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 Tus escritos: El integrismo y los totalitarismos. Cap. 5 de 'El integrismo del...'.- Avila

125. Iglesia y Opus Dei
Avila :

5.- El integrismo y los totalitarismos

 

“Vigilar todo aquello que dé lugar a la elevación del espíritu,

o a la confianza mutua;

no tolerar las reuniones cultas de quienes tienen tiempo libre

para mantener conversaciones entre ellos;

y procurar por todos los medios posibles

mantener a todos los individuos extraños entre sí”

Aristóteles, Política

 

Un mensaje de Amapola del 2 de febrero del 2005 me da pie para introducir el tema: Salvando las distancias comparaba sus cuatro años de pertenencia al Opus Dei como numeraria auxiliar con los campos de concentración nazis. Hablaba de una cárcel interior distinta de las cárceles exteriores de los nazis. A ella la habían obligado a interiorizar las normas y castigos, ella era su propio verdugo. Termina diciendo: “Pero..., sí, aun siendo muy distinto a lo que hemos vivido (algunas personas) en el Opus Dei, lo que allí pasó me deja un amargo sabor a paralelismo”. Me pregunto: Ese “amargo sabor a paralelismo” ¿es una percepción exagerada de Amapola? ¿Hay alguna relación entre el integrismo católico y los movimientos fascistas y totalitarios del siglo XX? Intentaremos ver cómo se comporta el integrismo del Opus Dei en contacto con la sociedad de su tiempo, qué ideas ha tomado prestadas y cuál ha sido la influencia de los fascismos y totalitarismos en el integrismo de la Iglesia Católica. En mi opinión, Amapola tenía razón...



 

Pentecostés al revés

 

Quien desee saber algo de los totalitarismos del siglo XX, se encontrará con un dilema. Alguna de sus víctimas le aconsejarán que desista (por ejemplo, Imre Kertész, Kaddish por el hijo no nacido, Barcelona 2001, pp.50 y ss.). En su opinión, cuando un loco o un criminal acaban en un puesto de responsabilidad y no en la cárcel o en un manicomio, enseguida nos ponemos a buscar lo interesante, lo original y extraordinario del personaje, su grandeza; no deseamos vernos como enanos o marionetas, ni ver la historia como algo inconcebible. Buscamos una explicación racional para intentar salvar nuestras almas y no ver el abismo, el vacío y el sinsentido de un poder ruin, asesino y estúpido. Por otra parte, no podemos renunciar a la búsqueda de la verdad, ni dejar de hacer justicia a las víctimas recuperando la memoria histórica.

Al final, la opción de buscar la verdad nos parece más convincente, sabiendo que incluso Kertész nunca renunció a ella.  Las mejores síntesis de lo sucedido en el siglo XX también nos animan a no renunciar a descubrir la verdad, cueste lo que cueste (cf. Jonathan Glover, Humanidad e inhumanidad. Una historia moral del siglo XX, Madrid 2001 y Tzvetan Todorov, Memoria del mal, tentación del bien. Indagación histórica sobre el siglo XX, Barcelona 2002).

A la sombra de la filosofía idealista, nacieron diversos movimientos sociales y políticos. Todos tenían un valor común: la absolutización de una Idea. Sin embargo, a la hora de llevarla a la práctica se distinguían unos de otros hasta el extremo de ser en algunos casos antagonistas. A la Idea principal (Verdad, Raza, Lucha de Clases, etc.) le añadieron algunas vestimentas; es decir, algunas concreciones que la adornaban y daban legitimidad y fuerza. En el caso del integrismo católico, a la idea primera de Verdad Absoluta que ellos creen poseer, le añadieron dos vestimentas: el lenguaje belicista y el nacionalismo. El resto de Adoradores de la Idea también vistieron su discurso de lenguaje belicista y nacionalista. Aunque el resultado final los distinguía claramente a unos de otros, siempre había algo en común entre ellos. Esto significa en la práctica que el fascismo no se puede identificar con el totalitarismo; que el marxismo es distinto del nazismo; sin embargo, una corriente común los une a todos; en el río de la historia una corriente freática común junta las ideas contrarias. Para el caso que nos ocupa, todo esto significa que el Opus Dei no puede identificarse sin más ni con el marxismo ni con el nazismo y, sin embargo, reconocemos un “espíritu” común que le hace exclamar a Amapola: “lo que allí pasó me deja un amargo sabor a paralelismo”. Presenciaremos una procesión hacia el abismo. Yo prefiero llamarlo Pentecostés al revés. Una parte de la Iglesia participó en la procesión, hizo amistades peligrosas, se dejó influir por ideas ajenas al Evangelio. En esta procesión de tinieblas, nuestro hombre iba de “oyente”. San Josemaría había sido Iluminado por la Verdad y el mismo Dios le había revelado la creación del Opus Dei. “Vio” y en ese mismo instante “oyó” el repicar de las campanas de Nuestra Señora de los Ángeles situadas a dos o tres kilómetros (ver “La campana sudorosa” de Nacho Fernández, dentro de la serie “La ropa sucia se lava en casa”). Escrivá “oyó” algunas ideas que circulaban en el ambiente y las hizo suyas sin comprobar si eran o no acordes con el Evangelio. No aportó ninguna idea nueva, pero supo mezclar hábilmente las que circulaban para llegar a crear una institución con sus peculiaridades. En última instancia, lo suyo es una empresa capitalista (multinacional) de ideología integrista católica, con ideas prestadas del fascismo y el totalitarismo. Escrivá, el Iluminado y Oyente de campanas lejanas, fue uno más de aquellos hombres, la mayoría mediocres, que se sintieron tocados por el dedo divino, Iluminados por la Idea, dispuestos a cambiar el mundo a su imagen y semejanza.

