Pequeñas anécdotas de la vida cotidiana de un miembro del opus dei dejan ver el trasfondo de la institución. Para los que nos fuimos hace tiempo sirven de entretenimiento. Para los que siguen dentro del opus sirven para “ver” los errores de la institución; a algunos de éstos últimos les servirán para intentar corregir esos errores, y a otros para tomar la decisión de emprender el camino de salida.

Para todos he rescatado de mi memoria mi primer acto de rebeldía en el opus dei.

Estaba en el centro de estudios (lugar de adoctrinamiento intensivo de numerarios de la opus) y llevaba meses sin visitar a mis padres. Mi madre de vez en cuando me llamaba por teléfono y me preguntaba que cuándo iba a ir a verlos. Yo no sabía qué decirle, seguro que le daría alguna respuesta evasiva, algo así como “en cuanto pueda”, como si tuviera muchas e importantes obligaciones que me lo impidieran...Cuánta mentira...(...recuerdo a uno que lloraba desconsoladamente cada vez que hablaba por teléfono con sus padres...)

Como en realidad no había ninguna razón para no ir, se lo planteé al que era Subdirector de mi grupo en aquél momento:

- Yo.- Oye, Subdirector, que digo que cúando podría yo ir a visitar a mis padres, que mi madre me ha preguntado varias veces que cuándo voy a ir y ya no sé qué decirle. Te agradecería que me dijeras una fecha concreta para poder decirle cuándo voy a ir.

- Subdirector.- Bueno, ya te diré...(con tono de desagrado y desinterés).

El mismo planteamiento, con la misma respuesta, se produjo durante varias semanas sucesivas sin que el Subdirector me diera una respuesta concreta. Estaba claro el desinterés del Subdirector respecto a mis padres y a mis sentimientos hacia ellos.

Finalmente, harto de esperar una respuesta, decidí resolver la situación. Compré un billete de autobús y le comuniqué al Subdirector que el siguiente fin de semana iba a ir a visitar a mis padres.

El Subdirector primeramente se quedó estupefacto, enseguida se puso rojo de ira y me preguntó que con quién lo había consultado. Yo le recordé que en varias ocasiones le había planteado la cuestión y que habían pasado varias semanas sin que él me diera ninguna respuesta concreta, por lo que, ante la falta de respuesta, me había parecido oportuno tomar yo la decisión. Iría a visitarlos el siguiente fin de semana.

Hubo más conversación sobre el incidente y aunque no la recuerdo en su totalidad porque hace muchos años de aquello, sí me acuerdo que me dijo algo así como que él no iba a exigirme obediencia en base al voto de obediencia que habíamos hecho, pero que en la obra se obedece a los directores, que hay que obedecer, caramba, y que lo que yo había hecho no era obedecer.

Para terminar le dije que, si él quería, yo podía cambiar la fecha del viaje (se sobreentendía que yo seguía exigiendo que me dijera una fecha concreta, porque a mí no me parecía razonable dejar el asunto sin solución) pero me dijo que no, que como ya había sacado el billete de autobús para el fin de semana siguiente, que fuera a visitarlos, pero que, en cuanto terminásemos de hablar tenía que ir a confesarme...

¡Tenía que ir a confesarme!...

Esto me impactó bastante porque no pensaba yo que la obediencia –con votos que no son votos, pero oye, que hay que obedecer- pudiera llegar tan lejos, y, además, yo no consideraba que hubiera pecado ni que, en consecuencia, necesitase confesión.

Yo no estaba en mal plan y no tenía problemas de vocación... Simplemente me rebelé ante lo que me pareció una grave desatención del Subdirector respecto a mí y respecto a mis padres. Si él me hubiera dicho una fecha concreta yo la hubiera aceptado, lo que no acepté fue la falta de respuesta.

No obstante me confesé. Sin conciencia de pecado, sin entender porqué tenía que confesarme, lógicamente sin arrepentimiento, y movido únicamente por una coacción espiritual a la que no podía resistirme porque yo estaba convencido –me habían convencido- de que Dios me había elegido para ser numerario del opus dei. Y, partiendo de esa premisa, ni se me pasaba por la cabeza la posibilidad de marcharme. Así que fuí a confesarme...

El lavado de cerebro lleva a aceptar lo inaceptable.

José Antonio.