tener en cuenta «esa parte de la realidad», conlleva un considerable grado de segregación.

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Hay subyacente en toda esta discusión el tema de la hegemonía de la Fe. Es esa supremacía la que lleva al enfrentamiento y crea sentimientos de superioridad, porque se sobrentiende que la Fe no puede compartir su lugar ni puede rebajarse al nivel de la experiencia humana.

Siendo que la Fe es un Don, no es mérito de nadie ni ha de ser causa para sentirse superior. Quien conserva la Fe, no tiene sin embargo licencia para ejercer ningún tipo de superioridad sobre ninguno de sus iguales en nombre de unos méritos que no son propios. Todos seguimos siendo hombres, (varones y mujeres) ya sea que se tenga Fe o no.

Esa hegemonía de la Fe es más un producto histórico y sobre todo muy humano, que nada tiene que ver con un Don. En todo caso, la Fe es digna de ser transmitida y deseada, pero no impuesta. En la medida en que la Fe se manifiesta hegemónica, es inevitablemente impuesta. Y un modo de imponerla es marginando a quienes no creen de la misma manera.

La Fe del Evangelio, con todo su dramatismo, es una invitación. Y jamás disputa ningún espacio de poder, porque no lo necesita ni para su supervivencia ni para su dignidad.

Saludos,
E.B.E.









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