2. Cómo se genera la Identidad
Antes de continuar, quería hacer una reflexión.
Todo lo que se puede escribir sobre la Obra una vez estando
afuera resulta incompleto -en alguna forma- porque ya
no disponemos de tantas fuentes y textos que sólo están
disponibles para los que se quedan dentro. Hay mucho material
para citar y para estudiar a fondo. Lo que escribimos aquí
es lo que recordamos o lo que hemos apuntado en su momento.
Pero si pudiéramos acceder nuevamente a la enorme "biblioteca"
interna de la Obra, tendríamos un material muy valioso
para estudiar y analizar en profundidad el fenómeno
Opus Dei. Todo ese material está disponible "adentro",
mientras no sea leído críticamente, mientras
sea material de adoctrinamiento. La Obra ha producido -y
produce- enormes cantidades de escritos. Es una pena que hayan
quedado en el secreto (es una prueba más del "espacio
privilegiado" que la Obra supone). La Obra puede eliminar
aquellos textos que la comprometan en un futuro: como no son
públicos, nadie los conoce salvo ella y sus miembros.
Parecería que la Obra es la única autorizada
a dar testimonio de sí misma. Y esto es gracias a la
legitimidad que le otorgan quienes están por encima
de ella y quienes están dentro de ella.
Hasta hace poco no había voces que se opusieran con
autoridad: todas eran críticas "desde afuera".
Ahora, nosotros podemos cambiar esa legitimidad, haciendo
públicas las injusticias que la Obra comete y el silencio
en el cual se esconde.
Nosotros estamos tan calificados como la Obra misma para
hablar y dar testimonio. En algún punto, estamos más
calificados que la Obra, porque no tenemos necesidad de ocultar
nada y sí en cambio de decir muchas cosas que la Obra
quiere ocultar. Necesitamos decirlas porque es un modo de
rectificar.
La Obra tiene un control sobre la producción de conocimiento
tan grande como cualquier dictadura política. De hecho
funciona como tal. No tiene controles externos e internamente
no existe oposición. La figura de la Prelatura parece
la coartada perfecta para la impunidad.
Allí "dentro" están las pruebas
de toda una formación muy cuestionable. Allí
están las pruebas de lo que hemos padecido. Y la Iglesia
no puede ser cómplice de ese silencio. O mejor, no
puede permanecer en silencio sin evitar la complicidad.
***
Para saber más sobre la formación de la Identidad
en la Obra nos deberíamos preguntar cómo quería
el fundador que fueran sus "hijos" y qué
medios utilizó para imprimir la nueva identidad.
La identidad es un camino de dos vías: se imprime
y se acepta. Uno "se identifica" con algo, aunque
el proceso pueda ser no muy consciente y sometido a manipulación.
De hecho, hay pruebas más que suficientes para demostrar
que fuimos forzados a vincularnos con el fundador en una relación
de filiación y más tarde forzados, nuevamente,
para desvincularnos de esa relación.
Mientras ayer nos vinculaban a la Obra unos ideales que tapaban
toda esa coacción, hoy sólo quedan los rastros
de la violencia ejercida sobre la conciencia. Creo que ese
es el "vínculo" más importante que
hoy nos une al Opus Dei.
No es un vínculo libre o voluntario sino basado en
un daño. Es un vínculo de hecho más que
de consentimiento. Por eso es difícil desvincularse.
Mientras ese daño no se cure o se resuelva, el vínculo
permanece.
Es muy probable que, por lo tanto, cueste "des-identificarse"
o quitarse la identidad. Es como arrancarse la piel.
***
Al hablar de la Obra, pienso constantemente en "la
cúpula" y no tanto en sus miembros. Pienso más
bien en los que tienen el poder de tomar decisiones y de influir.
En los responsables que promueven las inmoralidades.
La verticalidad de la Obra define el mapa de las responsabilidades
y del origen de las decisiones cuyas consecuencias tanto nos
afectaron.
No tengo en cuenta a los "miembros", a aquellos
que son mayoría y no tienen ni la mínima participación
en la toma de decisiones. Son más bien víctimas
de un adoctrinamiento y creo que necesitan de nuestra solidaridad.
Sí, esta será la mejor manera de llegar a un
entendimiento con los que son nuestros iguales, y al mismo
tiempo, señalar a los reales responsables que se esconden
-esos sí que son cobardes- en el anonimato de
la burocracia y del gobierno colegial. Cuanto más arriba,
más escondidos y más responsables.
