Escribo en respuesta al escrito de Santiago, el amigo seminarista.

Es laudable tu intento de diluir el mal del Opus Dei en el mal genérico de la Iglesia y, por extensión, de toda Institución civil o religiosa. Pero déjame que te advierta de que tu razonamiento es una peligrosa arma de doble filo:

Tú, como seminarista, ¿me estás diciendo que en las diócesis también hay un "psiquiatra oficial", que los seminaristas se deprimen en proporcion similar a los miembros de la prelatura, que los superiores manipulan las conciencias y violan el secreto de confidencia sistemáticamente, que en los seminarios y órdenes religiosas se ocultan voluntariamente aspectos de la propia vocación por razones de eficacia proselitista y que en todas las diócesis el Obispo va como loco por llenar sus seminarios con inestables quinceañeros? ¿Es esto cierto? Porque de ser cierto lo que nos vienes a decir es algo así como: "¡Señores, ustedes no tienen ningún problema con el Opus Dei, lo tienen con la Iglesia!". O de otra manera: "No se molesten en criticar al Opus Dei, si el resto de la Iglesia hace lo mismo".

Te recomiendo que te pienses bien si de verdad el mal del Opus Dei es el mismo mal de la Iglesia, porque de ser así lo único que conseguirás es que la gente siga "hablando mal" del Opus Dei y, además, del resto de la Iglesia que "hace lo mismo y lo consiente". Perdona que te lo diga, pero si has llegado a pensar que alguien se va a frenar en su denuncia a la Prelatura porque la Santa Madre Iglesia también actúa de manera similar, es que eres un gran iluso. Una de las ventajas de haber superado la experiencia Opus es que, recobrado del miedo paralizante a la Prelatura, quedas vacunado contra el resto de miedos institucionales, aunque dicha Institución lleve escudos pontificios, pergaminos lacrados, báculos y casullas ornamentadas.

Temor, miedo... el justo y necesario: el bien entendido temor de Dios y el miedo a volver a vivir negando los dictados de la propia conciencia.

Spiderman - superando a Epstein-Barr