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 Libros silenciados: Los enfermos psíquicos del Opus Dei.- Oráculo

105. Psiquiatría: problemas y praxis
oraculo :

los enfermos psÍquicos del opus dei

 

© por ORÁCULO
Imagen: Paul Klee, "Head of a man"

 

 

1.        Acogiendo las sugerencias de algunos, iré enviando materiales del volumen de Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas (Roma 2001), porque ayudará mucho —sobre todo a las personas “de dentro”— a conocer por anticipado los protocolos de acción a los que suele ajustarse el mando. Y como no son pocos los que ven o han visto alterado su equilibro psíquico en la peculiar “dirección espiritual” que imparte el Opus Dei, como muestran muchos testimonios de esta web, me parecía útil comenzar por la presentación de lo relativo a enfermos, en especial los enfermos psíquicos.

El tema se considera en el Anexo IV de ese volumen, titulado Orientaciones para algunos casos particulares, cuyo número 4 se dedica íntegramente a ese tipo de enfermos (pp.200-207). Con estas líneas iniciales sólo busco la presentación de los textos, cuya literalidad íntegra edito en el Apéndice final, separando el texto principal (apartado A) y las notas del pie de página (apartado B), como he hecho en otras ocasiones; ya luego Agustina se encargará de agregar estos materiales también al “documento interno” en esta web. La paginación original del volumen va en paréntesis cuadrados y, por lo demás, la tipografía respeta la presentación del original.

Varias cosas llaman la atención en la lectura reposada de esos textos. Hoy me limito a señalar algunos aspectos, a vuela pluma, cuyo comentario dejo a otros lectores que deseen añadir sus observaciones. Reconozco que las mías de ahora son sólo sugerencias abiertas, que necesitan mayores contrastes para ser propuestas como conclusiones firmes.

 

2.          De entrada, sorprende la simpleza de las descripciones médicas de las patologías psíquicas, entre las que ni siquiera aparece una mención expresa del trastorno bipolar de la personalidad. Y, curiosamente, éste es uno de los diagnósticos más socorridos en los “médicos oficiales” de la institución cuando los Directores les llevan, por ejemplo, un Numerario o Numeraria excesivamente críticos con las “costumbres institucionales” pero sin voluntad de discutir su “perseverancia”: es decir, una personalidad “inadaptada”. A veces parece que el único modo de atajar tanto “espíritu crítico en la docilidad” acaba siendo un empastillamiento por unas presuntas “disociaciones de la personalidad”, pues obviamente la institución no reconoce nunca sus rarezas como tales ni sus íntimas contradicciones...



Así pues, resulta muy preocupante que en no pocos de estos casos el fenómeno real sea justamente lo inverso. Las “patologías” están en los modos de acción que impone la institución y la “inadecuación de la personalidad” —cuando chirría ante tantas “paranoias institucionales”— es síntoma de normalidad y tantas veces de humanidad. No pocas veces sucede entonces, por desgracia, que los estados depresivos o las supuestas “alteraciones de la personalidad” brotan de la ausencia de una sana crítica teológica personal o, sobre todo, de la carencia de una recia autonomía moral de las conciencias, más peligrosa cuando se conjuga con algunas predisposiciones psicosomáticas a ese tipo de trastornos.

El hecho cierto es que estos fieles se rompen por dentro y sufren lo indecible —casí diría, más ellas que ellos, por la sensibilidad femenina— pues, con su mejor voluntad y rectitud, tienden a conciliar vitalmente lo que objetivamente es inconciliable. Como la institución jamás reconocerá que los hechos pueden ser de este modo ni encontrar una tal explicación, el resultado práctico es ese elevadísimo porcentaje de Numerarios o Numerarias “dóciles” y “empastillados” (o sea, “domesticados”) en los Centros de mayores, que cada día hace más raro y deprimente el panorama interno de la vida en los Centros de la Prelatura. Por paradoja, los más sanos son esos “mártires de la verdad”, a los que aludía el escrito de Marcus Tank anteayer. Es lamentable que este horizonte de futuro sea previsible, a plazo fijo, para un elevado porcentaje de fieles de la Prelatura que residen en sus Centros, pues jamás podrán estar a gusto en “ese Opus Dei”: viven tensionados de continuo, bajo la presión de una “normalidad ficticia”, que ellos rechazan y a su vez desean asumir vitalmente como por un deber-ser “natural” por vocacional… ¡cuando tantas veces es antinatural!

