Corrección fraterna.- Gómez
Fecha Wednesday, 25 July 2007
Tema 070. Costumbres y Praxis


Una corrección fraterna que recibí y que demuestra el cariño de quien me la hizo fue la de que me comprara un par de guayos en vez de pedirlos prestados cada vez que iba a jugar fútbol. Yo hasta ese momento había pensado que era una falta de pobreza, porque para mis escasas condiciones de medio campista no era mucho el fútbol que iba a jugar en la vida.

 

Pero en el año de 1975 o por ahí cerca, en la Residencia de Estudiantes Universitarios cercana a la Universidad Nacional, en Bogotá, tuvimos que soportar a algunos alterados mentales. Uno de ellos tenía el vicio de hacer correcciones fraternas a diestro y siniestro. Una mañana me levanté, busqué mi toalla para ir a la ducha, no la encontré y decidí colarme a la Administración para sacar una, aprovechando mi fácil acceso a las llaves. No era algo grave –advierto–, pues la Sección Femenina aún no se había hecho cargo de la Administración del Centro, y quien administraba era una señora mayor, que a esa hora no había llegado. Así que conseguí mi toalla y procedí  a la rutina de todos los días, ducha, vestida, meditación, misa, desayuno y ¡a trabajar!

 

La corrección fraterna llegó al mediodía, después de la tertulia. El corrector fraterno clásico casi siempre comenzaba con la frase “mira, Fulanito, te quiero decir una cosita” (en Latinoamérica somos dados a los diminutivos) y luego soltaba el rollo. Este loco ya había prescindido de la introducción. Se acercaba, o más que se acercaba se travesaba, no miraba de frente a la víctima de su corrección, sino su luxíndex, y decía lo que tenía que decir. En este caso: “que no entres a la administración a sacar la toalla. Pax!”. En seguida se retiraba, sin dejar tiempo de darle las gracias por su bondad.

 

En esta ocasión, quise matarlo. 

 

Venía en una racha de corrección fraterna diaria a cada uno de los residentes. Cuando se le acabaron las cosas obvias que tenía que decir, las comenzó a fabricar. El muy ladino era el que me había escondido la toalla. La corrección fraterna llegaría por no ducharme, por secarme con la sábana, por robarle la toalla a otro o por entrar a la Administración a conseguir una. No había salvación.

 

Como no pude estrangularlo porque salió corriendo, acudí al Director, cómplice suyo, y denuncié la maniobra. El Director sonrió festejando la diablura del hombre que batió el récord Guiness de correcciones fraternas y parece que atenuó un poco el desmadre de este prófugo del manicomio.

 

¿Qué habrá sido de él y de su luxíndex? Si me lee, un saludo.

 

Gómez. 









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