Lo siento por Australopitecus: el testimonio de JM me pareció confuso, contradictorio, victimista, algo cínico y con una carga de intelectualidad que la sexualidad – la suya, la mía y la de cualquiera-, no merece. Y, como en sus pesadillas, terminé de leerlo con algo parecido al desasosiego.

Mezcla  muchos ingredientes en la misma coctelera y todos están bañados del licor más fuerte: la tristeza. El  resultado es demoledor.

Un ingrediente es el cinismo, que no esconde : “Siempre me han gustado los tíos. Desde que tengo memoria. Nunca he tenido ninguna duda de esto. Y nunca me he sentido culpable por ello. Nunca. Soy así. Gracias a dios, absolutamente impermeable al sentimiento de culpa en este tema. Superficialidad, egoísmo, ceguera o simplemente instinto de supervivencia.”… él se lo dice todo, porque eso es precisamente el cinismo : un poco de superficialidad, otro poco de egoísmo, una pizca de ceguera y un bastante de instinto de supervivencia...

Segundo ingrediente es el victimismo… ”no te olvides nunca de esto, tus pecados tienen doble puntuación. Porque son contra natura”...  “Así que tengo que lidiar con el estigma de ser el único del popus de mi clase, con la culpabilidad de no hacerlo bien, con el tormento del plan de vida medieval, con el plus de que mis masturbaciones cuentan doble, con que cada dos por tres crucifico de nuevo al señor, cuando no le clavo una lanza más en el costado “.

Tercer ingrediente, la nostalgia de algunos buenos tiempos pasados allá dentro…”un retablo de pocas luces y muchas sombras”, el sabor  dulce que en algunos momentos pasó  aquellos años.

Cuarto ingrediente, el fatalismo como excusa para crearse una segunda naturaleza… “Como soy un poco zorro y con bastante memoria, se lo que cuento, y como lo cuento para no pillarme en un renuncio. Dejo ver un costado para que vean que sí, que soy sincero, pero me estoy construyendo por dentro un muro que me va ocultando poco a poco. Este muro, a día de hoy, intuyo que sigue en parte en pié. No se si es algo de mi propio carácter, o de la (de)formación recibida, o una manera más de protegerme, pero mi intimidad está bajo siete llaves, aunque soy capaz de hablar con una sinceridad brutal de otras cosas que la gente (de dentro y fuera) se sorprende. Todo esto va a repercutir en dar y recibir cariño “.

Quinto ingrediente, unos pellizcos de intelectualidad… “Entro en la habitación de mi hermano mayor y la mirada se me va directa a un libro apoyado en una estantería. Es la historia de la sexualidad de Foucault. De los cinco o seis millones de libros que hay en el cuarto sólo me fijo en ese. Primer tomo. Leo por encima los capítulos en una tarde. El cielo se abre encima. Llueve. Y la lluvia se lleva siete años de penas. Me quedo dormido en el cuarto de mi hermano y me despierto llorando. Qué coño he hecho yo durante 7 años de mi vida“.

Y todo bañado en una tristeza demoledora… ”El opus, la fe, dios y tantas cosas han quedado atrás. Los buenos sentimientos con los que entré han quedado atrás. Las lecturas y pensar por mi cuentan van desmenuzando el mito de la iglesia. Todo se va haciendo polvo, se desmorona. Pero no hay oscuridad, hay más luz, hay más aire. También hay más soledad. Porque sigo siendo un gay”… “Pero sueño, ahora ya mucho menos, que de repente vuelvo a estar dentro. Vuelvo a tener que contar, explicar, justificar. Vuelvo a tener que disimular, tragar, contener. No es un sueño brusco, de pesadilla. Es un sueño desasosegante” … ”No se si esta manera de pasar página es la mejor, si dentro de unos años necesitaré terapia. Pero me encuentro bien. Reconozco que se me ha escapado una lágrima escribiendo esto, no me permito más”.

Todo muy triste. No tengo nada contra JM, y entiendo lo que escribe, pero estoy muy lejos de esas historias tan complejas, difíciles, atormentadas y con ese talante determinista que caracteriza a muchos homosexuales.