Quienes dirigen el destino de la Obra están muy interesados
en lograr una dialéctica miembros / ex-miembros para
así hacerse a un lado y evitar ser señalados
y bien localizados. Quieren plantear el conflicto muy lejos
de "los muros capitales". Esa dialéctica
refuerza aún más el vínculo vertical
de los miembros, porque traslada los conflictos internos hacia
afuera.
No son los miembros precisamente el problema ni los promotores
de nuestros padecimientos. En muchísimos casos están
más cerca de nuestra experiencia que de la complicidad
con la estructura de pecado que es la jerarquía de
la Obra.
El fundador -dentro de su "modestia" que lo
caracterizaba- decía que la Obra era "lo permanente"
("hijos, somos lo permanente"). Hoy está
claro para los que pasamos la experiencia y de alguna manera
somos unos "adelantados" (cfr. Aquilina No
fueron anécdotas por lo que nos fuimos, párrafo
5) que la Obra se sostiene sobre una "fuerza de trabajo"
que necesita ser reciclada permanentemente. No sé si
somos "lo permanente", pero seguro somos "lo
que queda" luego de pasar por la "transitividad"
que es la Obra.
La Obra necesita huir de la verdad y nosotros no. La Obra
necesita enemigos para mantener su "unidad", nosotros
no. No necesitamos a la Obra para definirnos. Al contrario,
hemos recuperado nuestra identidad o estamos en camino de
ello.
Pelearse con los miembros es hacerle el juego a la Obra.
Reclamarle "respuestas" a los miembros es confundirse
de sujeto: los responsables son precisamente los jerarcas
que no dan la cara. Los miembros no tienen ni poder de decisión
y pueden ser fácilmente desautorizados por la Obra,
a la que ilusamente creen representar.
Por eso, mirando a largo plazo, los miembros son más
nuestro prójimo que nuestro enemigo.
***
A continuación enumero algunos elementos que me parece
son fundamentales para construir la identidad de todo miembro
de la Obra, particularmente de l@s numerari@s y agregad@s
(el hecho de que l@s supernumerari@s no hagan la fidelidad
sino excepcionalmente habla por sí sólo de la
precariedad del vínculo a la que están expuestos).
a.- El Doble Vínculo
Todo miembro de la Obra tiene un doble vínculo que
lo une a ella, aunque no lo sepa o no sea del todo consciente.
Este doble vínculo es el que hace a la Obra tan ambigua.
Explica el que la Obra sea una "institución"
y una "familia" (más bien una tribu) al mismo
tiempo. Hace de la Obra una institución extraña
y que explica mucha de sus actuaciones aparentemente incoherentes.
Hay por un lado, un vínculo de filiación que
sirve para ligar fuertemente al miembro para que se vuelva
un hijo del fundador, en el sentido más radical, con
lazos "más fuertes que los de la sangre".
Un vínculo que se lo sobrenaturaliza (se vuelve superior
a cualquier vínculo biológico) dándole
rasgos teologales (cfr. Retegui, El
sentido de la perseverancia) y un carácter
permanente, no disoluble (la vocación como elección
Divina no la disuelve ni el prelado más poderoso).
Este es el vínculo predominante y que más le
interesa a la Obra acentuar. Es un vínculo netamente
operativo y la razón para exigirlo todo. Este vinculo
es el que "imprime carácter" y que será
muy difícil resolver si entra en crisis.
Pero hay también otro vínculo, se trata de
un contrato, que la Obra establece con cada miembro. Podría
decirse tal vez que es la exteriorización de algo inmaterial
(la vocación). Pero no es así. Sencillamente
porque la práctica demuestra el sentido de un vínculo
y de otro.
El contrato sirve, especialmente, para desligar legalmente
a los miembros que la Obra juzgue conveniente hacer. Es "la
poda de la vid".
Si no existiera el contrato sino sólo el vínculo
filial con el fundador (elevado al orden sobrenatural de la
elección Divina), la cosa sería muy complicada
para "hacer la selección" y la "poda".
Romper un lazo de filiación no es romper un contrato:
por eso la Obra "cambia la conversación"
y comienza a plantear la relación contractual cuando
ve necesario "un aborto".
El proceso de "selección" se lleva a cabo
antes de ingresar y sigue aún cuando ya se es miembro...
cosa que los miembros no lo saben o no son conscientes de
ello. Ser miembro de la Obra no implica "ser elegido"
de una vez y para siempre (como se publicita). Es un proceso
de selección continua, la Obra vive "podando"
su viña permanentemente.
Este doble vínculo le da una ambigüedad que caracteriza
a la Obra: no es extraño el trauma que muchos ex-miembros
sufren, fundamentalmente porque el vínculo jurídico
no resuelve ni disuelve el vínculo filial con la misma
facilidad. Por eso el corte con la Obra es "a medias",
por decirlo de alguna manera. Ni siquiera: es la última
acción fraudulenta que la Obra realiza para con ese
miembro saliente.