 

3.          En fin, las Experiencias no parecen conjugar, ni remotamente, la posibilidad de que los enfoques prácticos que suelen hacerse de la propia “espiritualidad” puedan ser causa directa de no pocos de los trastornos psíquicos. Y al contrario, cuando el sentido común de un fiel reclama la salida de la Prelatura porque in confuso llega a entrever por ahí un camino de liberación interior, entonces resulta que las Experiencias proponen como receta dogmática de validez universal indicaciones como éstas: Si tuviese pensamientos contra la perseverancia, es preciso escucharle con calma, sin asustarse, pero también sin mostrar que no se concede importancia a esa circunstancia. En este punto, cuidando los modos, se le recordará de manera inflexible que la vocación la da Dios para siempre. Por otro lado, resulta patente que no está en condiciones de razonar con normalidad y mucho menos de tomar una decisión de la que luego se arrepentiría. Esa expresión de manera inflexible está demostrando la escasa validez antropológica del consejo, propuesto además de modo general, pues proviene de un “apriorismo interesado” más que de la consideración del bien particular de cada fiel.

De hecho, las autoridades de la Prelatura olvidan con pasmosa facilidad toda esa “retórica teológica” cuando les interesa deshacerse de alguien, sacerdote o laico, que les resulta incómodo: suelen ser aquellas personas que han llegado a conjugar un “espíritu crítico” sano —“insanable” por soberbia pura y dura, dirán los Directores— con la higiene mental. En estos casos “es mejor que se vayan fuera y nos deje en paz”. No obstante, a estos fieles se les dirá: “es mejor para ti fuera, porque así serás más feliz”. Y en esto —aun sin querer, porque la rectitud del obrar resulta sospechosa— dicen verdad.

Pero ¿dónde queda entonces eso de que la vocación la da Dios para siempre a los fieles?, pues son los mismos Directores quienes provocan la salida, por medios directos o indirectos. ¡Qué más da! No obstante, ellos estarán muy atentos para que las cosas se produzcan de modo que sea el propio fiel quien “voluntariamente” —no sin un cierto complejo de culpa— formule la petición de dimisión: si no, los Directores “se contaminarían” contraviniendo su retórica de la “vocación divina”, casi como los fariseos del tiempo de Jesús, que temían pisar el Pretorio no fuera que esto les impidiera celebrar la Pascua.

 

4.         En la pastoral prevista para este tipo de enfermos sorprende también la tendencia a imponer estilos de vida y prácticas ascéticas de modo absoluto, independientemente de las medidas que pueda reclamar el tratamiento de las patologías o de lo que en particular sería realmente más beneficioso para la curación. En el fondo parece que no se acaban de aceptar las enfermedades como tales, si es que no sucede algo peor: que prime el interés institucional de la “uniformidad”, sin excepciones, antes que el bien singular de la persona. Sigue latiendo ahí la confusión de planos, espiritual y orgánico, por más que el texto de las Experiencias insista en su diferencia teórica.

