Mi marcha se produjo una soleada y transparente jornada de abril. Era media mañana y el Centro estaba vacío; como suele hacerse en estos casos.

Al dirigirme a la puerta con mi maletín me encuentro con Don Antonio Petit que me dice ¿Quieres que te dé la bendición de viaje?

Don Antonio no era del Consejo Local, así que no me constaba que estuviera al corriente de mi situación; además mi proceso hacia el desencanto no fue, digamos, de general conocimiento.

Ya en la salita, Beata Maria intercendente..., la emoción del momento me dejó sin palabras para darle las gracias, solo Amen. Me parece que ni siquiera nos dimos la mano pero el suyo fue un gesto sensible y lleno de humanidad; después de todo la Obra se preocupaba por bendecir el itinere lleno de incógnitas que me aprestaba a emprender fuera de ella.

Ocurrió hace ya algunos años pero, entre las luces y sombras de mi paso por el Opus Dei, ese episodio final permanecía vivo en la columna del activo.

Ahora he comprendido que ese significativo detalle de cortesía y de caridad cristiana fue cosa sólo de Don Antonio.

Democrito