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Hese :

Hola,

Fui cercano a la Obra desde los 13 o 14 años cuando comenzó mi adoctrinamiento; ahora tengo 28. Desde aquélla edad estudié en un colegio de la Obra, y al graduarme fui a vivir a una de sus residencias universitarias, en donde viví emulando la vida de los numerarios, quizá la de los supernumerarios (porque tuve una novia), hasta que me hice cooperador.

Sé que mi forma de ver la vida cambió cuando los curas del colegio me comenzaron a informar sobre los pecados sexuales. Siento que todo comenzó allí. En mi colegio anterior, administrado por padres paúles, los pecados que conocí fueron los de la falta de caridad, de solidaridad con el prójimo como robar, pelearme con mis compañeros, dejar de compartir mis útiles con mis amigos, honrar padre y madre, etc., y sé que era mucho más sano mentalmente y más feliz. Pero convencido de mi crecimiento personal me mantuve así, pegado al Opus Dei, como a mi fuente de seguridad y formación personal...



No creo que sea necesario, al menos por ahora, contarles todas las cosas por las que pasé, porque no creo que difieran de la experiencia de todos los que se acercan a la Obra de una manera intensa. La mayoría de esas experiencias fueron generadoras de culpabilidad y de auto exclusión. Con respecto a esta última sensación, una de las cosas que más dolor me ha causado es haber considerado a mi madre y mi padre una categoría inferior de personas porque no vivían y no eran tan “sapientes” y tan santos como los miembros del Opus. Igual experiencia tuve con mi hermana, a quien consideré menos por no haberse preocupado nunca por su formación religiosa de la forma como yo lo hacía. Obviamente, la misma conducta la tuve con mis amigos, parejas y relacionados a quienes en su mayoría nunca consideré ni tan “cultos” ni tan “maduros” como yo.

Hace año y medio conocí a un sacerdote diocesano, ex carmelita descalzo, que me ayudó a salir de la experiencia. Fui receptivo con él porque se me presentaba como autoridad de la Iglesia. Él me ayudó a hacerme conciente del concepto que tenía de mí mismo y del que yo creía que Dios tenía de mí. Me dijo que yo era bueno y digno de Dios y que Él pensaba lo mismo de mí. Con esto fue descargándome de muchos sentimientos de culpa e indignidad y fui sintiéndome mejor en mi relación con Dios, aunque confieso haber entrado en una etapa de confusión muy grande sobre mi conducta moral y la concepción de pecado. Una de las cosas que influyó mucho en mí, fue compartir con este sacerdote la lectura de “Tus Zonas Erróneas”, porque la interpretación que hice del libro me hizo sentir, como de forma inmediata, con licencia para todo, y esta actitud me la reforzaba el hecho de que este sacerdote amigo me restringió al mínimo la noción de pecado o me dio una noción difusa de la misma para un ex cercano al Opus, me elevó al máximo (o al menos yo lo entendí así) la noción de compasión y, encima de todo, me daba la comunión sin necesidad de confesarme.

Paralelamente a este tiempo, me enteré del divorcio de una pareja de amigos de mi familia a la cual yo admiraba sin conocer realmente. Con la nueva idea de que a los divorciados no debe prejuzgárseles, me acerqué a ella (la ex esposa) con una admiración idolátrica, supuestamente seguro de mí mismo, y con mi nueva actitud compasiva, descargada de prejuicios. Tenía la intención de vivir, de experimentar la aventura sexual (sin sentimientos de culpabilidad) más grande de mi vida con una mujer divorciada -de la que supe después que era 13 años mayor que yo-, y quizá haya tenido, además, necesidad de satisfacer mi vanidad, pensando en que si lograba que ella gustara de mi, esta experiencia reforzaría mi autoestima, mi valor personal y la confianza en mí mismo (durante mi cercanía a la Obra”, yo no me sentía muy seguro de mí mismo para conquistar). Dentro de mi fantasía yo estaba seguro que no me involucraría sentimentalmente…

Sin embargo no fue así. Me involucré y sufrí mucho. Entre otras cosas porque fuera de los temas tabú (o no tan tabú, la verdad es que no sabría decir) como que yo tengo 28 y ella 41, que es divorciada, que mi familia no la desea para mí y que durante un tiempo o quizá todo el tiempo, nos escondimos de su ex marido; ella misma me fue contando cosas de su vida que aumentaron mi confusión. La más importante de ellas fue que engañó a su marido durante 10 años. En otra oportunidad en la que volví de una de las mencionadas interrupciones, me dijo que yo la había echado a perder porque ahora le gustaban los hombres menores que ella,. etc. etc.

Pero a pesar de todo el sufrimiento que me producía este enredo, un sentimiento de compasión (quizá mal entendida, la verdad me ha costado mucho aclararme), aunado a una atracción química nunca antes vivida y su natural simpatía (me gustaba su forma de ser), me hacían pensar en la inculpabilidad de ella, y me habrían esperanzas de que ella cambiaría y yo estaría allí para presenciar su redención. Es más, me hacían pensar en la necesidad de desafiar a mi familia, amigos y a la sociedad para hacer con ella un proyecto de vida y a través de esta relación liberarme mental y religiosamente. En un momento llegué a pensar que si era cierto que el amor de mis padres era incondicional, no tendrían ni que preocuparse por mi elección de pareja; que cualquier condicionamiento era una manipulación.

Sin embargo, algo dentro de mí, de una manera intuitiva, quizá instintiva, de tanto reiterarme que la relación con ella, lejos de liberarme, podría dañarme (quién sabe en qué medida), hacerme perder tiempo, etc., me empujó a abandonar la relación. Eso acaba de ocurrir hace un par de semanas.

Pero no acabo de sentirme bien. Aunque en otras mujeres que no me gustan, o en relaciones ajenas, puedo percibir los inconvenientes, en mi caso particular no creo saber, tener la convicción de las cosas que quiero para mí. No siento los deseos que antes tenía de constituir una familia tradicional, ni de tener hijos, ni de concebirlos durante mi juventud, ni de casarme, etc. Tampoco percibo los riesgos de acercarme a una persona como la que les acabo de describir. Y lo más grave es que me causa mucho miedo jugar al bohemio, al que no tiene parámetros. Pero, paradójicamente, siento que se me borró el camino. Quizá lo único que tenga claro en este momento sea el deseo de tener pareja, no cualquiera, pero de tener pareja. Y el deseo de tener muchos amigos, de no estar solo.

Esta situación me atasca emocionalmente. Me impide dedicarme a mi trabajo académico aunque no tanto a mi trabajo profesional (soy abogado). Me quita la concentración en la lectura, etc. Me hace constantemente hablar de mis problemas. Siento desde hace mucho tiempo la necesidad incontrolable de pedir consejo, y las convicciones a las que llego no se me muestran tan fuertes como antes...

Actualmente hago terapia con un psiquiatra constructivista. Me ha ayudado en cosas concretas, como la de la relación de pareja que les acabo de narrar. Pero creo que considera que yo no tengo nada profundo relacionado con el Opus. Reconozco que tampoco he sabido relacionar muy bien en consulta mis problemas con la experiencia en el Opus, porque no era tan consciente de las consecuencias de esa experiencia. Necesito la ayuda de ustedes. ¿Qué me dicen?

Reciban un abrazo y que Dios los bendiga,

Hese




Publicado el Wednesday, 25 October 2006



 
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