Violencia e identidad.- Pepe
Fecha Monday, 29 October 2007
Tema 900. Sin clasificar


Tanto para los que ya han salido, como para los que tienen razonables dudas de conciencia sobre el salto que han de dar, quizás les vendría bien realizar una serena y sensata reflexión sobre las raíces profundas del brutal ataque racista que sufrió la chica ecuatoriana en un tren de Barcelona el pasado 7 de octubre en Barcelona (España), y cuya secuencia fue registrada por las cámaras de seguridad, ha generado, como todos sabemos, múltiples comentarios entre los lectores.  La mayoría de nosotros considera que la agresión no puede ser justificada, y muchos lamentamos que, en la actualidad, existan personas desalmadas que cometen este tipo de embestida: "Gente así -dice Alejandro- no merece gozar de libertad porque representa un peligro grave para todos nosotros”.

No es extraño que la noticia haya provocado un debate sobre el fenómeno –insistimos que inevitable- de la inmigración y sobre las normas políticas que han de regular la admisión y la integración de los que, hambrientos de pan o de libertad, pretenden instalarse entre nosotros para sobrevivir mediante el trabajo. Hemos leído y escuchado múltiples y dispares comentarios sobre los criterios que se deberían aplicar para regular la entrada y la permanencia en nuestro suelo, y la mayoría de ellos coincide en que el respeto por los derechos humanos es el principio que ha de estar en fondo de todos los análisis. Algunos de los mensajes que he recibido subrayan la cobardía del agresor "por atacar a una muchacha sola y menor de edad", aunque otros consideran todavía más cobarde al viajero argentino que presenciaba la agresión sin prestarle auxilio.

En mi opinión, deberíamos aprovechar este hecho tan vergonzoso para poner en cuestión el concepto de identidades humanas, y tratar de mostrar cómo el sentido de pertenencia a una particular etnia, a un  grupo social o a una comunidad religiosa, si no lo relativizamos y lo controlamos de una forma racional, puede albergar, en determinadas circunstancias, unos peligrosos gérmenes de violencia que nos impulsen a desarrollar unos comportamientos nocivos y mortíferos.

Me permito recordarles nuevamente las reflexiones de Amartya Kumar Sen, aquel Premio Nobel de Economía que, tras minuciosos y detenidos análisis, ha llegado a la conclusión de que, aunque es cierto que las identidades -sobre todo las culturales y las religiosas- son fuentes de orgullo legítimo y de lícita alegría, suelen estar en el origen de la mayoría de las dolorosas exclusiones sociales y de los sangrientos conflictos políticos. Ya mostramos nuestro acuerdo con la tesis del autor de Identidad y violencia, según la cual la reducción artificial de los seres humanos a identidades singulares, debido a sus efectos disgregadores, termina haciendo del mundo un lugar mucho más peligroso. 

Si pretendemos que esa violencia sectaria tan extendida en la actualidad por todo el mundo disminuya, tendríamos que empezar por restar importancia a las identidades convencionalmente determinadas por las etnias, por las razas, por las naciones o por las religiones, para potenciar nuestra coincidencia –y, por lo tanto, nuestra igualdad- como seres humanos. Hemos de desconfiar seriamente de esos románticos -con minúsculas- que cifran toda su gloria en su origen, en su sexo, en su profesión y, a veces, en sus aficiones. Creo que no exagero si recuerdo que, en muchos momentos históricos, los cabezas o los cabecillas de persecuciones y de matanzas han coreado y expandido hábilmente la fantasía de un identidad singular, “mucho más grande y más importante que las demás”.

 

Pepe









Este artículo proviene de Opuslibros
http://www.opuslibros.org/nuevaweb

La dirección de esta noticia es:
http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=10995