La inocencia de los dirigentes del Opus Dei
Jacinto Choza, 29 de diciembre de 2006
Imagen: Fernando Botero, "Saint George"
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1.- El principio de la buena fe. 2.- La inmunidad de la inocencia. 3.- La conciencia invenciblemente errónea. 4.- Kruschev y Juan XXIII. 5.- Apéndice. Carta de Escrivá a Franco de 23 de mayo de 1958.
Después de leer el estudio de Oráculo La libertad de las conciencias en el Opus Dei y el Decreto Quemadmodum de Leon XIII de 17-XII-1890 que incluye como apéndice, me gustaría añadir algunas observaciones en apoyo de sus objetivos y los de la web.
Para empezar, y en primer lugar, quiero dar las gracias a Oráculo por sus escritos, y a Agustina por haber hecho posible toda esta cadena de eventos. La primera vez que envié una carta a la web, respondiendo a una especie de interpelación de Tlin hace dos años o algo así, no imaginaba que este foro adquiriría tales dimensiones ni alcanzaría la repercusión que ha alcanzado.
Empecé a mandar escritos firmados con mi nombre porque todos los participantes me parecían demasiado jóvenes y demasiado inexpertos en relación con lo que yo había vivido y conocido de la institución, porque me parecían como ovejas sin pastor, y porque sentía, quizá arrogantemente, que con mis años y experiencia podía darles algún cobijo y consuelo. Pero pronto cambié de parecer. Entendí que un corazón humano, que muestra sus heridas sin alardes mientras que brinda y pide ayuda, es una cátedra donde hay más sabiduría que en los textos académicamente mejor construidos. Pero además, se ha ido incorporando a la web tanta gente, con tanta experiencia, tanto saber y tanto criterio, que he aprendido y he recibido yo más ayuda de lo que pensaba, y más análisis académicamente elaborados de lo que esperaba, para orientarme también yo mismo en mi momento histórico y en mi contexto eclesial, social y político. Y por eso quiero daros las gracias a todos, de todo corazón, desde Agustina hasta Oráculo, por todo lo que me habéis ayudado.
En segundo lugar, paso ya a las observaciones que quiero hacer, y que se dirigen todas a responder a esta pregunta: ¿Cómo es posible que habiendo vivido en la Obra tanta gente tan buena, tantos juristas y canonistas tan excepcionales, especialmente en los primeros tiempos, y tantos directivos tan capaces, haya llegado la institución a una situación como la que Antonio Ruiz Retegui describe en términos de estructura de pecado y Oráculo en términos de anulación de la libertad de las conciencias, en contradicción con las directrices más claras de la misma Iglesia sobre esos extremos?
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