Pero que a la Obra no le interesa nada de esto, queda más
que demostrado por la experiencia y los testimonios.
Cuando hay conflictos, la Obra comienza a hablar de contrato
y en "épocas de paz" habla de vocación
y predestinación divina.
Es una moneda con sus dos caras, que demuestra la ambigüedad
de la Obra. Y ella usa esta moneda según le convenga,
según sea el planteo que la Obra le hará al
miembro: exigir más o desligarse definitivamente.
Con la dispensa la Obra busca desligarse de todo compromiso
legal y tener la prueba de conformidad del miembro saliente,
para que éste luego no pueda reclamar nada. Sin contrato,
la Obra se vuelve invisible e intangible.
Nuevamente -como es propio del Opus Dei- usa testaferros:
"hacia fuera" el contrato es un testaferro de
la relación filial no contractual sino de sumisión
al fundador, mientras que internamente lo único que
tiene valor es llevarse bien con los directores y definitivamente
con "el Padre" de turno.
El contrato es una máscara, una herramienta que la
Obra usa para su conveniencia.
Cambiar al Opus Dei "para mejor" implicaría
una transformación profunda de toda esta ingeniería
jurídica, canónica y ascética pensada
y planificada así desde un inicio. Cualquier otro cambio
sería de carácter estético pero nada
más. No solamente lo veo difícil: lo veo contrario
"al espíritu fundacional".
No creo que desde OpusLibros se pueda cambiar al Opus Dei,
pero, lo que es seguro, se podrá evitar que la Obra
siga jugando con ambigüedades y con ocultamiento de la
información.
b.- El lenguaje
Una herramienta fundamental para la generación de
Identidad es el lenguaje. Por él se nombran las "nuevas
realidades" y se transforman las "viejas" en
otras totalmente diferentes.
La Obra tiene su propio "idioma". Para saber más,
remito al escrito
de esta web que contiene partes de ese vocabulario.
El lenguaje abarca no sólo la predicación y
todo lo que sean medios de formación: también
la vida cotidiana, donde tal vez sea el lugar más apropiado
para asimilar fácilmente el uso de los nuevos términos.
Este elemento es también importante para "diferenciarse"
del resto, de los que no son parte de la Obra. Algunas palabras
sólo se usaban "internamente" o cuando estábamos
en la "zona interna".
Hace poco leí una frase que decía algo así
como "el lenguaje lo domina al hombre y no al revés".
Desconozco los fundamentos concretos de esa afirmación,
pero no me parece muy difícil encontrarle aplicación
a lo que es la experiencia de la vida en la Obra. Quien decía
esta frase agregaba que en muchos casos, al escuchar a una
persona decir sus dos primeras palabras sabía cuáles
iban a ser las veinte siguientes, porque no era la persona
la que estaba hablando sino que estaba repitiendo "como
un loro" lo dicho por otro (los medios de comunicación,
en ese caso).
Los miembros de la Obra -salvo excepciones, que son
los que se marchan o quedan marginados- se pasan repitiendo
el discurso oficial, sin un pensamiento personal. Sumado a
esto, la prohibición explícita en la Obra de
tener un pensamiento crítico o reflexivo independiente.
En la Obra no hay posibilidad de ejercer un pensamiento propio
sino criterios y argumentos que se repiten una y otra vez.
No hay más que ver los mails que escriben los críticos
de esta web: resultan aburridísimos. No hay ideas porque
no hay pensamiento personal. Sólo recriminaciones y
descalificaciones. Es parte de la uniformidad que se fomenta
y esto se ve en el lenguaje y las formas de decir.
"Hay que tener el espíritu estrecho y ser incapaz
de salir de "sí" mismo para pretender dar
a la formación espiritual un carácter sistemático"
(cfr. La alegría
en el amor de Dios, Cap. 2, a).
En el Opus Dei no importa la Verdad sino el Convencimiento
(por eso Carmen Tapia puede hablar de fanatismo): estar convencido,
convencerse y convencer a los demás. Y quien pierda
el convencimiento "o lo ponga en duda" ya no será
"uno de nosotros". En este sentido, la identidad
del miembro de la Obra no tiene mucha profundidad ni fundamento
racional: es blanco y negro. Por eso les resulta muy difícil
interesarse por lo que dicen los que se fueron, o sea, los
que "ya no están más convencidos".
Han de ser necesariamente "traidores", porque sino
el convencimiento entra en crisis. Escuchar a los que se fueron
es "dialogar con la tentación" y la receta
para esos casos es conocida: actitud repelente.
