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 Correos: Teruel.- ACD

010. Testimonios
ACD :

Teruel

No sé, tengo el día tonto, me he encontrao con antiguos compañeros de Albalat por medio de ustedes y me he puesto nuevamente a recordar.

Cinco veranos he ido a Teruel: del 75 al 79. Me parece que los tres primeros años para hacer cursos anuales y los dos últimos para hacer el semestre. O al revés. En cualquier caso muchos recuerdos muy gratos tengo de aquella época. Pero vayamos por partes.

Tras pedir la admisión el día 13 de junio de 1975 (a los catorce años y medio), me dijeron que ese mes de agosto tendría que ir a Teruel a un curso anual. Mis padres se negaron en redondo (no tenía ni quince años) pero al final cedieron un poco y me dejaron ir una semana.

Cogí un ferrobús en la estación del norte de Valencia sobre las seis de la tarde y no llegó a Teruel hasta pasadas las doce (144 kilómetros). Paró en todas partes, hasta en descampados que apenas tenían andenes (puerto escandón, por ejemplo). Los ferrobuses eran trenes compactos de un aspecto metálico con bancos corridos que no permitían ninguna lindeza. Además, hasta pasado Segorbe iba de bote en bote. Así que me armé de paciencia e, ilusionado como iba, afronté el viaje.

Al llegar a Teruel me estaban esperando. Subimos la larga escalinata, nos metimos en un coche y, tras cruzar el viaducto, nos adentramos hacia la zona del hospital y luego hacia el final de la ciudad de Teruel, donde estaba el colegio menor San Pablo.

Dos pabellones tenía el citado colegio menor: uno más moderno que acogía a los que hacían el semestre y uno mucho más antiguo que acogía a los del curso anual. En medio una cancha de básket. Me dijeron donde dormiría en el antiguo pabellón y allá me instalé. Todo me pareció estupendo y maravilloso. A la mañana siguiente, tras las oraciones de rigor, desayunamos junto con los del semestre en el comedor grande del pabellón nuevo. Y empecé a comprobar la crudeza de la dieta turolense. Solo por poner un ejemplo, los domingos ponían para desayunar un peaso cacho chorizo frito con mendrugo de pan. En fin, comida "macrobiótica".

Disfruté como un enano. A mediodía normalmente nos acercábamos al pueblo (a Teruel) y nos dábamos un "golpe" (forma de denominar a las cervecitas). Las tertulias me parecían muy entretenidas, y muy solemne el Rosario a la caída de la tarde todos juntos paseando por la cancha de baloncesto.

La ducha, por cierto, era fría. Pero fría, fría. Y a chorro. Nada de alcachofas ni otras lindezas: mando de agua fría y remojón que te crío. En fin, que a la semana me volví al lugar en el que había veraneado toda la vida hasta que comenzó el curso siguiente.

El segundo verano tampoco me dejaron ir entero. En esta ocasión fueron diez días. Así que, a primeros del mes de agosto de 1976, cogí un autobús en la estación de autobuses de Valencia y me fui para Teruel. El autobús se averió a mitad camino y, lo que iba a ser un viaje de unas tres horas se convirtió en un viaje de más de cinco. Y además hacía un calor de narices. Cuando llegué, como que era de día, me fui a pata hasta el colegio menor que, además, ya sabía donde estaba. Otra vez al pabellón antiguo. Esta vez también todo muy divertido.

El tercer verano me dejaron ir todo el verano, aunque ahora no recuerdo si ese año fui otra vez al curso anual o al primer año de semestre. Así que esa vez salí con el autobús en el que salían el resto de compañeros hacia Teruel. Me parece que en esta ocasión ya estuve en el pabellón nuevo. Habitaciones con literas y con una ducha criminal. La dieta, la de siempre. No había administración sino que la cocina la atendían las mismas personas que en invierno atendían el colegio menor.

Recuerdo especialmente los "shows" que se hacían. Se preparaban cuidadosamente decoraos y contenidos y salían cosas muy graciosas. También recuerdo en cierta ocasión que alguien puso una traca por el hueco de la escalera del pabellón nuevo y la encendió de madrugada. El petardo gordo estaba atado justo arriba del todo de tal manera que la traca fue ascendiendo por el hueco de la escalera hasta estallar el más gordo en lo más alto. Yo personalmente no la oí porque mi habitación estaba justo al otro extremo de uno de los corredores, pero parece ser que hubo taquicardias, cabreos y demás movidas.

De cuando en cuando íbamos a Torreciudad que pillaba muy a mano. Un larguísimo viaje por esas carreteras aragonesas del dimoni en unos autobuses prehistóricos que no acababan de llegar nunca. Pero eran entretenidos.

El cuarto verano fui al semestre los dos meses enteritos y más o menos lo mismo. No sé cuando se hizo la piscina que, por cierto, tenía el agua gélida y estaba un poco apartada. Yo, personalmente, prefería jugar a fútbol en el campo municipal Santa Emerenciana que pillaba muy a mano. Al volver ese año, ya no volví a casa de mis padres con las maletas sino que me presenté en casa y les dije de sopetón que me quedaría en Albalat. Lo aceptaron. Incluso aceptaron pagármelo. Yo tenía diecisiete años y medio.

El último verano volví a ir al semestre los dos meses y más o menos lo mismo. Quizá ya no fue tan divertido como los primeros años, pero en cualquier caso no estuvo mal.

Ya no volví a Teruel en mucho tiempo hasta que, un buen día, pasé por allá. Me llegué hasta el colegio menor San Pablo y allá estaba. Pero costaba llegar. La ciudad se lo había comido. Bloques de edificios por todas partes. Teruel ha ensanchado por ese lado.

El colegio menor tenía aspecto de abandonado. Quien sabe, quizá la especulación inmobiliaria lo acabe devorando.

En fin, que Teruel existe. Y que es una ciudad encantadora.

Atentamente.

ACD

Mucho tiempo después volví a Teruel


Publicado el Tuesday, 03 February 2004



 
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