No es difícil encontrar ejemplos de esa prevalencia absoluta de lo colectivo. Basta leer este párrafo: De acuerdo con el médico y siguiendo el trámite establecido, se le puede dispensar durante una temporada del cumplimiento de alguna Norma o Costumbre, o de asistir a un medio de formación. Pero no conviene que se prolongue, ni que se dé la falsa impresión de que los Directores no valoran suficientemente el plan de vida. ¡Qué importará el plan de vida abstracto, cuando está en juego la salud física —no espiritual— de las personas concretas! Y también se lee: En la mayoría de los casos, interesa que se levante puntualmente para acudir a la oración de la mañana, salvo raras excepciones o durante cortas temporadas, determinadas de común acuerdo con el médico. Si necesita dormir más horas, puede acostarse antes o, excepcionalmente, dormir en un sillón, por ejemplo un rato, después de la tertulia del mediodía. En ningún momento se renuncia, pues, al supuesto “bien objetivo” del comportamiento estandarizado, rígido: es una muestra rediviva del hombre para el sábado y no la inversa.

             En este aspecto es donde la ascética pseudopelagiana del Opus Dei —pelagiana o semipelagiana, no entro ahora a los distingos que algunos hacen— muestra su peor cara y su fuerza corrosiva de la personalidad. Todo parece consistir en un hacer sin parar y, si no puede hacerse nada, pues entonces no parar de hacer rezos. Parece ignorarse, por ejemplo, que en ese tipo de enfermedades y de enfermos no es infrecuente que la persona sea incapaz de decir una sola jaculatoria, o de recitar un Padrenuestro o un Avemaría, porque el alma sólo experimenta consuelo para su angustia ejercitando la libertad plena del abandono, la despreocupación, vivenciando así confiadamente la ansiedad de su desamparo interior. También en los procesos patológicos de la personalidad suo modo es éste un camino de purificación interior, que a los enfermos suele aportar además una particular resistencia frente a los síntomas de su propia patología.

 

5.            En fin, no deseo alargar mucho esta presentación. Destaco dos aspectos más, sólo como una llamada de atención al lector, para que examine los textos en su contexto, los analice, y saque sus propias conclusiones. De un lado, por ejemplo, reléase la definición del neurótico o la descripción de la neurosis y piénsese luego en la vida interna de los Centros o también en tantas conductas “institucionales” que tienen algo de absurdo, por usar ahora una expresión de estas Experiencias. ¿No es el Fundador mismo la muestra primera de ese tipo de enfermos? Las intemperancias de su carácter o los altibajos de su humor caprichoso parecen haber sido transformados en actos de virtud, como de quien defendía así el “espíritu” de su carisma, al igual que las “biografías oficiales” han eliminado sus patologías depresivas, constatadas, muy en paralelo con las del actual Prelado. Pero esto apenas engaña ya a nadie que posea una información directa o cercana. ¿No arrastra acaso la propia fundación un “rasero patológico” de medida de la normalidad que los está haciendo a todos un poco locos? ¿O acaso un mucho?

     Y, de otro, el panorama que la institución ofrece a sus enfermos psíquicos apenas resulta atractivo: peor, es hondamente pesimista, como si arrastrase la imposibilidad de una curación “dentro” de la Prelatura. La preocupación primordial parece ser el control de las conductas, no la etiología de los males ni su remedio veraz. Y así el problema nunca podrá encontrar solución. El futuro de estos enfermos es entonces “una vida enajenada” en manos de sus Directores, bajo un control más intenso aún que en las condiciones ordinarias de bienestar. Y las Experiencias insisten erre que erre en ese control y en esa vigilancia para uniformar comportamientos.

       No es difícil poner ejemplos. Se procura que todos reciban con normalidad los “medios de formación” establecidos añadiendo —para el enfermo— que interesa prepararle muy bien, para que los aproveche adecuadamente. En concreto, sugerirle los temas que ha de considerar en su oración, los puntos de lucha y el régimen de vida. Debe acudir a esos medios con un plan muy definido. Como norma de prudencia, se informará previamente al Director o al Consejo local de esas actividades. Se insiste en la vigilancia para conseguir que los enfermos no se dispensen por cuenta propia de aspectos de su entrega, ni lleguen tampoco a decidir por sí mismo en temas referentes a la vocación, trabajo, fraternidad, etc., sin contar con el consejo de los Directores. Y sin embargo, en general, no existe nada peor para este tipo de enfermos que la anulación de sus iniciativas personales y, peor aún, en un contexto rígido de exigencias éticas heterónomas.