El convencimiento irreflexivo uniforma y es enemigo de la
pluralidad. Es una de las notas principales del perfil que
la Obra busca en todo miembro, especialmente en los célibes
(por supuesto, cada uno reacciona individualmente, cada respuesta
es única, pero difícil es escapar al perfil).
Este convencimiento es lo que los identifica entre sí
y es la forma en que se sienten "iguales" unos con
otros. Este sentimiento de igualdad no es precisamente una
experiencia democrática sino más bien una experiencia
cercana a los totalitarismos del siglo pasado (cfr. Ser
mujer en el Opus Dei, cap.2, punto
3).
También hay una uniformidad en los escritos de esta
web pero con una gran diferencia: todos coinciden en la "unicidad
de la experiencia" dentro de la Obra. No nos hemos puesto
nosotros de acuerdo previamente sino la Obra misma fue el
agente de la coincidencia en la cual hoy nos encontramos.
"La Obra nos puso de acuerdo". Al margen de esto,
el resto es pluralismo, el pensamiento de cada uno tal cual
es.
c. El perfil
Observando los contenidos de la formación que se imparte
en la Obra se puede obtener un "perfil" de cómo
han de ser sus miembros. Y si esto se completa con la propia
experiencia, el perfil puede acercarse bastante a lo que sucede
en la realidad.
El fundador quería en primer lugar, formar personas
dependientes de él. O sea, personas dependientes: que
lo consultaran todo y lo dijeran todo (sinceridad "salvaje"),
que les permitiera la entrada a la conciencia con libre acceso.
Quería personas sometidas a su autoridad. Quería
que ocuparan el rol de hijos para siempre, que no evolucionaran,
que no tuvieran vida propia. Para seguir siendo un "padre
inalcanzable", los hijos debían mantener una "distancia
prudencial". Está claro que los hijos no podían
ser "más santos que el padre" y de hecho
ninguno de los procesos de canonización avanzó
hasta que el fundador logró el primer lugar.
La identidad es uno de los modos en que la Obra opera a nivel
del fuero interno de las personas. Es una "programación"
hecha en laboratorio que se implanta -con la formación
que se imparte- en la conciencia de las personas. Por eso
tal vez la intromisión en el fuero interno no siempre
es explícita (forma parte de la identidad el "dejar
hacer" al director, por lo cual esa intromisión
es una premisa aceptada mucho antes y resulta difícil
-y de alguna manera una violencia- resistirse).
Es interesante dibujar "el perfil" porque será
luego la plataforma para tomar distancia en muchos casos.
Es el mismo caso que el del vocabulario interno: se podría,
en un documento aparte, ir definiendo cada uno de los rasgos
concretos de ese perfil. Aquí lo nombro de manera general.
En la mayoría será el "molde" que
recortará las diferencias haciendo de la Obra un ambiente
homogéneo, "monolítico" al decir
del fundador (este concepto lo desarrolló particularmente
en la "segunda campanada", aquella carta que fue
"retirada de circulación", y no se podía
leer salvo en las comisiones regionales y delegaciones o en
algún "comentario de carta"; se trató
de una carta dirigida a alguien en particular -nunca
revelado- que hizo enojar bastante al fundador, algo que se
nota en la carta).
En otros casos, muy interesantes por cierto, "el perfil"
será negado por aquellos numerarios que quieran sobrevivir
dentro y llevar una vida propia. Toda una contradicción
por supuesto, pero es parte de la vida interna de la Obra.
Algunos logran sobrevivir en las sombras, otros directamente
no le encuentran sentido a tal incoherencia y se van.
También están aquellos que se ufanarán
de su "libertad interior" y actuarán (en
el sentido "actoral") de "numerarios con personalidad
propia", haciendo alarde de la liberad que no existe,
que no tienen. Podrán "declamarla" pero
no ejercerla. Está para ser vista en la vitrina pero
no para adquirirla. Toda una pantomima, porque los bordes
están bien demarcados y no se puede salir de ellos.
Es una libertad virtual, proyectada en el aire, sin sustento
real.
No hay que engañarse: en la Obra no se puede conservar
la propia personalidad al margen del "perfil".
Gracias a él, todos podíamos vernos como "hermanos"
provenientes de una misma... factoría. Rápidamente
alcanzábamos un entendimiento. No existía lo
desconocido sino un "reconocerse" continuo. El otro
siempre era -y debía ser- un espejo del cual aprender
y recordar el perfil.
Este tema de "ser espejo para el otro" condicionaba
muchísimo el actuar natural en los centros de la Obra.
Había excepciones, pero eran eso, excepciones.
