Que cada caminante siga su camino.- Roberto
Fecha Monday, 26 November 2007
Tema 020. Irse de la Obra


 

En estos días he estado leyendo un libro fascinante (aunque denso) de Hans Urs von Balthasar (1905-1988), uno de los más destacados teólogos del siglo XX, quién llegaría a ser creado Cardenal por Juan Pablo II. A raíz de esta lectura, se me ocurrió buscar en Internet algunos datos biográficos del autor. Así me enteré que, después de haber pertenecido a la Compañía de Jesús durante más de 20 años, decidió dejarla para fundar un Instituto secular. Explicando esa decisión, escribiría más tarde:

                       

“Dí ese paso, que para ambas partes era muy serio, después de haber llegado a la certeza, por medio de la oración, de que Dios me llamaba a ciertas tareas precisas en la Iglesia. Por eso, para mí, esa decisión supuso una concreción de la obediencia debida a Dios, que en todo momento tiene derecho a llamar a alguien, no solo de su casa física, sino también de su casa espiritual en una orden religiosa, a fin de emplearlo para ciertos fines dentro de la Iglesia”.

 

La decisión de dejar el camino específico que uno ha comenzado a transitar en una determinada institución de la Iglesia es, sin duda, seria. Pero no es intrínsecamente mala, como se pretende hacer creer a los miembros del Opus Dei. Si uno llega a la certeza de que el lugar en el que se encuentra no es el que Dios quiere para uno, de que allí no se está realmente santificando, ni siendo útil a los demás, no sólo tiene el derecho, sino que tiene el deber (y grave) de dejarlo. Esta decisión puede ser una auténtico y heroico acto de fidelidad a Dios. Porque de lo que se trata es de seguir a Dios, de avanzar en el plan de santidad que Él tiene previsto para cada uno, y no en divinizar una estructura institucional que, después de todo, no es más que un simple medio. En la historia de la Iglesia abundan los ejemplos como el de von Balthasar. Otro es el de la Madre Teresa de Calcuta, quién también dejó la orden religiosa a la que pertenecía por considerarse llamada a otras tareas. Se podrían citar muchos casos parecidos, en los que el abandono de una determinada institución, si se hace de buena fe y con el ánimo de buscar la voluntad de Dios, no es de ningún modo visto por la Iglesia como algo negativo. Si esto es válido para los miembros de una orden religiosa, ¿cómo no va a serlo (¡con mayor razón aún!) para quienes nunca han dejado de ser laicos?

 

Roberto







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