Vidas cruzadas (I).- Satur
Fecha Monday, 21 May 2007
Tema 100. Aspectos sociológicos


VIDAS CRUZADAS

Satur, 21 de mayo de 2007

 

Le conocí cuando él era un joven profesor encargado de 3º de Primaria en un colegio de provincias. Hijo único de familia humilde, criado en un pueblín que está donde el viento da la vuelta, en aquellos años parecía que todas sus aspiraciones personales y profesionales estaban más que satisfechas. Terminado magisterio había encontrado un puesto de trabajo, se había casado con una mujer de exótica belleza y, supongo, en su ambiente, se le veía como alguien que había llegado a ser “muy principal” en el colegio de la opus. Era un tipo muy ambicioso: un trepador nato. Hay peces que “arriban”, migran hacia el naciente para asegurar su descendencia, pues este pececillo comenzaba entonces su largo recorrido de bocaneos y braceos, siempre hacia arriba, superando saltos y escollos  de la manera más asombrosamente natural, sin reparar en medios que le justificaran, costase lo que costase...



Se llama Joan.

 

El colegio, la verdad, era un auténtico circo. Fui allí desterrado y en una situación personal muy parecida a la del preso con la condicional. Esto significa que mi implicación con aquella tropa de profesores fue, el primer año, nula. Sin embargo, la peña que allí trabajaba era para darles de comer aparte: la tropa de Pancho Villa. El primer profesor que me encontré al llegar allí fue un tipo con nombre bíblico que llevaba una camisa rusa kachachof, de esas sin cuello, cuyos botones se atan a la hombrera izquierda, de color rosa fuerte, mocasines de pala corta y … ¡calcetines blancos de deporte!. En pleno mes de septiembre. Con un par, sí señor.

 

Había tres grupos. Unos, los afines a la dirección, mejor al director. Otros, los más, los enfrentados - ¡y de qué manera¡- contra el grupito del director… y unos terceros que deambulábamos por allí.

 

El director era un tipo mesiánico, perfeccionista, muy perfeccionista, inmensamente perfeccionista, decimonónico en sus gestos, feo y nacionalista de campanario. Tenía la conciencia de que nuestro Señor le había elegido a él para darle una vuelta al mundo de la pedagogía, una revolución. Alguien – ignoro el pedazo de cabrón que le introdujo en ese mundo- le iluminó enseñándole la doctrina de un tal Bloom y su taxonomía, y nuestro hombre decidió dedicar su vida entera a Bloom. Era una auténtica obsesión. Todo nacía, se desarrollaba, se contemplaba y se realizaba según la perspectiva de Blom: en Bloom nos movemos, existimos y somos.

 

No exagero. La primera entrevista que mantuve con él me preguntó.

 

-         ¿Te gusta la pedagogía?

 

A mi, la verdad, esas preguntas tan así me ponen muy nervioso. Es como una vez una superdirectota de proyectos de Fomento que me mira muy de seria y me pregunta “¿crees en el PROYECTO?- se refería a los proyectos de Fomento llamados Optimist, Snipe, aceitera, creados por las mentes microcefálicas de unos cuantos cracks … y que actualmente descansan en el sueño de los justos. Amén.

 

 La miro muy de serio también y le contesto “¡ sí, CREO!”. Y ella, entonces, y sólo entonces, me sonrió (mejor se le cuarteó la cara y se le lleno de horribles arrugas que surcaban aquí y allá, como un plato de gulas) y me dijo “¡¡¡bieeeeeeeeennnnnnn!!!”. Y yo sonreí aplaudiendo con mis manitas entusiasmado.

 

-Sí, bueno, más o menos – contesté al director.

- ¿Conoces a Bloom?.

- ¿El del matamoscas?....

 

Dejó de hablarme durante un tiempo. Había blasfemado sin darme cuenta.

 

Este hombre tenía una capacidad maravillosa de meterse en charcos. En aquella misma entrevista me hizo la siguiente consideración “oye, mira… ¿a ti te llaman Suso?... porque, no sé, me parece que con ese nombre te van a faltar al respeto… quizás mejor que te llamen Don Jesús… es que lo de Suso suena a nombre de perro…”. Auténtico el tío. Un trancas de cagarte. Ganando amigos.