Pasados los años queda claro que, el que uno fuera
"espejo" para los demás, no tenía
otro sentido sino el interés de un tercero, el mismo
"padre", quien quería a todos sus hijos cortados
por el mismo molde. Los quería controlados y que se
relacionaran entre sí "pasando primero por él".
El fundador no quería que cada uno decidiera la medida
de la virtud y por eso él reglamentaba todo tanto.
d. Vaciamiento
Proceso necesario para dar lugar al "numerario que debía
haber en nosotros". No ya la vocación querida
por Dios, sino el perfil humano (o inhumano, si se quiere)
exigido por el fundador.
El despojamiento de la propia identidad es fundamental para
eliminar toda resistencia personal y sustituirla por el nuevo
modelo uniformador. De este modo se eliminan las diferencias
personales -las hay inocuas, esas pueden convivir sin
problemas-, aquellas que podrían ser focos de "rebeldía".
El mismo fundador lo dijo: "¡está todo
esculpido!", por eso los signos de vida son una amenaza,
son vistos como agentes de contaminación más
que de desarrollo.
Palabras que no son mías pero que resumen muy bien
la idea: "para que los seres humanos se dejen despojar,
es necesario decirles, antes de que ello ocurra, que son nada,
que no tienen derecho a nada de lo que poseen, ni siquiera
a su propia imagen, a su historia". Y en la Obra se
da este mismo proceso "hacia el pesimismo". No
se trata de un vaciamiento a modo de castigo sino de un proceso
de sustitución.
En la Obra hay toda una labor de desbaste (igualamiento y
disminución) y devaste (demolición) para ir
quitando todo lo personal y reemplazarlo por lo institucional
(Cfr. Retegui, Lo teologal y lo institucional, cap.
7).
Es el despojamiento de la propia identidad por la de la Obra,
que incluye en sus principios teóricos -paradójicamente,
como coartada- la defensa de la personalidad original que
fue anulada en la práctica.
Es paradójico que en la Obra se insista tanto en no
descuidar el examen de conciencia -por "el poco
empeño en examinarse"- y al mismo tiempo se impida
toda conciencia crítica. Ese "examen" es
más bien la labor de nuestro "director interno"
-por el cual nos autocontrolamos- y no otra cosa.
La autoestima se va reemplazando lentamente por adoración
al Padre (proceso transitivo): en la medida en que uno sea
un "buen hijo" obtendrá la mayor de las
glorificaciones y elogios, mientras que al margen del vínculo
filial uno no vale nada por sí mismo. Por supuesto
que, para esta labor, el fundador cita a las Sagradas Escrituras
(a San Pablo), asiéndose así de un respaldo
supuestamente indiscutible.
Insistir tanto en la "nada" que somos bien podría
tratarse de una cuestión temperamental del predicador.
Pero esta "nada" va mucho más allá
de un pesimismo espiritual del cual puede haber sido influido
el fundador (cfr. La
alegría en el amor de Dios, Cap. I). Quien
predica una doctrina propia y al mismo tiempo la usa para
gobernar a su rebaño, porque en él se unen la
dirección espiritual y el gobierno -cfr. los recientes
artículos "El
sigilo, la confidencia y el canon 240" y "En
el Opus Dei no hay dirección espiritual"-
difícilmente podrá mantener una posición
neutral, difícilmente su doctrina pueda ser vista como
algo desconectado de sus metas de gobierno. El gobierno y
la dirección espiritual necesariamente han de estar
bien separadas (cfr. Retegui, cap.6 Espíritu
o Estilo) y en el Opus Dei no lo están en absoluto
sino todo lo contrario. En este sentido, en la Obra abunda
el utilitarismo.
El tema es que, en la Obra, este ser "nada" es
absolutamente funcional al gobierno y a la obediencia rendida
que se exige. Esto le quita toda inocencia a tanta humildad
predicada y a tanta soberbia prejuzgada. Ese interés
del fundador por matar el egoísmo no resulta ser nada
altruista ("cuando sientas que tu criterio debería
prevalecer: que tú, que tú, que tú, y
lo tuyo, y lo tuyo... ¡muy mal! Estás matando
el tiempo y estás necesitando que matemos tu egoísmo").
La verdad es que ese plural "[nosotros] matemos"
connota un corporativismo totalmente opuesto a una dirección
espiritual personal.
La "nada" es el vaciamiento necesario para asumir
la nueva identidad. "Tu barca no vale", dice el
fundador, salvo que forme parte de "la flota"
de la Obra.
La vocación era supuestamente un traje a medida. Pero
había una diferencia con el mundo real: se debía
recortar lo que "sobraba" de uno mismo para que
el traje encajara.