Hay un mito indio, el más bello para muchos, el más cargado de significaciones devotas y místicas, donde mejor se expresan no sólo las emociones de los sentidos, sino también las del corazón: es la bajada de Khrisna al bosque, entre las pastoras. El pastor celeste se extravía por el bosque y va hechizando con los sones de su flauta a animales, demonios y mujeres. Las Gopis, las tiernas vaqueras, se apiñan a su alrededor en la espesura. El dios que está en todas partes satisface al mismo tiempo  a sus mil  amantes; cada una lo tiene para ella sola y todas lo tienen por entero.

Esta fiesta fálica es un símbolo de las bodas del alma con Dios.

Pero este Dios en torno al cual merodean por los bosques y amenas praderas una muchachas locas por su cuerpo y a quien él dispensa a un mismo tiempo la embriaguez carnal y la embriaguez mística, este Dios, digo, no es Khrisna, es también Dionisio, y es Orfeo, el músico que tranquiliza a los animales, y es el Buen Pastor. Pero Orfeo muere por haber desdeñado el deseo furioso de las Bacantes, Dionisio arrastra a sus Ménades en pleno salvajismo a un mundo inquietante al que obsesionan los terrores más antiguos del hombre… y el Buen Pastor cristiano es inseparable de la Cruz.

Khrisna no; en él no hay nada sombrío, trágico. Allí todo es paz, inocencia: ese bosque pertenece a la eterna imaginación pastoril que millones de personas han soñado: Apolo guardando los rebaños por el amor de Admeto, Tristán e Isolda en su cabaña hecha de ramajes, los empolvados de las comparsas pastorales del siglo XVIII, los aquelarres en orgías que buscan lo más primitivo, volver al barro primordial ideal y de buen salvaje: un mundo ficticio, lejos de leyes y, como dice la canción “ y vámonos, donde no haya justicia, ni leyes , ni nada… no más nuestro amor”.

La vida desde el principio es así; nos encantaría vivir en una Arcadia.

El amigo JM al principio de su correspondencia escribe algo que me confunde… “Lo primero que hice al entrar en esta página fue localizar ese maravilloso buscador para introducir el término “ homosexualidad”… se intuye , aunque no lo admite, que es un asunto que le  inquieta: no ha encontrado su arcadia, su bosque y su Khrisna que le bendice y le regala una paz que la cultura, la educación, la religión y la puta sociedad no le dan.

Y ni siquiera la conciencia – cuando se apela sólo a ella , cuando te encuentras a solas con ella - es capaz de encauzar esos miedos, porque también la conciencia es cultura: no es fácil desprenderse de crustáceos que como rémoras se lapan en el casco de nuestra vida.

Y, la verdad, no existe ese Khrisna. Es una virtualidad imposible de conseguir. Lo único que podemos hacer en el mapa de la sexualidad  es guiarnos por esas cuatro o cinco reglas universales, que se reducen a ideales de nobleza que muestran vidas más o menos ejemplares : no atentar contra los derechos básicos de una persona – sea homosexual o heterosexual -, es decir, que sean injustos porque atropellan la libertad, la igualdad, la seguridad, la integridad física o el derecho a no ser engañados. No degradar la libertad de las personas en el terreno privado favoreciendo cualquier tipo de adicción o dependencia, incluso aunque sea como excitante sexual en una sistemática de autodegradación…. en fin, el sentimiento adecuado a la dignidad, que  es “el cuidado”: todo lo valioso, lo bello, lo bueno merece de nosotros una actitud atenta y respetuosa, que no se contenta con no dañar.

Es un tipo de amor muy escaso, y a pesar de su rareza continua siendo un modelo casi universalmente deseado, y su ausencia continúa viéndose como una decepción, a homosexuales y heterosexuales.

Lo que me inquietó del testimonio de JM fue esa tristeza que barnizaba su experiencia, con el peligro de que esa tristeza devalúa primero y nos desvincula después de muchas cosas… un buen camino para terminar en castrados afectivos: nos empeñamos, por cobardía, comodidad o desesperanza en no tener significado.

Podemos desplegar una sexualidad de animales listos, o de personas dignas.

Satur