 

-         Prefiero tener nombre de perro a cara de conejo – le contesté.

 

Y es que al tío le ponías una zanahoria en la boca y sólo le faltaba decir “¡qué hay de nuevo viejo!”.

 

Como se ve, nuestro primer encuentro no fue muy  amoroso.

 

Se llamaba Miquel.

 

Los que estaban enfrentados con la dirección eran profesores con crustáceos en el casco y el freno de mano puesto. Iban a la greña y en cuanto podían montaban una huelga salvaje, o liaban un cisco por menos que canta un gallo. Si la dirección enviaba una nota sobre la vestimenta del profesorado, los tíos se presentaban con vaquerillos y desarrapados; que se daba un toquecillo sobre la piedad en las formas en el oratorio, pues los tíos se cruzaban de piernas en las pláticas; que había reunión de padres y se aconsejaba asistir para atender a los padres, pues allí no iba ni su agüela.

 

Una manera que tenían de que se notase que ellos era “otra cosa dentro de la Cosa” era que iban con bata blanca. Esto, como es sabido, en Fomento pone del hígado a más de uno. Y así se les hacía notar, pero, ¡quiá!, ellos con su bata. A más de uno alguna madre que venía de la aldea a hacer preceptoría le llamaban “Doctor Chivurri” (el profe se apellidaba Chavarri), y el tío, sin cortarse, le decía, “cuénteme su caso, señora, cuénteme…”. Éste, que era un guasón, decía que había llegado a auscultar a una…

 

La peña ésta había fundado una asociación que se llamaba  la “UDEA” (Un Día Estuvimos Allí): la formaban todos los profesores que alguna vez pasaron por el colegio y que, o bien se fueron, o les fueron, y que con los que seguían dentro celebraban una cena al trimestre donde se ponía a caer de un burro al colegio, la institución, la dirección y el planeta Tierra. La presidía el director espiritual del colegio, un sacerdote agregado que hacía piña con ellos. Las cenas solían terminar con cantos falangistas, vivas a Franco, a Muñoz Grandes, besos, abrazos, lágrimas … y sin sed.

 

El cura, que era muy suyo, se tenía por alguien muy muy porque pertenecía al Cabildo de la Catedral y, además, era algo así como el predicador oficial de la misma. Canónigo de Nosequé y de no Sécuántos. Tenía unos modos muy castrenses predicando, muy exagerados y barrocos, y cuando estaba así como muy chutao se daba unos golpes en el pecho de aúpa y decía “¡¡¡MI CORAZÓN SACERDOTAL SE CONMUEVE VIENDO CÓMO OS QUERÉIS, MI CORAZÓN SACERDOTAL SE CONMUEVEEEEEEE!!!...

 

La verdad es que si en España se crease una asociación de ex opus con el nombre de UDEA – Un Día Estuvimos Allí- , yo creo que barremos: ¡¡¡lo menos 20 millones!!!

 

La dirección, lejos de amilanarse, se enrocaba y hacía fuerte en sus castillos. Por ejemplo, a finales de curso, y de manera totalmente injusta, se repartían unos sobrecillos a aquellos que se habían distinguido por su dedicación a la causa y buen hacer pelotil. Pero, en ocasiones, iban a hacer sangre. Así un año llamaron a dirección a uno de los cabecillas de la contra que se llamaba Moisés y le dijeron que habían considerado su dedicación y entrega y se lo agradecían con la entrega del sobrecillo. El hombre, todo coloradote y algo perplejo, agradece el detalle y se marca un discurso diciendo que si con él pueden contar para lo que quieran, que no hacía falta el detalle, que su vida era el colegio, los niños y las familias, que estaba seguro que muchos otros profesores también merecían la misma consideración… y se marchó estrechando la mano del comité directivo y haciendo reverencias con la cabeza antes de salir del despacho.

 

Al poco entró, encolerizado, cagándose en la madre que parió al comité directivo, a Fomento Todo y a la Cuarta Intercostal…. ¡¡¡el sobre contenía 1000 pesetas!!!.