Un proceso alienante que sólo podía lograrse
mediante el sometimiento, asunto en el cual tanto insistía
el fundador. Sometimiento que tanto daño hizo a las
conciencias, porque el punto clave era justamente ser capaz
de actuar contra la propia conciencia como prueba de fidelidad
al fundador.
Lo que finalmente produce este vaciamiento es un sentido
de impotencia frente a la Prelatura, cuando uno se da cuenta
de que ha sido traicionado, usado y abusado por la institución:
es el estado de indefensión total. Es un estado de
desesperación.
No hay modo de revertir la situación en poco tiempo.
Contra quien desea recuperar sus propias fuerzas y derechos
personales -cedidos bajo presión y engaño-,
la Obra pone en marcha mecanismos verdaderamente perversos:
más presiones, aislamientos, indiferencia, amenazas,
etc.
Qué difícil, entonces, pasados los años
querer quitarse un traje que con tanta fuerza entró
y encima produjo tanta alienación. No es extraño
que cause nuevos dolores y traumas, aunque el resultado será
siempre restaurador.
Sin duda, resulta escandalizante que el fundador enseñara
y exigiera este vaciamiento (llamado "el olvido de sí")
para llenarlo con su ego inconmensurable. Un narcisismo de
proporciones faraónicas, propias de un dictador.
e. La omnipresencia del fundador
El sentimiento y el vínculo de filiación se
va formando gracias a un Padre que se muestra incondicional,
de a momentos (es una de sus caras). Luego puede cambiar violentamente
por un Padre aterrador. Quién podría dudar de
un padre que dice: "nadie debe acercarse al Opus Dei
y marcharse de vacío". No importa si lo dice
por "las visitas" o por los ex miembros, está
hablando desde una integridad personal que no puede luego
quebrar alegremente. La integridad no es un podio al que se
sube y se baja según se necesite predicar un discurso
u otro.
El fundador siempre se ha predicado -extraña
modestia- a sí mismo como un padre que se desvive.
La cuestión reside en comparar lo predicado con las
acciones. Y hasta que uno no lo experimenta personalmente,
cuando necesita que el padre ponga por acción todo
lo que dice ser, mientras esto no suceda, uno vive de imágenes
placenteras y agradables no sometidas a la contrastación,
a la posibilidad de ser falsadas, al decir de Popper. Y el
Opus Dei como hipótesis no pasó la prueba de
la falsabilidad en demasiados casos.
Más allá de la casuística -porque
hay ejemplos para todo-, el problema está en los principios.
O sea, el que se cumplan las palabras del fundador no presenta
problemas ni tampoco sirve como prueba refutante de nada.
El problema se presenta cuando las palabras del fundador no
sólo no se cumplen sino que además suceden cosas
que contradicen rotundamente lo que el fundador dice de sí
mismo. Aquí es donde se producen los escándalos
mayores, el quiebre de una relación filial que nunca
había sido puesta a prueba.
Si el fundador dice ser un padre que ama a sus hijos más
que nadie ("os quiero con toda mi alma, os quiero más
que vuestros padres, aunque no os haya visto nunca"),
¿cómo puede suceder que haya tenido tantos hijos
abortados y abandonados por él, personas a las que
la Obra no les ha mostrado interés ni preocupación
para ayudarlas a adaptarse a la nueva situación, esto
es, fuera de la Obra? El problema está en el origen:
su promesa de amor es producto de su arrogancia y está
vacía de fidelidad.
Nuevamente, el que se haya preocupado por algunos no refuta
en nada la despreocupación por muchos otros (que son
amplia mayoría).
Palabras como las ya citadas no pueden ser válidas
en la medida en que "se haga la voluntad" del
fundador, en la medida en que se le obedezca. De lo contrario,
¡qué amor incondicional tan condicionado! Qué
amor incondicional tan interesado. Qué amor incondicional
tan mezquino, tan miserable. "Os quiero como todas las
madres del mundo juntas: a todos igual, desde el primero hasta
el último". La exageración no le ayuda
a ser convincente sino todo lo contrario: expone su fingido
sentimiento y su egolatría al máximo. No es
producto de la virtud sino del exceso. Y las pruebas están
a la vista: tanta irresponsabilidad sobre el destino de tanta
gente abandonada por la Obra. Y no sólo eso: luego
son calificados de "Judas", como hace don Alvaro
en una carta de 1992.
Es inimaginable en la Obra pensar en quien sale como víctima.
La identidad que forja la Obra obliga a ver a quien dimite
como un victimario, como un agresor, como alguien que ha optado
por "la vanidad de este mundo" al privilegio de
ser de la Obra.
