Bien, se llegó el momento ya. (Quién me ha visto... Ultimo cap.).- Satur
Fecha Thursday, 26 February 2004
Tema 100. Aspectos sociológicos


Bien, se llegó el momento ya de separarnos. Poco más puedo aportar a este "Quien me ha visto y quién me ve"... Sería repetirse en argumentos que otros, desde otras perspectivas y otras biografías, pueden completar, contrastar y aportar visiones distintas.

Cada uno tiene su historia y, aunque no siempre podemos elegir los acontecimientos- no somos tan libres como quisiéramos-, tenemos el derecho de buscar nuestro mejor yo ("ese que tú no ves y que yo veo, nadador profundo por tu fondo preciosísimo", que escribió el poeta).

Escribí para aquellos que, como yo en su día...

viven en institucionalismos vocacionales que argumentan la fidelidad con el miedo, la duda y la sospecha sobre nuestro futuro y nuestra capacidad de amar y ser felices. Para aquellos que saben que no son quienes deberían ser por estar viviendo en la mentira de unos compromisos que nunca cumplirán y que resisten por inercia, por comodidad, por vanidad, o por cualquiera de los miles de engaños que puede activar el corazón interesado. Es cierto que el amor siempre es un intercambio, pero puede ser puro o impuro, profundo o superficial... que se centre en el ser o en el tener: que se alimente de un modo orgánico o comercial. Las relaciones en muchos fieles de la perlatura, y de la no perlatura, parecen relaciones comerciales: se intercambian servicios, normas, incluso bienes espirituales como la inteligencia, la ternura, del mismo modo que se intercambian mercancías: el más rico se engríe y se reserva, el más pobre se humilla y se prodiga.

No son alianzas, son complicidades: egoísmo de dos o de varios, reciprocidad en vanidades, en afectos normativizados y reglados, en guiños de clan cerrado y selectivo, en sumisiones a idénticos conformismos vacíos... Todo muy lejos del amor. No digamos con el Amor con mayúsculas.

Escribí para aquel que ya en pocas ocasiones encuentra que es el que deseó ser, que se encuentra como amputado, por él y por otros, de lo mejor de ellos mismos y se comporta de forma extraña para sí y para los demás. Que ni siquiera ama como quisiera. Que ni siquiera puede decir lo que querría decir de verdad y a gritos... y no precisamente por falta de auditorio. Para aquel que, sin embargo, intuye que aún puede volver a empezar con Dios en el bolsillo. Ese Dios que nunca romperá con nosotros, y más cuando sabe lo que sabe, por haber dejado un camino que no era el nuestro.

Si de verdad sabes lo que quieres.
Si de verdad me adivinaste.
Si vas a romper frenos,
En mí todo está dispuesto.
Cuando quieras te amo.


(Gloria Fuertes)
Así es Dios. Que se enteren.

A veces tiendo a ser cursi. Es algo que no puedo evitar. Me puede conmover la chorrez más chorra y encontrarme haciendo pucheritos. Estar viendo en televisión "Hay una carta para ti", por ejemplo, y encontrarme junto a La Piedra, en silencio, sobrecogido por una de esas historias de reencuentros, o de desamores, haciendo auténticos pucheritos como un imbécil, cogidico de su mano, hipando, haciendo auténticos esfuerzos por no estallar en un auyido de llanto incontrolable. Ella, entonces, me mira y hace una de esas cosas que más me molestan cuando estoy Pucheritos Chispipí, que es preguntarme algo justo en el momento en que el taxista Adolfo Próstratros de 86 años va a abrazar a su hijo, que perdió en la guerra, y no sabía nada sobre él en todo ese tiempo. Y el niño dice que arriba el sobre, y la cosa está que tengo la gallina de piel total y los ojos humedecidos

- ¡¡¡Heeeeyyyy, estás llorando!!!.
- Te quieres callar. Próstratros sufre y goza, va a abrazar a su hijo...
- Sííí, ¡¡¡estás llorando!!!- y me da un golpecito de colegui del insti.
- Que te calles...mira, mira... ¡¡¡UAAAAAAAAAA,UAAAAAAAAAAA!!!

Ella esto no lo entiende. La Piedra es de esas mujeres que tratan a su macho man como si fuera un bebé; hombre, no me acuesta en una cuna al mediodía, ni me escribe mi nombre en un papel y me lo cose en la camisa al salir a la calle -aunque poco le falta-, pero a menudo da por hecho que no domino el arte de pensar por mí mismo, así que se dedica a fortalecer mis débiles sentimientos cursis con máximas que le han enseñado en su pueblo tipo "Si el ganadero te invita a beber, o te está jodiendo, o te quiere joder".

Esto de la vena cursi viene a cuento de algo que me sucedió al dejar la opus. A los pocos meses confesé con un sacerdote de esos que en la obra llaman "Padre Topete". Entré en una Inglesia y al verle en el confesionario decidí contarle mis pecadotes y contarle un poco mi vida desde que dejé la Perlatura. Resultó que ese hombre era más cursi que la voz de Karina, y me tocó la fibra esa sensurround y allí los dos llorando a moco tendido. El tío abrazándome, yo moqueándole el alba, los dos emocionados... Y todo es que comenzó a glosarme quien era la Magdalena -no la Ortiz, la otra, la del Evangelio-, y dibuja la escena de la pecadora buscando el cadáver de Jesús que no encontró en el sepulcro vacío, y confunde al Señor con el hortelano, y le pregunta que dónde lo ha puesto, si él lo ha sacado del sepulcro. Y que Jesús le dice solamente "¡María!". Y ella vuelve la cabeza enloquecida.

Entonces va Topete y me dice que si hay mujer que alguna vez haya llorado de alegría tuvo que ser ella. Y me pregunta:

-¿Cómo te llamas, hijo?.
-Saturnino, Padre.
-¡Saturnino!. Pues, mira Saturnino, quizás creas que ahora todo se ha hundido para ti, y que Dios está muerto, pero está cerca de ti y ahora, ¡¡¡ ahora!!!, te está llamando "¡Saturnino!!!!. Lo notarás, y enloquecerás de alegría.

Y en esto que noto que se me sube el garganchón, y que me da el yuyu, y que me licúo, que me senamora el alma me senamora, ¡¡¡y esssooooo!!!. Y me pongo a llorar como en un especial recopilatorio de "Hay una carta para ti". Y el cura también se emociona y, venga, a tirar mocarros como dos tontos.

No he vuelto a saber de ese hombre. Tampoco escuché a nadie que me llamará por mi nombre aquel día... ¡Pero qué bien me quedé, que contentín, que tranquilo!... Porque sabía que era verdad.

Y perdón por la cursilada.

FIN DEL ESCRITO DE SATUR





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