 

El colegio en eso que se llama “tono humano” dejaba mucho que desear. En realidad la media de asilvestrados era elevadísima y su influencia en el profesorado se notaba: allí con el paso de los años te volvías uno más. Perdías sensibilidad. No me resisto a contar una anécdota.

 

Estaba en mi despacho. Cerca de él había una clase que, ignoro el por qué, en ese momento estaba sin profesor – allí era muy normal que el profe se fuese a echar un pitillo, o a tomarse un café, dejando la clase sola unos minutos. Derrepenete, depronoto, se escucha una alarido de chavales y uno viene corriendo a mi despacho, gritando, y se me pone delante de mi mesa enseñándome la cabeza. Lo que vi no me gustó nada y, puestos a pensar bien, se me ocurrió que aquel fluido blanquecino que colgaba del cabello del chaval era cola de pegar… pero no, no era cola de pegar: era semen.

 

Me dio una arcada. El chaval seguía gritando y yo perplejo, alucinado.

 

Entonces yo era muy del opus y pensé “ joder, ¡vaya pecado mortal!”. Así que me fui a la clase y, efectivamente, allí estaba el “mono”, un tipo que se llamaba Marc y que los chavales, jugando con el apellido, le apodaban “Tiesa” (huelgan explicaciones), y que estaba justo en el pupitre detrás de nuestro protagonista. El tío se reía que no veas. Se la había pelao y, hala, se limpia en la cabeza del delante. Lo engancho por el pescuezo y me lo llevo a dirección hecho un basilisco.

 

Llego a dirección con la criatura y exijo la expulsión inmediata del pecador. Miquel no da crédito a lo que escucha. En estas estamos cuando aparece la cabecita del sujeto paciente – no sabía que nos había seguido hasta el despacho del director-… ¡¡¡con el churretón todavía colgando del cabello!!!. La escena la pilla Almodóvar y hace un peliculón.

 

Miquel hace salir a los chavales y me endilga la consideración de que son cosas de la edad, que no hay que darle más importancia, que merece una sanción, pero no tan drástica…

 

Ya digo: te acostumbrabas a todo.

 

Joan había decidido seguir la estela del barco de Miquel y pronto fue su discípulo más sobresaliente. Aunque el grupo de afectos al régimen eran unos cinco o seis, Joan destacó enseguida entre todos ellos. También estos acostumbraban a cenar en compañía de sus esposas – aunque en este caso ni se cantaba, ni se besaban, ni se cogían peonzas - y allí soñaban con repartos de poder, tiempos de gloria Bloomera y un colegio sin “gentuza”.

 

Joan tenía un don y un defecto. Su don era la voluntad; una voluntad dirigida única y exclusivamente a alcanzar una meta: llegar más alto. Y un defecto: era – es – muy inseguro. La inseguridad, cuando no se tiene cabeza se suple imitando gestos, actitudes, palabras y modos de los que crees que son seguros, de los que admiras, de lo que te parecen líderes para los demás. Y eso es lo que hacía nuestro hombre. Era un copión.

 

Al principio se le notaba un poco, pero pronto perfeccionó sus errores, sus equivocaciones, las faltas de sus malas imitaciones: comenzó a saber vestir (iba hecho un pincel), a saber saludar, saber presentarse en sociedad, a saber aparentar seguridad, a saber dominar sus tics, sus angustias, sus miedos. Supo dominar la escena preparándose durante horas charlitas de diez minutos que debía impartir a los padres, no dejando nada a la improvisación, interiorizando y repitiéndose el mismo guión durante días, el tiempo que hiciese falta para dar la imagen exacta que quería aparentar de sí mismo, y la que quería que los demás advirtiesen.

Hay que tener cuidado con lo que se sueña porque es seguro que un día ese sueño se nos presentará. A Joan un día su sueño se le hizo realidad pero, ¡ay!, a qué precio, porque hay sueños que su consecución significa dejar de vivir con el alma intacta, fresca, inocente… en el retrato de nuestra vida, desde aquel día, y para siempre, hay una bolsa de monedas que tratamos de ocultar de las miradas de los amigos de aquella última cena.

De todas formas, lo primero que hizo nuestro buen hombre fue pitar de supernumerario. Esa lección la aprendió deseguida deseguida.

Satur

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