Es que uno de los aspectos seductores de la nueva identidad
es el creer que se está accediendo a un espacio consagrado,
a un espacio para unos pocos, los elegidos, aquellos a los
que Dios "les ha besado en la frente", como decía
el fundador (para saber más de este tema, recomiendo
la lectura de La
parábola de los faroles). Un espacio para privilegiados,
que se construye a partir del desprecio del "otro".
Por eso también, cuando alguien deja la Obra, debe
ser despreciado. Es una necesidad para que el espacio de la
Obra siga siendo exclusivo: demarcar claramente la frontera,
que el contraste se note. Además, no hay nada peor
para quien desprecia que sentirse despreciado. Y el sentido
de exclusividad en la Obra es tan alto que solamente se cree
que alguien puede dejar la Obra por desprecio.
Las excepciones al maltrato -aquellos que dejan la Obra
sin el estigma de Judas- tienen que ver con una conveniencia
de la Obra: si la Obra fue la que promovió la salida
de un miembro, le interesa y le conviene matar dos pájaros
de un tiro: sacarse de encima un problema y convertirlo en
ganancia. En estos casos ganarse al que se va es muy conveniente.
Es una jugada perfecta para demostrar que la Obra trata muy
bien a "los que no siguen" obteniendo el testimonio
de los mismos interesados. Es un muy buen marketing con muy
poca inversión y alta ganancia.
La integridad no se pierde, más bien se rompe. Y hay
una sola primera vez, con el primer caso. Por eso es "integridad".
Como el costo de romperla es muy alto, la razón ha
de ser una ganancia muy significativa. No se pierde la integridad
por ganar en "un caso": el primero es el comienzo
de una seguidilla de casos. La integridad se pierde -porque
se rompe- a cambio de una ambición desproporcionada.
La Iglesia podrá explicar "hacia adelante"
el milagro por el cual el fundador es santo (estoy interesado
en escuchar las explicaciones). Mientras tanto, a mí
me interesa la explicación "hacia atrás"
que puedan dar los hechos, la historia, en una palabra. Yo
pienso que el único modo de explicar la santidad del
fundador es por "el milagro hacia delante", porque
el testimonio de "la explicación hacia atrás"
no parece ser un fundamento suficiente.
f. Truman Show
La Obra es vertical como un rascacielos. No tiene ni siquiera
la "elasticidad" de la Torre de Pisa. Es imposible
zafar del "perfil".
El único modo de ser libre es mediante la simulación.
De ahí la importancia de las palabras del fundador,
quien les inculcaba a sus "hijos" el que todo lo
hacían porque "les daba la gana", porque
era "libérrimos" y porque hacían
lo que querían, que "era la razón más
sobrenatural". Afirmaciones tan sospechosas como excesivas.
Convencerse del ejercicio de la propia libertad es fundamental
para no reclamarla. Se reclama lo que no se tiene.
El perfil consistía, entonces, en convencerse de muchas
cosas para no "buscarlas afuera". Libertad, afectos,
felicidad, anhelos, aspiraciones profesionales. La Obra como
un bazar donde todas las necesidades podían ser satisfechas
sin tener que ira a otro lugar.
Si era legítimo, debía ser posible. Si era
imposible, debía ser ilegítimo.
Esas eran las dos leyes de todo reclamo dentro de la Obra.
Cuántos dolores de cabeza y depresiones por hacer posible
un reclamo legítimo que era evidente no podría
darse nunca dentro de la Obra. Simplemente pensemos en el
pluralismo como un ejemplo entre tantos.
El fundador quería evitar que todo deseo de "salir
a buscar afuera" tuviera legitimidad, que estuviera
respaldado por razones reales o legales (derechos). El mejor
modo era inculcar a todos sus "hijos" que todo lo
necesario ya estaba "adentro", que él se
había encargado de proporcionarlo. Ya estaba todo "pensado",
planificado, "esculpido". El era un padre "proveedor"
y amoroso. El era un padre heroico al cual no se lo podía
rechazar sin pecar gravemente.
Como complemento, había que inculcarles a esos "hijos"
que no tenían derecho a nada porque lo habían
entregado todo, también los derechos.
Por eso los que se iban podían ser declarados traidores
por el fundador. Habían rechazado lo que él
les había conseguido y habían ejercido unos
derechos a los que "ya no tenían derecho".
g.- De-Formación
Es interesante, al respecto del párrafo anterior,
analizar cómo el fundador aplica la parábola
del hijo pródigo en la Obra.
Lo que uno descubre es llamativo: no he encontrado nunca
que el fundador aplicara esta parábola para el caso
de la gente que se iba de la Obra. Al contrario, en lugar
de un padre amoroso que "sale al encuentro", Escrivá
es el padre que maldice y amenaza con la expulsión
para siempre del mundo de la felicidad para los que deciden
marcharse.
