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 Correos: Carmen Charo: ¡Que se vayan ellos!.- Diogneto

125. Iglesia y Opus Dei
Diogneto :

Querida Carmen Charo:

 

No había leído tu escrito de “Me doy de baja en la Iglesia” La verdad es que me di cuenta cuando leí las respuestas que te enviaron. Si de verdad te fuiste, ya debes andar más allá de Peñaranda de Bracamonte.

 

Entiendo tu indignación y tu desánimo. Parecida indignación tuve yo hace unos cuantos años. Me dije: “yo aquí no pinto nada”, “¿Qué está pasando en la Iglesia?” o”¿es que nadie en la Iglesia se da cuenta de lo que es en realidad el llamado Opus Dei?”

 

 Esto me pasó cuando se perpetró la canonización del faraón de Barbastro.

 

No pretendo con estas letras animarte a nada, más bien poner en tu consideración algunas cosas que a mi me sirvieron y me sirven.

 

Para empezar te diré que mi relación con Dios es personal y no instrumentalizada por intermediarios o chamanes clerigmaneados de grado medio. Para ello estoy dentro de la Iglesia, familia de Dios. Esa Iglesia, como familia de Dios, como Cuerpo de Cristo, como convocación de los hombres en Cristo, como Santa y como designio nacido en el corazón de Dios, nada tiene que ver con eso que se llama Opus Dei y poco tienen que ver esos dicasterios afanados en tanta organización y pulcritud con la ortodoxia del procedimiento. Es bueno saber quien está dentro de la Iglesia y quien no está nada más que en el limbo prelaturado de los adoradores del becerro de oro.

 

El bueno de Ratzinger  distingue 3 tipos de grupos eclesiales: movimientos, corrientes e iniciativas, y comenta: 

 

“A la persona no se le acerca a Dios poniéndola en la alternativa de aceptar forzosamente una determinada ortodoxia o bien irse de la Iglesia. Lo importante no es marcar fronteras para saber exactamente quién está dentro de la Iglesia. Lo decisivo es que, en medio de una sociedad tan desprovista de sentido y esperanza, haya una comunidad creyente capaz de tender puentes hacia el Misterio de Dios. Incluso habrá personas que no serán jamás miembros plenos de la Iglesia en la forma habitual pero que esperan de ella signos y palabras de Evangelio. Solo Dios «conoce su fe»”.

 

Más adelante agrega:

 

“No es lícito pretender que todo deba insertarse en una determinada organización de la unidad; ¡mejor menos organización y más Espíritu Santo!”

 

Y añade:

 

“Ayudar a descubrir que bajo esa religión objetivada en dogmas y prácticas religiosas, lo más primigenio y decisivo es la adhesión a Jesucristo: el vivir la experiencia originaria de los primeros discípulos que se pusieron en contacto con Jesús y experimentaron en él «la cercanía salvadora de Dios»”

 

Yo estoy en esa adhesión a Jesucristo, una adhesión que existe desde hace 2.000 años. El Opus no ha conseguido en 80 años ser parte de la Iglesia porque no tiene el mismo fin que tiene la Iglesia: la salvación de las almas, es por eso que sigue siendo un forúnculo, un forúnculo completamente hinchado del pus que lleva almacenando y recogiendo desde su fundación y ese pus son sus riquezas y su poder financiero. El atesorar riquezas es el único fin del Opus Dei, nunca se le ha conocido otro. ¿Porqué no tiene el mismo fin que tiene la Iglesia?

     

Sigamos oyendo a Joseph:

 

“En el seguimiento de Cristo la evangelización es siempre, en primer lugar, «evangelizare pauperibus», anunciar el Evangelio a los pobres. Pero eso no se hace solamente con palabras; el amor, que es el corazón del anuncio, su centro de verdad y su centro operativo, debe ser vivido y hacerse él mismo anuncio. Por lo tanto, a la evangelización está siempre unido el servicio social, en cualquier de sus formas.”

 

Pero Joseph, con gran agudeza, ventea el peligro:

 

“Existe la amenaza de la unilateralidad que lleva a exagerar el mandato específico que tiene originen en un período dado o por efecto de un carisma particular. Que la experiencia espiritual a la cual se pertenece sea vivida no como una de las muchas formas de existencia cristiana, sino como el estar investido de la pura y simple integralidad del mensaje evangélico, es un hecho que puede llevar a absolutizar el propio movimiento, que pasa a identificarse con la Iglesia misma, a entenderse como el camino para todos, cuando de hecho este camino se da a conocer en modos diversos.”

 

Y hace memoria:

 

“Sin embargo, tampoco se podrán olvidar todos aquellos movimientos que fracasaron o condujeron a divisiones duraderas: cátaros, valdenses, montanistas, husitas, el movimiento de reforma del siglo XVI. Probablemente se hablará de culpa por ambas partes, pero lo que queda es la separación.”

 

Y cuando el bueno de Ratzinger escribe ya para nota, como si los conociese, como tocado por el Santo Paráclito, es cuando apostilla:

 

“el irrumpir de algo nuevo puede ser percibido como algo que molesta, más todavía si está acompañado, como sucede con frecuencia, de debilidades, infantilismos y absolutizaciones erróneas de todo tipo.”

 

Tu obispo no compartió tu opinión pero la respeta. Los obispos españoles, TODOS, conocen más que de sobra las barbaridades que diariamente perpetra el Opus, ya lo sabían de sobra en los años 60. Lo que pasa es que lo que parecen desconocer es que no es lo mismo ser pastor que ser lobo. El problema de tu obispo, como el de los tantos otros, quizás sea de tipo gonádico:

 

¡Ay! Los cojines del obispo,

los cajones del altar.

¡Que cojines!

¡Que cajones!

¿Qué cojonazos tendrá?

 

Bueno, esto no es de Ratzinger.

 

A mi lo que me ha emocionado de tu escrito es el encabezamiento. Cuando, al dirigirte a los lectores de Opuslibros, escribes:

 

 Querida familia:

 

Eso es lo que me parece grande, y a eso también se le llama Iglesia.

 

Diogneto

 

Nota: Todas las citas de Joseph Ratzinger pertenecen a su conferencia pronunciada el 27 de Mayo de 1998 al inaugurar en Roma el Congreso mundial de los movimientos eclesiales, organizado por el Consejo Pontificio para los Laicos. Su título es «Los movimientos eclesiales y su colocación teológica».




Publicado el Friday, 02 June 2006



 
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