Un director de la delegación me dijo que yo era un caso excepcional dentro del Opus Dei, que a la práctica totalidad de los miembros su experiencia en la Prelatura es una experiencia muy gratificante y enriquecedora, incluso para los que no perseveran. No sabéis bien cuánto deseo que sus palabras sean ciertas, una por una. Porque para mí supuso un trauma. De hecho sólo me entendían mis amigos excombatientes porque me quedaba como sin palabras para explicar lo que me pasaba. En el libro Curación emocional de David Servan-Schreiber que estoy leyendo he encontrado una explicación que me ha ayudado a entenderme a mí mismo:

Los sucesos más dolorosos dejan una marca profunda en nuestro cerebro. Un estudio del Departamento e Psiquiatría de la Universidad de Harvard ha permitido incluso ver a qué se parece esta huella. En este estudio se pedía a pacientes que hubieran sufrido un traumatismo emocional que escuchasen una descripción de lo que les había sucedido y durante la cual se registrarían las reacciones de su cerebro en un escáner por emisión de positrones (PET scan) (…) Los resultados hablaron por sí mismos: la región de la amígdala (el núcleo del corazón emocional que regula el miedo) aparecía claramente activada. Y extrañamente, el córtex visual también mostraba una activación muy intensa, como si estos pacientes mirasen una foto de la escena en lugar de escuchar simplemente el relato. Y, lo que todavía resultó más fascinante, las imágenes mostraron una desactivación del área de Broca, la región del cerebro responsable del lenguaje. Era como una “firma” neurológica de lo que las personas que sufren de estado de  estrés post-traumático repiten tan a menudo: “No hallo las palabras para describir lo que he vivido”.

Por esta sencilla razón presto mi colaboración en esta web. Por si resulta que no soy el único que se ha quedado sin palabras. El que no las pueda encontrar que las busque aquí, entienda lo que ha pasado y comience a caminar hacia la total recuperación.

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