La parábola del hijo pródigo en la Obra siempre
se usó como argumento para fomentar la confesión
-y sólo con sacerdotes de la Obra, porque de lo
contrario uno se alejaba aún más "del padre"
Escrivá, aunque esto fuera toda una contradicción-.
Es muy llamativo que justamente esta parábola no tenga
implicancias entre el fundador y sus "hijos". El
fundador no quiere identificarse con el padre misericordioso
de la parábola, porque sus sentimientos profundos son
otros muy distintos. Son sentimientos de odio. Y esta parábola
-si la aceptara tal cual es- lo comprometería
totalmente. Posiblemente por imitar y estar tan "unidos
al padre" muchos "hijos" sienten el mismo odio
hacia el "pródigo" que se marcha, se asemejan
más bien al hermano mayor de la parábola.
Al revés del padre de la parábola, el fundador
se muestra impiadoso con el hijo pródigo. Y parte de
esa impiedad es la imposibilidad de volver a la Obra y recuperar
el estatuto de hijo. Se puede volver como "sirviente"
pero nunca más como "hijo". Nunca más.
Porque la impiedad es así de determinada.
La impiedad del fundador es la fuente de muchos odios, sino
de todos.
En la Obra no se pensó aplicar esta parábola
para un hijo pródigo "real", que se marchara
realmente. No, porque para esos es la maldición, son
rebautizados como "traidores". Por eso la parábola
del hijo pródigo se la predicar "hacia adentro"
-antes de que suceda- porque una vez afuera, el padre
misericordioso de la parábola deja lugar al padre maldiciente.
Esta parábola es predicada en la Obra para las "caídas
leves" o para las "dudas leves:" de vocación.
Para promocionar una confesión frecuente que refuerce
el vínculo con la Obra y la "fidelidad al padre".
Es una parábola para los "hijos" pero no
para el fundador como "padre". No pocas veces la
deformación en la Obra tiene que ver con lo que se
omite más que con lo que se dice. Es una forma muy
"eficaz" de moldear las mentes, porque es invisible.
En la "paternidad" del fundador no hay un verdadero
compromiso de caridad a fondo. Como tampoco hay un compromiso
institucional profundo de la Obra con sus miembros. A la Obra
no le interesa ni le sirve ni quiere tomarse en serio esta
parábola.
h.- Mármol
Me gustaría ahora retomar un concepto que le agradaba
usar al fundador para referirse a la Obra. Hablaba de cómo
en ella estaba todo "esculpido" y lo decía
con entusiasmo.
Ponía a don Alvaro como ejemplo de fidelidad al llamarlo
"saxum", esto es, piedra. Roca firme donde se
podía apoyar el fundador. Y así quería
a todos sus hijos: rocas que se dejaran trabajar con la docilidad
del barro para la construcción del edificio que era
la Obra.
Así como la mujer de Lot terminó petrificada
por su infidelidad, en la Obra sucede todo lo contrario: la
fidelidad al fundador lleva a una cierta fosilización,
porque se pierde lo vital que hay en nosotros. En la Obra
hay mucha vida, sin duda porque de ella se alimenta, pero
o bien se convierte en mármol o bien termina fuera
de la Obra.
Las vocaciones recientes son tratadas como un trozo de mármol
al cual hay que sacarle lo que sobra. Y para esto se citaba
a Miguel Angel.
Hay una palabra muy utilizada en la ascética de la
Obra que tiene que ver con este trabajo de esculpir: es "arrancar".
Algunos sinónimos son: extirpar, erradicar, destruir.
Esa es la labor que la Obra lleva a cabo en nuestra alma y
en nuestra mente.
"Arrancar" es una de las formas "sutiles"
de esculpir la formación en la Obra.
Es un concepto demasiado fuerte. Es violento.
Prefiero el concepto de San Francisco de Sales, quien "identifica
el bien con la personalidad misma, y desecha el mal como un
algo extraño" (cfr. La
alegría en el amor de Dios, cap. 3).
De este modo, podemos luchar y cambiar, modificar hábitos
sin necesidad de una labor cruenta de "arrancar"
partes nuestras a modo de desmembramiento. En todo caso, será
una excepción (como en un cáncer, o en una situación
de escándalo como dice el Evangelio) pero nunca un
medio ascético habitual. Será la última
instancia, no la primera.
Difícilmente este "arrancar" como hábito
ascético no resulte dañino a largo o corto plazo.
Una lucha contra uno mismo que se puede volver neurótica
con facilidad.