La vocación en el juicio final.- Mineru
Fecha Monday, 10 December 2007
Tema 125. Iglesia y Opus Dei


No son pocas las personas que, a veces con una cierta angustia y otras veces con desesperación, se preguntan y se preocupan por las consecuencias que puede tener para ellas el seguir una opción de vida donde esté o no esté presente el Opus Dei.

En el plano meramente terrenal, pueden buscar respuestas a esta pregunta con la lectura de los documentos y testimonios que abundan en esta Web a la que tantos podemos estar agradecidos, aunque sólo fuese por esta razón.

 

Puede que alguien se pregunte: ¿la opción de vida de una persona se agota y consume en el Opus Dei? O, también: ¿se hace definitiva en el Opus Dei la opción de vida de una persona?; ¿qué es o representa el Opus Dei en la opción de vida de la persona?; ¿cómo se juzgará finalmente la opción de vida de la persona que sea o haya sido del Opus Dei?

 

Para facilitar la respuesta a estas posibles preguntas, hay que adelantar que, como dice Benedicto XVI, la opción de vida del hombre se fragua en el transcurso de toda su vida, es decir, desde que nace hasta que muere. Por tanto, parece claro que no puede consumirse, ni agotarse, ni hacerse definitiva por la pertenencia a ninguna Institución. Respecto a lo que pueda representar el Opus Dei en la opción de vida de una persona en concreto, me parece oportuno remitir al lector a otros dos  escritos de esta misma Web: “La vocación absoluta.- Mineru.” yLa vocación “divina” al Opus Dei.- Mineru”.

 

En la última encíclica del Papa podemos hallar respuesta para la pregunta del juicio: Spes Salvi (45). La opción de vida del hombre se hace en definitiva con la muerte; esta vida suya está ante el Juez. Su opción, que se ha fraguado en el transcurso de toda la vida, puede tener distintas formas. Puede haber personas que han destruido totalmente en sí mismas el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor. Personas en las que todo se ha convertido en mentira; personas que han vivido para el odio y que han pisoteado en ellas mismas el amor. Ésta es una perspectiva terrible, pero en algunos casos de nuestra propia historia podemos distinguir con horror figuras de este tipo. En semejantes individuos no habría ya nada remediable y la destrucción del bien sería irrevocable: esto es lo que se indica con la palabra infierno. Por otro lado, puede haber personas purísimas, que se han dejado impregnar completamente de Dios y, por consiguiente, están totalmente abiertas al prójimo; personas cuya comunión con Dios orienta ya desde ahora todo su ser y cuyo caminar hacia Dios les lleva sólo a culminar lo que ya son.

46. No obstante, según nuestra experiencia, ni lo uno ni lo otro son el caso normal de la existencia humana. En gran parte de los hombres –eso podemos suponer– queda en lo más profundo de su ser una última apertura interior a la verdad, al amor, a Dios. Pero en las opciones concretas de la vida, esta apertura se ha empañado con nuevos compromisos con el mal; hay mucha suciedad que recubre la pureza, de la que, sin embargo, queda la sed y que, a pesar de todo, rebrota una vez más desde el fondo de la inmundicia y está presente en el alma. ¿Qué sucede con estas personas cuando comparecen ante el Juez? Toda la suciedad que ha acumulado en su vida, ¿se hará de repente irrelevante? O, ¿qué otra cosa podría ocurrir? (…)  la salvación de los hombres puede tener diversas formas; que algunas de las cosas construidas pueden consumirse totalmente; que para salvarse es necesario atravesar el «fuego» en primera persona para llegar a ser definitivamente capaces de Dios y poder tomar parte en la mesa del banquete nupcial eterno.

Anotamos que, ocurrido el tránsito de la muerte, no sabemos qué pasará exactamente, pero podemos intuirlo como hace el Magisterio de la Iglesia. Esta intuición no distingue entre laicos ni clérigos, solteros o casados, ricos ni pobres, miembros o no de Institución eclesial alguna.

 

Parece claro, pues, que todos rendiremos cuentas de nuestro deseo de la verdad y disponibilidad para el amor; de nuestra impregnación completa de Dios y de nuestra apertura total al prójimo; en definitiva, de nuestra comunión con Dios y de los compromisos que hayamos contraído con el mal.

 

Ante este planteamiento sobre el juicio de la opción de vida, cada uno tiene la responsabilidad de buscar –de optar, de adoptar- lo que le es útil y dejar de lado lo que le estorba, sabiendo que la opción de vida es un hecho histórico, es decir, que se fragua a lo largo de toda su vida y no solo de parte de ella, por muchos años que haya durado una de las partes.

 

Mineru

 

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