Setién, la Opus y Julia.- Satur
Fecha Monday, 29 October 2007
Tema 010. Testimonios


SETIÉN, LA OPUS Y JULIA

Satur, 29 de octubre de 2007

 

 

Probablemente a más de un@ le resulte este escrito un ejercicio de funambulismo, un tirabuzón imposible, una exageración. Pues bien, ¡¡¡allá voyyyyyyyyyy!!!.

 

Y es que uno ve muchos puntos en común entre grupos que parecen diferentes y piensan distinto. Son instituciones políticas, de partido, con modos cuasi sectarios, o asociaciones religiosas, o grupitos más o menos de corral. Parece que está en nuestra naturaleza la necesidad de pertenecer a un grupo; eso da seguridad, sentirnos aceptados, satisfechos de estar en la pomada, tener amistades que entienden el código que les une, compartir un proyecto común. Cuando uno está en ese tipo de organizaciones le nace, poco a poco, la necesidad de prestigio dentro del mismo, y emerge el deseo de sobresalir, la búsqueda de oportunidades para mostrar su competencia...



Si no es así, el tipo se mimetiza en ese ambiente, se vuelve lanar, manso, y chupa de la ubre que le alimenta y da calor. Por ejemplo, son muchos los supernumerarios que no están de acuerdo con bastantes cosas de la opus, pero viven de la opus en sus colegios, en sus escuelas, en sus Institutos de empresa, así que callan , tragan y miran para otro lado.

 

Son muchos los afiliados al PSOE, o al PP, o a EuskalChungachunga, que no están de acuerdo con políticas concretas de sus líderes, pero…

 

Lo importante es EL IDEAL que nos une. Cedo en libertad a cambio de la seguridad del rebaño. En unos los barones saben más, en otros los directores saben más, en todos: ¡Dios sabe más!. Dios es Catalunya, España, la Obra o, incluso, el mismo Dios (el lema del PNV, explícitamente, afirma “Dios y leyes viejas” (eso lo firma, sin problemas, el mismísimo San Josemaría).

 

Leo en el País una entrevista al obispo Setién. Setién es un enredador, un hombre de partido y de Dios –que es algo que suena a incompatible-, pero que a él se la bufa. Basta leer el título de su último libros “Un obispo vasco ante ETA”. O sea, “obispo” –hombre de Dios– y ”vasco” – la chapela por encima de todo- y “ante ETA”, no “frente a ETA”. Tiene 80 tacos el obispo vasco. Muy probablemente sus argumentos parezcan muy dulces, porque a los 80 años todo el mundo, con esas voces de agüelete, y esa ternura que dan los años, pues como que entra más suave. Pero si eso mismo lo dice a los 20 años lo que afirma es una gilipollez de “ponte en la nariz que se ve el Moncayo”.

 

Llamar gilipollas a un obispo no está bien, ya lo sé. Pues a mi, la verdad, me parece un gilipollas. Y voy al asunto de la entrevista.

 

A la pregunta “Escribe que difícilmente se puede amar a las personas sin amarlas en lo colectivo. Dice que el amor político es el amor al pueblo al que pertenecemos. ¿Quién impone esa obligación de amar a tu pueblo y por qué usa tanto la palabra pertenencia?". La palabras no son inocentes en Euskadi.

 

Responde el obispo vasco que “no se puede amar a las personas si no se reconoce y ama al colectivo que pertenecen. Cada persona es libre de optar por el colectivo nacional al que quiera pertenecer. Y ese respeto al derecho de pertenecer a un colectivo es lo que yo entiendo por un amor político. Para mi, ese respeto es una exigencia del amor”.

 

Pues para mi lo que acabas de decir demuestra que si naces en verano sales botijo. ¿Qué significa eso de que no se puede amar a las personas si no se reconoce y ama al colectivo que pertenece?, ¡¡¡vaya mentira más gorda!!!. Eso, precisamente, es lo que le une a la Opus – la sentencia la aplauden con las orejas en Villa Tévere…- ¡quién lo iba a decir!, que Setién y Echevarría (o Etxevarría) pudieran estar de acuerdo en algo. Pues sí: en la estupidez del amor político (por cierto, el Evangelio está repleto de citas de Jesús hablando del “amor político”. Vamos, es que lo de Jesús con el racaraca del amor político ya era para decirle “calla ya, majo, que nos hemos enterado”).

