Tiene mucha razón Nacho Fernández al señalar el halo de misterio con que suelen recubrir las vacaciones del que hace cabeza en el Opus Dei. Pienso que está en la línea de lo que señala Marcus Tank sobre la fabricación artificial de la sobrenaturalidad de la institución, a quien, por cierto felicito efusivamente por su último estudio, que viene a completar una serie de artículos que me parecen importantísimos desde el punto de vista de la reconstrucción de la historia real del Opus Dei, y que me tienen muy impresionada.

            Según las coordenadas en que han enmarcado todo lo referente al origen de la Obra, el prelado no puede ser presentado como una persona normal, pues ha de ser tratado como los faraones, como alguien cuasi divino. Y de ahí ese secretismo, pues rodeándole de misterio, se contribuye a acentuar esa artificiosa distancia.

Del Papa sí sabemos dónde descansa en verano, lo que hace, lo que le gusta, quienes le acompañan. Saluda con normalidad a los paisanos de la zona, con los que pueda encontrarse en sus paseos. Pero el Prelado del Opus Dei es distinto. Está en otra dimensión.

La realidad es mucho más corriente de lo que luego van contando. Dirán que ha estado aquí y allá, y que son admirables los detalles de cariño que ha prodigado con los que han coincidido con él. Puede ser que los tenga. Pero, por los datos que me vienen llegando desde hace tiempo, la realidad es que, fuera de los estrados teatrales que le montan cada vez que va a un sitio, en la distancia corta se le nota bastante limitado y ensimismado, poco cercano y accesible a los que le rodean.

Ahora, concretamente, me decían que seguía en Pamplona, pues su estado de salud lo requería. Desde luego, aunque no sé hasta qué punto le mantendrán informado de las cosas, si yo estuviera en su pellejo andaría con una depre de mucho cuidado.

Trinity