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 Tus escritos: Julita, Carolina … Y LOS DICASTERIOS.- Satur

040. Después de marcharse
Satur :

 

No firmé la carta que se envió a diversos dicasterios del Vaticano porque pienso que no serviría para nada. La cosa eclesiástica es lenta, difícil, desconfiada, acortezada, sosegada, indiferente, lejana, con pocas ganas de tralla. Con denuncias así prefiere mirar para otro lado, le da el canguelo de meterse en jardines que no sabe cómo va a salir; además, a gente como nosotros se nos mira con recelo, por muy bien que uno se explique, por muchas razones que se presenten y muy fundadas que estén… no dejamos de ser un colectivo que un día abandonó una institución muy querida y respetada por la Iglesia, y eso escama. No espero mucha sensibilidad por ese lado, y sí más bien desinterés. Dudo mucho que en cualquiera que dirija esos dicasterios anide en su interior un reformador, un tipo dispuesto a cambiar las cosas que no van… no, esos chicos de los dicasterios son los que se pulen, por ejemplo, a una Juana de Arco -un tal Pierre Cauchon, obispo de Beuvais, la acusa y la quema por bruja y hereje-, o encauzan los excesos de Francisco de Asís, machacan a Pío de Pietralcina … y así, hasta el infinito y más allá...



 

Es difícil que en el Vaticano intenten auditar el espíritu de una institución, se llame Jesuitas, Franciscanos, Flageladoras del Gólgota, o Esclavas del Beato Arribas Tolnabo, pero ya no digamos del Opus Dei, la única prelatura personal que existe, con Prelado propio. Cuando uno se teme que  ni siquiera ellos, los del Vaticano, digo, saben qué es eso de una prelatura personal. Eso sí que es un misterio, como el de la memoria, al menos la mía. Me pasa que siempre olvido los nombres de las personas que me presentan, y mira que me han enseñados técnicas como imaginar que dibujo con el dedo el nombre de la persona presentada en su frente.

 

-         Hola, me llamo Julita.

-         Hombre, Julita –dice uno , y simultáneamente le mirabas la frente y con un dedo imaginario escribías en ella Julita”.

 

Al cabo de unos días te la encontrabas y … ¿ cómo coño se llamaba ésta?. Y nada, que no te llega. Y ella “Satur por aquí, Satur por allá”, y tú, nada, hecho un potorro. Un misterio porque en los colegios me pasaba muchísimo , pero derrepenete, depronoto, te encontrabas con una mamá y exclamabas “¡¡¡hombre, Carolina!!!, ¿cómo estás?”. Y uno se preguntaba cómo se acordaba de Carolina y no de Julita… y claro, cabeza bolo, es que Carolina está que hasta los perros y los gatos se dan la vuelta para verla: un pasote de mujer. Con ésta no hacía falta dibujar en su frente “Carolina”: te lo tatuaba ella en el corazón mismo, como el hierro de marca en los toros, con su sola presencia.

 

Me perdí.

 

Afirmo que si le preguntas a uno de esos del dicasterio que qué es el Opus Dei te contestará que es una Prelatura Personal de la Santa Madre Iglesia. Güí mesié, pero qué más, a ver, qué es un numerario, ¿eh?, o una agregada –que eso ya es para nota-, o un supernumerario, o una numeraria auxiliar, y seguro que más de uno, y de dos, y de tres, no saben donde les da el aire. Ya no te digo si les dices que hay supernumerarios viudos que luego se entregan como agregados, y agregados que se hacen numerarios –conocí uno, por cierto, que después de veinte años de agregado viviendo solo en su soledad sonora, se hizo numerario porque san Josemaría lo vió así. El hombre, con sus costumbres de hombre solitario y algo a su bola, no acababa de familiarizarse con la vida de familia del numerario habitual. Sobretodo no llevaba nada bien los horarios de dormir, sus footines diarios de una hora y media y, especialmente, que la administración le perdiera o confundiera sus calcetines negros y cada dos por tres le pusieran encima de la cama los de los curas de la casa, uno de ellos, todo hay que decirlo, con una sudoración “Peusek del 70”. Así que al hombre, al borde de la depresión por ese tipo de vida que no terminaba de adaptarse, le fueron concedidas una serie de dispensas: iba, indefectiblemente, a las 21.45 al catre, podía correr todos los días sus footines… y se hizo la vista gorda cuando comenzó a comprarse unos llamativos y explosivos calcetines de los colores más bestias que había en el mercado, y no exagero: amarillos, grises perlas, rojos y caledoscópicos. Vamos, que le quedara muy clarito a la numeraria auxiliar de turno que esos calcetines sólo podían pertenecer a ése numerario, y a ninguno más.