          En suma, estos textos ¿no transmiten acaso la impresión desagradable, ácida, seca y molesta, como si sus redactores estuvieran tratando de peleles o polichinelas más que de personas? Como algunos han aconsejado desde esta web, los escritos de Segundo por ejemplo, en estas situaciones lo más sensato es justamente hacer lo contrario a algunas orientaciones de estas Experiencias: es decir, prescindir cuanto antes del consejo de esos controladores de la personalidad y acudir a profesionales independientes, que nada tengan que ver con la Prelatura. Cuando esto se hace, no es infrecuente que entonces se abran puertas a la esperanza y que los enfermos inicien la lenta andadura de su gradual recuperación.

 

APÉNDICE

Anexo IV n.4 en el volumen titulado

Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas

(Roma 2001)pp. 200-207

 

A) El texto principal

               [200]

 

                4. atención de enfermos

 

                     a) En general

                Para que nos quedara siempre claro cómo habíamos de esmerarnos en la atención de los enfermos, nuestro Padre llegó a escribir que, si fuera preciso, porque lo prescribieran los médicos, robaría un trozo de cielo, para curarles56. Hay que tratarles siempre con el mayor cariño, sabiendo además que, a veces, la misma dolencia les puede hacer un poco susceptibles.

                Si en algún caso se observaran en una persona determinadas anomalías de carácter o comportamiento, que hagan sospechar una situación especial, habrá que recordar que antes de acudir a un especialista en psiquiatría, se debe consultar a la Comisión Regional57.

                Si la enfermedad es mortal, hay que avisarles con el tiempo suficiente para que se puedan preparar lo mejor posible y reciban con ple [201] na consciencia los últimos sacramentos; aunque, en general, tampoco es necesario hacerlo con excesiva antelación.

                Para llevarles la Sagrada Comunión, la deben pedir previamente. Si no la solicitaran, se les puede preguntar con delicadeza si desean comulgar.

 

                      b) Enfermos mentales: algunas consideraciones

                Lo ordinario será que no se presenten casos patológicos. Sin embargo, dentro de su relativa rareza, puede haber personas con trastornos neuróticos o, más excepcionalmente, con otras alteraciones que requieren claramente la intervención de un médico.

                Se recogen, a continuación unas brevísimas descripciones de patologías que requieren, en general, tratamiento psiquiátrico. En la dirección espiritual nunca se hacen diagnósticos médicos, ni se aplican tratamientos de ningún tipo, pero puede ser útil disponer de estas nociones sumarias, por si alguna vez el comportamiento de una persona parece claramente anormal.

                Las psicosis son las enfermedades mentales más graves, porque producen una ruptura neta entre la persona y el medio ambiente, llegando incluso a imposibilitar el tratamiento psicoterapéutico, imposible si no se da la comunicación médico-paciente. Tienen una base orgánica y se manifiestan por una alteración del juicio sobre la realidad. Las neurosis, en cambio, no producen esa desconexión y son más susceptibles de tratamiento y curación. Especial importancia merecen las paranoias que, con frecuencia, aunque sean patológicas, pasan inadvertidas, e incluso las personas afectadas pueden ser intelectualmente brillantes y productivas en su trabajo. Menos importantes en cuanto a su gravedad, aunque más habituales, son las enfermedades psicosomáticas con manifestaciones orgánicas (algunos casos de úlcera, colitis, cefalea) que pueden ser de origen psíquico y que ceden fácilmente con tratamiento médico.

