Voy a escribir sobre algo que me afecta mucho personalmente y que aún no tengo resuelto, pero me parece que mi experiencia puede arrojar alguna pista y me gustaría que otros me comentarais vuestra impresión y planteamiento personal. Como es un tema complicado, voy a abordar brevemente aspectos del mismo en sucesivas entregas. La colección podría llamarse "Rescatar la amistad, reconstruir la vida."

1. Introducción.

Se ha muerto Patricio. Era un tío cojonudo. Como esa descripción es bastante expresiva, e incluso exacta, pero poco precisa, me permito detallar más: era un buen amigo que siempre tenía una sonrisa para los demás y un rato para escuchar y para ayudar; era un buen padre de familia, siempre muy unido a su mujer y disponible para sus hijos; intentaba ayudar a sus amigos y conocidos, y acercarlos a Dios según su vida de supernumerario del Opus Dei; era un hombre apreciado por sus conciudadanos por su implicación en los problemas de su ciudad; era un hombre de bien. Yo le consideraré siempre amigo mío.

Nos conocíamos desde hace dieciséis años. Pues el caso es que se ha muerto. Y un amigo común (le llamaremos Cillo) me ha avisado. - Su funeral es a las doce y media.

- Ahí nos vemos, gracias por avisar - le he contestado.

En una bonita parroquia de la ciudad se ha celebrado el funeral. Muchísima gente.  La mayoría de ellos muy elegantes y serios. Gente que ha ido a rezar y a tener el último detalle con el amigo. Bastantes de ellos, personas de la Obra, algunos, gente con la que he vivido, o a la que he tratado durante años.

El cura ha hablado muy bien. Es un sacerdote agregado muy listo y preparado. Está algo mayor. Se equivocaba un poco al leer una homilía estupenda en la que hablaba con mucha sensatez de la vida y la muerte del amigo. Se notaba que le conocía bien, que le admiraba. Quizá la pena o la falta de iluminación le hacían equivocarse en la entonación de las frases de su escrito.

He dado el pésame a los hijos, no he tenido energías para ir al trabajo y he vuelto a casa. Por la tarde, ha sido peor. No ha sido la pena por el fallecimiento del amigo lo que me ha dejado anonadado. Apuesto doble contra sencillo a que ya está en el cielo. Sus hijos son ya gente hecha y derecha. Su mujer estaba esperándole allí desde hace seis meses. Era una señora que nos trataba a los amigos del marido, a los numerarios jovencitos, como sobrinos: con cariño y confianza.

Y pensaba: he vivido durante años y he tratado a gente maravillosa. Gente admirable, que buscaba acercar la santidad a su vida, a quienes les servía y ayudaba el espíritu del Opus Dei. Espero haberles sido de ayuda, y haberles acompañado y ayudado con mi amistad, con lo mejor de mí mismo.

Pero también pensaba: ya no soy uno de ellos. ¿Perdura la amistad? ¿Puedo saludarles con confianza por la calle? ¿Puedo felicitarles el día de su cumpleaños? ¿Les causará dolor verme, se alejarán de mí? ¿Qué sentiré yo, al constatar el alejamiento de algunos, la pena de otros, la amistad sincera (espero) de algunos?

¿Hasta que punto eran mis amigos? ¿En que medida era yo amigo de ellos? ¿Sólo era un "mandao" que les atendía en lo que se me encargaba? ¿Recibía sus confidencias como un amigo, o sólo como el conducto reglamentario?

Me he quedado destrozado. No he podido ir a trabajar por la tarde. No estoy tan recuperado de mi paso por "La Obra" como pensaba. Queda mucho por hacer y por afinar.

zuri