 

Yo amo a mis padres, que pertenecen al colectivo Opus Dei, y tengo muy poca sintonía y simpatía con el colectivo. A mis padres, los quiero, los respeto, los tal, y ellos a mi. En su casa está la afoto de Echeve y la estampica de Escrivá, y lo entiendo, aunque no lo comparta. Mi padre está pelín enfermo, y cuando ha estado ingresado han aparecido allí su gente, y el cura de turno a sacramentarlo, y la supernumeraria entregada con cara de “¡PAX!”… incluso, me cuenta mi madre más que cabreada, un agregado – antiguo profesor frustrado y reciclado profesionalmente en una funeraria – que le endosa una tarjeta de las Pompas Fúnebres para por si acaso. ¡Ole sus cojones!.

 

A uno ni le va ni le viene que sigan en el Betis, pero ni reconozco ni amo al colectivo que pertenecen. Me salgo a echar un pitillo, o hablo de fúmbol con el cura (me dice mi padre “es muy celoso: si llevo ocho días sin confesarme, me asalta y recuerda que “ya te toca”. Eso no me lo había hecho nunca ningún cura”). Yo no lo llamaría celoso, lo llamaría de otra manera, pero como ya he llamado gilipollas a un obispo emérito, encima vasco, pues me callo.

 

Estamos en lo de siempre: lo nuestro es lo más mejor. Unos con chapela y Aurresku (danza vasca que baila un hombre solo y que pone a los homosexuales cardíacos: el danzari levanta la patica hasta tocarse la cabeza con el pie, se contornea mirándote fijamente a los ojos y mueve el culín y, encima, todo vestidito de blanco: una locura, chica), otros con la Z de libertaz, otros con España y su bandera, otros con el rosario y ganando quinientos días de indulgencia por beso cuadrado… y unos cuantos colgados que hacemos lo que podemos.

 

Y como no amas mi colectivo, pues no me ajunto contigo. Porque lo perverso de la sentencia Seteniana es eso: que si no reconoces ni amas el colectivo al que pertenezco no puedes quererme a mi.

 

¡Hombre!, eso que lo diga un mindundi, pues vale, pero un obispo… ¿De dónde habrá sacado semejante idea el tipo?. ¡Que no te enteras, Setién!, ¡que no existe el amor político!, ¡que te lo has inventado tú, listillo! (aunque imagino que Rafael Larreina estará que no mea con el asunto del amor político).

 

FRUSILERÍA Y ACOTACIÓN A JULIA

 

He leído tu escrito titulado “Mi pequeña historia” y, la verdad, creo que te confundes. Yo no he sido sacerdote nunca, aunque sí que pudimos coincidir en Pamplona. Es posible que con el paso de los años la memoria te haga creer lo que no fue. Lo digo por lo que escribes… Nunca olvidaré aquel primer encuentro, vía confesionario, con el cura del Colegio. Nada más arrodillarme, me llamó por mi nombre (señal inequívoca de que me estaba esperando) para después, a través de una voz encantadora y un físico impresionante (era guapísimo) manipularme con técnicas dignas del mejor terapeuta. Me contó- cómo no- la historia de su vocación, sus estudios (tres carreras universitarias) y su vida de joven madrileño de la calle Serrano, que conducía una moto de gran cilindrada y a quien perseguían las chicas. Le creí a pies juntillas, repito que era guapísimo: alto y delgado, pelo negro, siempre engominado, ojos enormes, también oscuros, sonrisa pícara y con un atractivo personal fuera de lo común. Cuando le veía entrar, atravesando El Mayor hasta el oratorio, no dejaba de preguntarme cómo habían destinado un capellán tan guapo a una centro de estudios de chicas, en edad de merecer. Tiempo después, comprendí que utilizaba su atractivo físico para dar ejemplo de su renuncia y al mismo tiempo, servir de “santo cebo” a las jóvenes numerarias que allí vivían.

 

De verdad, Julia, que nunca he sido sacerdote, si no fuese por ese pequeño detalle, en el resto das en el clavo.

 

Satur







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