                [202] Por lo que se refiere a las psicosis, los tipos más importantes son las esquizofrenias y las psicosis maníacodepresivas; ambas de grave pronóstico y, casi en la totalidad de los casos, incurables. La esquizofrenia se caracteriza por la disociación de la personalidad, ideas delirantes, alucinaciones con más frecuencia auditivas o visuales, alejamiento de la realidad y, en general, la aparición de cualquier síntoma psiquiátrico asociado a estos otros básicos. La psicosis maníacodepresiva es una enfermedad cíclica en la que se alternan periodos de euforia con otros de depresión, en los cuales se puede llegar incluso al suicidio o al homicidio. Ambas suelen tener manifestaciones en la juventud. Algunos han pensado que el entorno familiar tiene influencia, si no en su producción, sí en su manifestación clínica más o menos temprana; tampoco se puede decir que estas afecciones sean hereditarias, aunque parece que pueda existir una cierta tendencia familiar58. Lo más característico de la actitud del psicótico es la incomprensibilidad de su conducta, que tiene algo de absurdo. El observador choca con un muro impenetrable. Todo intento de persuasión resulta inútil.

                La paranoia es una enfermedad que ofrece problemas serios. Los paranoicos se muestran aparentemente normales en muchos campos de su actividad y de su conducta. Lo característico de ellos es que presentan ideas delirantes —de persecución o formas similares— y obsesivas con una estructura interna coherente: dentro de lo insólito de la historia —esto es percibido por la persona sana— hay un cierto orden, coherencia y concatenación de los hechos narrados por el paciente, que le dan un aspecto de verosimilitud. En algunos la paranoia pasa casi inadvertida, pues consiguen desarrollar bien un trabajo intelectual o manual, aunque la enfermedad resulta evidente para los que les tratan de cerca.

                [203] La neurosis se manifiesta como una reacción anómala pero comprensible ante determinadas situaciones límite, externas o internas, que padece el sujeto; en realidad, todos podemos responder de un modo neurótico ante cierto tipo de estímulo. Se suele llamar neurótico al que lo hace en casos de relativa normalidad, en los que un hombre medio actuaría de modo mesurado. Puede adquirir diversas formas: la histeria de conversión, con signos somáticos (parálisis, etc.) como consecuencia de un problema emocional; las neurosis depresivas; la angustia exagerada ante peligros ínfimos; las ideas obsesivas; las fobias, etc.

                Resulta evidente que no hay que exagerar ante estos problemas. Algunos son muy leves, y es suficiente consultar al médico, que ha de ser siempre un buen profesional, de seguro criterio y de recta doctrina. De lo contrario, puede causar en los enfermos destrozos graves, tanto de orden moral como psíquico.

 

                     c) Atención espiritual de personas con enfermedades depresivas

                Se dan algunas indicaciones generales. Hay que saber que cada persona es distinta y puede requerir ser tratada de un modo diverso. Siempre es útil lo que le lleve a salir de sí misma, a poner su atención en Dios y en los demás, con el buen humor —alegría de los hijos de Dios— de que sea capaz.

                En la dirección espiritual, un primer objetivo, es que no se invente problemas ascéticos que vayan más allá de la enfermedad. Conviene decirle que ofrezca a Dios su tristeza, incluso a posteriori, con la alegría de la fe, que no es ni fisiológica ni psicológica; que entienda que Dios la permite y que ha de aprender a santificarla, pues sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, [204] los que según su designio son llamados59, y por tanto, omnia in bonum; y que tenga en cuenta que el ofrecerla no significa que vaya a desaparecer; ha de intentar no pensar en sí mismo, también para recuperar la salud: que procure controlar la imaginación y no piense en el futuro, que viva al día. Y muy especialmente, que obedezca en todo lo que le dicen los Directores y el médico.

                Es imprescindible que se sienta comprendido; pero no basta con que se le comprenda realmente: ha de notar palpablemente esa comprensión, pues son enfermedades con una alta carga subjetiva; la afectividad enferma suele deformarlo todo, por eso se ha de comprobar que el interesado se siente verdaderamente entendido, querido y fortalecido. Importa más que se desahogue a que reciba consejos: hay que escucharle y no tratar de ir contestando a todas sus preguntas, interrogantes y perplejidades pues suele asimilar muy pocas cosas, como efecto de la situación en que se encuentra.

