¡Que vergüenza!.- Jota
Fecha Friday, 26 October 2007
Tema 010. Testimonios


Hace algunos meses que no frecuento estas páginas. Ayer lo hice para leer lo sucedido con D. Antonio Petit. Al ir leyendo solo venía a mi cabeza una expresión: hijos de la gran… Por primera vez en mi vida me sentí avergonzado de haber pertenecido a la obra.

 

Sucio, rastrero, indecente, inhumano, inmoral… Cualquier adjetivo de este calibre que califique la actuación de la institución y de sus jerarcas con este sacerdote, me parece un piropo.

 

Al rato, ya más sosegado, me pregunté ¿De qué me escandalizo? ¿Por qué me asombro?

Precisamente ese comportamiento justifica en muchos casos la salida de la obra. Esto no hace más que ratificar lo que en su momento vimos en la obra.

 

La obra no quiere a nadie, se quiere a si misma y se relame y regodea en su aparente y formal perfección. Los que quieren son las personas, los individuos, son ellos los que manifiestan sentimientos. La cúpula prelaticia con su corte de esbirros desalmados no quiere ni pueden manifestar ningún sentimiento.

 

En su afán desmedido por la mayor gloria de la obra, los que mandan –a todos los niveles- son capaces de pisotear sin ningún reparo a cuantos dejan de ser útiles, eso si, “propter regnum caelorum”

 

Hay veces que he llegado a pensar si la obra de dios –en minúsculas deliberadamente­- no se está convirtiendo en obra de Satanás.

 

¡Que vergüenza la de estos santos desvergonzados!

 

Y lo peor de todo es justificar lo injustificable. Y lo más cruel, más que el maltrato psicológico, más que los desplantes, más que la calumnia y la difamación, es el olvido y enterrar hasta el recuerdo. Es el mayor exponente de la crueldad con que actúa la institución.

 

Son palabras muy duras las que empleo al escribir estas líneas. Soy consciente de ello, pero también lo soy de la tremenda dureza que emplea la obra con los que han dejado de “servirle”.

 

No nos engañemos. Siempre ha sido así. En la obra no se puede pensar, no se puede discrepar en nada, no se pueden preguntar cosas “políticamente incorrectas”, y si con buen espíritu se es “salvajemente sincero”, lo único que se consigue es dar armas a los que dirigen para destruirte.

 

Una cosa son las personas y otra las instituciones. No puedo ni debo opinar sobre las personas, que normalmente actúan de buena fe. Después de mi paso –quince años- por la obra, tengo claro que los que la dirigían no tenían ningún escrúpulo cuando se trataba de mantener limpio y puro el espíritu. A costa de lo que fuera, machacando, mintiendo, descalificando y al final olvidando y enterrando el recuerdo.

 

Sería deseable que el prelado se despojase en algún momento de su querida mitra y llamase a su gente a ejercitase en la humildad colectiva y en las virtudes que tanto predica.

 

Jota.









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