Leía los otros días el escrito de Aldebarán, muy interesante por cierto, y me detuve a pensar en eso de “hablar mal de la Obra”. Y me preguntaba: ¿qué es hablar mal?, especialmente me lo decía cuando en ciertos párrafos de ese escrito el autor  dejaba al lector en el misterio, al omitir datos e historias debido a la promesa, aquella de “no hablar mal”. Algo semejante me sucedió leyendo a Antonio Pérez y lamentablemente él ya no puede hablar más. No es necesario hablar mal, con hablar es suficiente (Cfr. Vita Quotidiana, de Aquilina).

Creo que en todo aquello que hace a la Obra, cuanto más se sepa, mejor. Y en lo que hace a la vida privada de las personas, mejor evitarlo ciertamente (no aporta nada saber a quién le pasó qué cosa, pero sí qué le pasó, pues hace al conocimiento de la Obra). Y la Obra no es una persona, por lo cual no tiene una intimidad sagrada, es una institución de la cual se debe hablar mucho, en la misma medida en que oculta mucho.

Pienso que hablar mal generalmente hace a lo adjetivo y no a lo sustantivo. Es decir, hablar mal tiene que ver más con la exageración que con el dato. Hablar mal hace a la intención de hacer mal hablando o hacer mal por medio del habla o la escritura. Y de ahí surgen las inexactitudes, las deformaciones de la verdad histórica, falsedades, etc., hasta llegar al extremo de la mentira, lisa y llana.

En la medida en que se tenga en claro qué es hablar mal (hacer daño con el habla) y que cosa es simplemente hablar, resultará más fácil dar a conocer la historia no oficial de la Obra y perder el miedo a obrar el mal.

Con medir los adjetivos y tener clara la intención (hablar, más que hacer daño), pienso que no es necesario aceptar ninguna promesa impuesta por la Obra, y menos en aquellos ámbitos que hacen al esclarecimiento de la historia institucional. Esa promesa que los directores imponen, tiene que ver más con el silenciamiento que con la caridad o la justicia. Es una trampa más.

Saludos,
E.B.E.