                Durante temporadas, necesitará hablar con frecuencia superior a la semanal, a veces, todos los días. Pero, en general, no es preciso ni conveniente que esas conversaciones sean largas: puede ser contraproducente. Es preferible que se desarrollen en un ambiente grato, en la sala de estar, en un jardín, dando un paseo al aire libre, etc.

                Hay que llevarle a apoyarse confiadamente en Dios, en la ayuda de la Santísima Virgen y en la intercesión de nuestro Padre. En su vida ascética se le animará a acudir con frecuencia al Sagrario, a cuidar la oración mental y vocal, y siempre en la medida en que su situación se lo permita sin agobios, al trato filial con Dios Padre, al abandono, a la vida de infancia espiritual. Y, después, procurar no darse vueltas a [205] sí mismo: ya se ocupan el Señor y nuestros hermanos de cada uno de nosotros. Los puntos de lucha sin llamarlos habitualmente así ante el enfermo han de ser sencillos y muy concretos: con metas semanales o de mayor frecuencia aún, asequibles y estimulantes.

                Tiene particular interés el libro de lectura espiritual que se le aconseje. Dependerá, desde luego, del estado de la enfermedad y del tipo de persona; en esto, como en todo, no sirven las reglas generales. No hay inconveniente en hacer con él la lectura, si le cuesta mucho esfuerzo.

                De acuerdo con el médico y siguiendo el trámite establecido, se le puede dispensar durante una temporada del cumplimiento de alguna Norma o Costumbre, o de asistir a un medio de formación. Pero no conviene que se prolongue, ni que se dé la falsa impresión de que los Directores no valoran suficientemente el plan de vida.

                En la mayoría de los casos, interesa que se levante puntualmente para acudir a la oración de la mañana, salvo raras excepciones o durante cortas temporadas, determinadas de común acuerdo con el médico. Si necesita dormir más horas, puede acostarse antes o, excepcionalmente, dormir en un sillón, por ejemplo un rato, después de la tertulia del mediodía.

                Conviene aconsejarle textos y temas concretos para llevar a su oración personal. En todo caso, es positivo animarle no sólo al abandono sino también a una abundante oración de petición, sugiriéndole intenciones concretas y evitando que se centre en sus cosas.

                Sin causa justificada no hay por qué dispensarle de la mortificación corporal ni de las pequeñas mortificaciones. Sí puede convenir que no duerma en el suelo. El examen general ha de ser sencillo y breve. Bastará con que considere pocas cosas y se concrete un propósito asequible; por ejemplo, un santo y seña que le ayude a mantener la [206] presencia de Dios durante el día. En todo caso, es preciso evitar el excesivo afán de autoexamen: todo lo que sea cerrarse en él, no le ayuda.

                En la medida en que sea capaz de practicarla, debe cuidar la mortificación interior, como la entendía nuestro Padre: orientar todos los pensamientos hacia Dios y los demás. Que esté en lo que hace y no piense ni en su enfermedad ni en el futuro. Que aproveche posibles ideas u obsesiones para encomendar: más que luchar por cortarlas directamente, que busque quitarles importancia y las utilice incluso como industrias humanas para ser más rezador. Esa es, en su caso, la mejor muestra de fe y de filial confianza en Dios. Es bueno sugerirle otras industrias humanas, sencillas y fáciles de vivir, para la presencia de Dios y que, dentro de su estado, le ilusionen o, al menos, se vea capaz de cumplir.

                Conviene animarle a que aumente su trato y amistad con el Espíritu Santo. El Paráclito le enviará luces para andar por el camino que Dios tiene previsto para él. En la dirección espiritual, el que recibe su charla fraterna y el sacerdote han de estar atentos a esas mociones, para apoyarlas y recordárselas amablemente cuando esté confuso o desanimado.

