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 Tus escritos: Institucionalizada y DOLOSA violación de la confidencialidad.- Doserra

060. Libertad, coacción, control
Doserra :

Mi agradecimiento a Oráculo por el artículo y documentación aportados este viernes, de los que no sabría decir cuál de ellos me ha impactado más. El 28 de abril y el 8 de mayo pasados escribí sobre diversos aspectos de este grave abuso eclesial que ahora Oráculo documenta y analiza de forma tan contundente. Ahora, el texto destacado sabiamente por Agustina al presentar las Experiencias sobre el modo de llevar Charlas Fraternas, que destaca la falta de confidencialidad con que los Directores de la Obra tratan entre sí lo que los fieles comentan en sus Confidencias, me mueve a profundizar en la gravedad de este inquietante abuso.

 

En el título de este escrito he calificado como dolosa a esta violación de la confidencialidad de lo tratado en la Confidencia. Basta comparar lo que se explica a los miembros de la Prelatura y lo que luego en la práctica se hace a sus espaldas, para advertir que no exagero.

 

En efecto, en el n. 222 del Catecismo de la Obra, 7ª redacción (Roma 2003), se asegura lo siguiente a todos los miembros de la Prelatura:

 

“—¿Qué responsabilidad tienen los que reciben Confidencias?

        

—Los que reciben Confidencias tienen la responsabilidad de dar una dirección espiritual verdadera y eficaz.

         Por tanto, quienes se ocupan de atender la charla de sus hermanos están obligados a guardar el más estricto silencio de oficio sobre los temas que los demás traten en la Confidencia: el incumplimiento de este deber sería una falta gravísima”.

 

Ningún fiel de la Prelatura que lea este punto puede deducir que todo eso es así pero con la “salvedad” –inimaginable- que aparece en el libro secreto Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas, del año 2001: un documento, sólo accesible para los Directores y los que reciben Confidencias, en que se explica y justifica esta práctica abusiva y del que se citará algún párrafo más para despejar toda duda sobre si no se tratará más bien de fallos aislados, en vez de una práctica institucionalizada:

 

“Por tanto, de acuerdo con la naturaleza de la charla fraterna, el silencio de oficio prohíbe tratar esos asuntos con cualquier persona fuera de aquéllas que puedan y deban intervenir en la dirección espiritual, en la línea que va desde los Directores locales hasta el Padre. Dentro de esa línea, y en sentido ascendente (de abajo hacia arriba), no se lesiona el silencio de oficio cuando la consulta es necesaria o conveniente” (p. 110).

 

Los textos hablan por sí mismos y no necesitan comentarios. Pero, por si no estuviera claro, el fragmento que se acaba de citar posee la nota aclaratoria al pie de página, ya citada por Agustina el viernes pasado:

 

“Si se entiende bien que quien imparte la dirección espiritual es el Opus Dei, fácilmente se comprende que no tendría sentido, por ejemplo, que al hacer la charla fraterna alguien pusiera como condición, para tratar un tema determinado, que quien la recibe se comprometiera a «no contar a nadie» lo que va a decirle; o que éste último, pensando facilitar la sinceridad, equivocadamente dijera al que hace la charla: «Cuéntamelo todo y no te preocupes, porque no se lo voy a decir a nadie más». En estos casos hipotéticos, la persona que recibiera la charla dejaría de ser instrumento para hacer llegar la ayuda de la Obra: esa conversación no sería una charla fraterna de dirección espiritual” (nota 65).

 

¿No queda suficientemente claro? ¿Cabe mayor tergiversación de lo que siempre ha sido la dirección espiritual en la Iglesia? Resulta tremendo. Pero lo más indignante es que se realice de un modo tan doloso: pues, por un lado, como hemos visto que se deduce del n. 222 del Catecismo de la Obra, hacen creer a los miembros que lo que hablan en la Confidencia queda protegido por la confidencialidad; y por otro, la violan impunemente a sus espaldas con la presunción de que la Petición de Admisión en la Obra presupone el consentimiento para este tráfico de conciencia:

 

“Todos en el Opus Dei agradecemos que, a través de la charla fraterna -así se nos ha explicado desde que llegamos a la Obra- conozcan el Padre y sólo los Directores a los que corresponda nuestras disposiciones personales, nuestros talentos y limitaciones, nuestro modo de ser, para que puedan ayudarnos a crecer en santidad y nos confíen los trabajos y encargos apostólicos que podamos desempeñar con mayor eficacia, en servicio de Dios y de la Iglesia (Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas. Prefacio, p. 4).

 

¿Que así se explica al llegar? Falso de toda falsedad, como demuestra el n. 222 del Catecismo. Por tanto, ¿cómo es posible en materia tan grave dar por supuestos consentimientos y adhesiones que no pueden presuponerse, teniendo en cuenta que lo que se les asegura es que la confidencialidad de la Confidencia es total? ¿Cómo se puede sostener honestamente, sin habérselo preguntado, que los fieles aceptan y agradecen que todas sus intimidades puedan comentarse a otros Directores para un “eficaz gobierno” de la Obra y de sus almas? Esta práctica inadmisible reclama, como señala Oráculo,  una enérgica intervención correctora de la Jerarquía eclesiástica.

 

Saludos cordiales,

 

Doserra


Publicado el Monday, 15 May 2006



 
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