 

Me volví a perder.

 

Que digo que a muchos de esos de los dicasterios no tienen ni la más remota idea de cómo funciona eso de la prelatura. Ya no digamos si te metes con los modos, criterios, aceitera, aceitera.

 

Estoy casi convencido que esa gente ven la construcción del Opus Dei como uno puede ver un Renault Laguna 1.9 D, por ejemplo. Yo no soy mecánico, y me fío que ese coche está bien. Otra cosa sería que un buen mecánico, que hubiese trabajado años en la Renault, me dijera “ojo, que el turbo se te va a jorobar antes de lo que piensas porque vienen  mal de serie ”… o “cuidadín con el próstratros del cárter que se zorrostria y la avería te va costar un congo”, o “¿ no te has fijado que hay muy pocos taxis que sean Laguna, hein?, ¿por qué, no lo has pensado?: pues porque el motor no aguanta”. Si eso sucediera, hombre, entonces ya me lo pensaría… y aún así, se ve tan guapo el coche que piensas que tampoco es para tanto… luego resulta que sí, que es para tanto.

 

Sé lo que digo.

 

A estos de los  dicasterios les pasa lo mismo: ven el Opus Dei como un cochazo de unas prestaciones increíbles. No saben nada de coches, y hacen lo que hacemos todos cuando vemos un coche nuevo: darle pataditas a las ruedas. Como si con eso demostráramos que sabemos un güevo. ¡Qué tendrá que ver las ruedas con saber si un coche está bien o no!: pero, nada, es lo que hacemos.

 

-         Mira qué coche me he comprado.

-         Muy bueno, sí señor – toc, toc, toc (patadita a las ruedas).

 

Y de allí no pasan.

 

Es curioso, cuando nos presenta a una persona no hacemos lo mismo, digo lo de darle una pataditas no sé, en las piernas, o en el culo… estaría bien: a Julia en las piernas y a Carolina… ¡¡¡ me he vuelto a perder!!!.

 

La verdad es que nadie tiene derecho a reformar ninguna institución, o a destruirla, hasta que no se vea su sentido histórico, sus porqués: cómo se origino, qué objetivos se supone que iba a servir, qué modos para conseguirlos… Pero si se cuentan por miles los que han pertenecido a esa institución y conocen el percal, y miles afirman que hay cosas que no van, que no son exactamente como se dicen que son, y que piensan que hay que reformar, encauzar o destruir, pues el asunto cambia. Cambia mucho. Y cambia porque no vemos la institución como una pesadilla, un monstruo sin sentido ninguno, como algo brotado de la nada en medio del camino. No, no: sabemos perfectamente de qué hablamos cuando decimos que esto, esto y esto no puede ser. Somos nosotros los que estamos perfectamente justificados para denunciar una vida que hemos vivido en la institución con más o menos entrega, con más o menos amor, con más o menos acierto, pero con toda la sinceridad del mundo. Y no queremos que a otros –los que están dentro, y los que vendrán-, les pueda pasar lo mismo.

 

Por esa razón yo no firmé esa carta… pero sí le escribiría una carta al Prelado, con copia a todas las Comisiones y Delegaciones, explicándole unas cuantas cosas por si tiene a bien considerarlas.

 

No soy ingenuo. Sé muy bien que ése hombre vive en blanco y negro, que tiene muy claro que no valemos una perragorda, que nadie nos ha querido como nos quiso la Obra que somos unos traidores, que nos hemos jugado la felicidad terrena, posiblemente la eterna, por nuestra sensualidad, por nuestro egoísmo, por nuestra soberbia, por nuestra insinceridad, o por nuestra comodidad. Sé muy bien que rezará por nuestras almas y poco más.

 

Bueno, pero al menos sabrá que unos cuantos bastantes le estaremos diciendo que no es verdad, que está muy equivocado, que es una pena que piense así… y que hay vida más allá del Opus Dei.

 

 

 

Para la opus, el que se va = paracaidista de la foto




Publicado el Monday, 27 February 2006



 
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