                Ha de procurar tener el tiempo ocupado: hacer lo poco que pueda. Es preferible que, por consejo de los Directores, lea cosas entretenidas, haga crucigramas, etc., antes de que se quede inactivo. Dentro de sus posibilidades hay que estudiar con atención qué encargos se le pueden encomendar. Sin provocar tensiones innecesarias, conviene que se sienta útil, y que lo sea realmente: sus molestias ofrecidas ya son un tesoro. Por eso, interesa que huya de la soledad, de encerrarse en sí mismo, pero dándole a la vez soluciones prácticas. No suele ser bueno salvo prescripción médica que esté habitualmente en su habitación. En particular, se ha de cuidar que los fines de semana no se aísle o haga planes extraños. Lo mejor es adelantarse: sugerirle, preguntarle, y ver quién puede acompañarle, en caso necesario.

                [207] Si aparecen síntomas claros de autocompasión y detalles de compensaciones en la sobriedad, sensualidad, empleo del tiempo dentro de sus posibilidades, etc., se le debe hacer ver que cuando uno no sabe cómo portarse bien, nunca es solución portarse mal. En este punto hay que ejercitar la fortaleza, sin falsas comprensiones que le perjudicarían. No debe dispensarse por cuenta propia de aspectos de su entrega, ni decidir por sí mismo en temas referentes a la vocación, trabajo, fraternidad, etc., sin contar con el consejo de los Directores.

                Por otro lado, conviene saber que en su situación se pueden presentar tentaciones de todo tipo, con mayor violencia de lo habitual; entre otros motivos porque se encuentra con sus defensas disminuidas y con menos recursos para combatirlas. Le dará paz que se le recuerde con cierta frecuencia la diferencia entre sentir y consentir, la importancia de los actos de contrición y de las acciones de gracias en la vida espiritual.

                Si tuviese pensamientos contra la perseverancia, es preciso escucharle con calma, sin asustarse, pero también sin mostrar que no se concede importancia a esa circunstancia. En este punto, cuidando los modos, se le recordará de manera inflexible que la vocación la da Dios para siempre. Por otro lado, resulta patente que no está en condiciones de razonar con normalidad y mucho menos de tomar una decisión de la que luego se arrepentiría.

                Ante los medios de formación anuales —Curso anual y Curso de retiro—, interesa prepararle muy bien, para que los aproveche adecuadamente. En concreto, sugerirle los temas que ha de considerar en su oración, los puntos de lucha y el régimen de vida. Debe acudir a esos medios con un plan muy definido. Como norma de prudencia, se informará previamente al Director o al Consejo local de esas actividades.

 

B) Las notas del pie de página

 

56           De nuestro Padre, Instrucción, 31-V-1936, n. 25, nota 35.

 

57           También hay que tener en cuenta que la experiencia enseña que un buen médico de medicina general –que tenga recto criterio— es muchas veces suficiente. Si la enfermedad lo requiere habrá que acudir a un psiquiatra de confianza.

 

58        De todo lo anterior se deduce la importancia de detectar estos casos y conocer los antecedentes familiares, en la labor de San Rafael. Hay que ser particularmente prudentes cuando se trata de chicos muy nerviosos, con ideas y reacciones que se salgan de lo normal; de todos modos, la manifestación de una esquizofrenia puede no haber tenido síntomas especiales antes de los 28 ó 30 años.

 

59           Rom 8,28. Con paciencia y sin pretender que lo entienda enseguida, hay que hacerle ver que esa enfermedad —como todo lo que ocurre en nuestra vida— es algo permitido por Dios para su bien, el de sus hermanos, la Obra, la Iglesia y las almas todas. De ningún modo puede considerarla como un castigo. Dios le trata con especial predilección, porque le ve con capacidad de sufrir por Él y con Él.




Publicado el Friday, 07 July 2006



 
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