La génesis

¿Qué ideas llegaron al siglo XX y fueron capaces de engendrar los monstruos del fascismo y el totalitarismo? Respondo brevemente y, después, lo desarrollo: El pesimismo de Hobbes sobre el ser humano y su condición guerrera se mezcló en el siglo XIX con el darwinismo social. La unión de las ideas de ambos movimientos fue codificada por Nietzsche, quien mejor supo definir el espíritu de la época. De Nietzsche se derivan directa o indirectamente bastantes de las calamidades del siglo XX.

Con el pensamiento de Hobbes, en el siglo XVI queda establecida la naturaleza guerrera del hombre. En el principio no es la Palabra como había anunciado la Biblia y Juan el Evangelista. En el principio, es la guerra. Un conflicto de intereses hace imposible la paz; el hombre se convierte en un “lobo para el hombre” y sólo un poder soberano y único, concentrado en una persona aceptada por el pueblo, podrá frenar con autoridad y autoritarismo la violencia que siempre acecha a las sociedades. En definitiva, Hobbes consideraba el estado de guerra como el más natural y la monarquía absolutista, como la única solución.

Los trabajos de Darwin sobre el desarrollo de las especies son aplicadas en el siglo XIX a los humanos. Se le llama darwinismo social. La selección natural y la supervivencia del más apto fueron simplificadas y endurecidas para ser aplicadas a los humanos. La ley de la vida –dirá coincidiendo con Hobbes- es la guerra, el combate sin piedad. La evolución humana se expresa en los mismos términos que en los animales: lucha de clases, guerra de sexos, conflicto de razas, guerra de naciones. La existencia está regida por la “voluntad de poder”, el deseo de triunfar por encima del otro. Ahora estas viejas ideas no admiten discusión, vienen revestidas por la aureola de la ciencia. Sin el aval científico, el totalitarismo no habría podido nacer. A partir de ahora, primarán por encima de todo los intereses de la especie, no los del individuo. Y la ley de la vida será el reinado de los más fuertes que conlleva la derrota y sumisión de los más débiles. El destino de los individuos no tiene la menor importancia; pueden ser inmolados al servicio de un designio superior. Hay que perfeccionar la especie, crear un nuevo hombre provisto de capacidades físicas e intelectuales superiores, eliminando si es preciso los ejemplares defectuosos. El Estado moderno no debe ser democrático: el poder se dará a los mejores, no se cultivará la igualdad. La verdad es una y exige la sumisión, no la tolerancia. Había nacido una nueva forma de utopismo que exigía su realización mediante un proceso de ingeniería social (cf. Todorov, Memoria del mal…, pp. 25 y ss.)

Nietzsche codificó mejor que nadie todas estas ideas. Aunque abominaba de Darwin, su filosofía está impregnada de darwinismo social. Habló de la muerte de Dios, consideró muerta la religión cristiana y su moral. La cultura superior estaba representada para él por los bárbaros, “hombres de rapiña, todavía en posesión de una inquebrantable fuerza de voluntad y codicia de poder”. Pensaba que la bondad, la compasión y el amor al prójimo, valores defendidos por el cristianismo, eran catastróficos para la humanidad. Debemos suprimir la moral judeocristiana y crear un hombre nuevo desde la voluntad de poder y la lucha. Como el ser humano debe crearse a sí mismo, no puede establecer cómo debe ser. Pero hay una cualidades determinadas que, según él, todos los hombres deben tener y que no poseen las mujeres. Ellas no son aptas apara este ideal: “La mitad de la humanidad es débil, típicamente enferma, mudable, inconstante (…) la mujer necesita una religión de debilidad que glorifique la divinidad del ser débil, amante y humilde”. El hombre nuevo se creará con pasiones, pero dominadas por el ascetismo y la disciplina; estará bajo el dominio de una férrea voluntad.

La autocreación exige autodisciplina, “dureza” para consigo mismo. El amor a los demás es el disfraz del mediocre, la gente demasiado débil para dominar a los demás necesita de la virtud moral. Para imprimir la huella en los siglos y escribir sobre la voluntad de milenios hay que ser más duro que el bronce: “Yo suspendo sobre vuestras cabezas esta nueva tabla: ¡sed  duros!” La dureza será necesaria para el autodominio y para rechazar la piedad y la compasión, formas perversas de afeminamiento. El hombre europeo padece una gran “falta de virilidad”.

El Oyente

A Escrivá hay que interpretarlo desde el contexto propio de su tiempo. En sus escritos encontramos la versión del superhombre llamado “caudillo”; la guerra como principio y fin de todas las cosas; la voluntad de poder, la cruzada de virilidad, el grupo de los apóstoles convertido en ejército, etc. Ni la llamada a ser caudillos ni la virilidad forman parte del mensaje evangélico. No puedo imaginar a Jesús de Nazaret paseando a orillas del lago llamando uno a uno a sus discípulos a ser caudillos. Ni cabe la posibilidad de imaginar a Pedro, el rudo pescador, escuchando de labios de Jesús que debe virilizar su voluntad. Si no están en el evangelio dichas expresiones, tampoco pertenecen a la forma de ser del mismo Escrivá. A su compañero de curso, D. Manuel Mindán, le dijo Escrivá: “Dios me ha hecho blando y dulce como la miel de la Alcarria”. El mismo D. Manuel dice de él: “sostengo que era piadoso, pero que sus actitudes de piedad eran feminoides, por eso, no por otra cosa se le llamaba "rosa mística"; su piedad no se realizaba en actos prácticos o de apostolado”.

Por tanto, las ideas de Camino están tomadas del ambiente de la época y se intentan aplicar al Evangelio:

Has nacido para ser caudillo (Camino, 16); a través de la negación llegarás a virilizar tu voluntad y más tarde serás caudillo que arrastrará a otros (Camino, 19 y 833). La vida del hombre es milicia que exige tácticas militares (Camino, 306 y 307). La paz es consecuencia de la lucha y de la guerra (Camino, 308); es más, la guerra tiene una finalidad sobrenatural que al final deberemos amar (Camino, 311).

En cuanto a la manada, el rebaño y la piara del mundo, él, Escrivá, convertirá la manada en mesnada, el rebaño en ejército y saldrán purificados los que ya no quieran ser inmundos (Camino, 914); entonces podrás trabajar en el ejército de los apóstoles (Camino, 605).

El triunfo de la voluntad, la vida concebida como lucha, la guerra sin cuartel contra las pasiones y la virilidad forman un conjunto ideológico bastante semejante al mencionado anteriormente. El Opus Dei vende su producto para que la gente “pite” con un discurso posterior, el de la santificación en la vida ordinaria por medio del trabajo. Es un nuevo eslogan, vacío de contenidos teológicos e inventado hace siglos en la Iglesia, aunque ahora el Opus se lo quiera apropiar. Cuando la gente ha sido enganchada, se la adoctrina en el auténtico discurso del Opus, el integrista de Camino. Una numeraria reconocía hace bien poco en el reportaje de la BBC la importancia que sigue teniendo el libro en la formación de los miembros de la obra.

Guerra

En la procesión de tinieblas se toman al pie de la letra las sugerencias bélicas. Nietzsche propone el sacrificio de seres humanos: "El individuo ha sido tomado tan en serio, tan bien colocado como un absoluto por el cristianismo, que no se podía ya sacrificarlo: sin embargo, la especie no sobrevive más que gracias a los sacrificios humanos… La verdadera filantropía exige el sacrificio  por el bien de la especie, que es dura y obliga a dominarse uno mismo porque tiene necesidad del sacrificio humano. Y esta pseudohumanidad que se llama cristianismo, quiere precisamente imponer que nadie sea sacrificado". 

Para Hitler el combate y la lucha son el motor de la historia: "La idea de combate es tan vieja como la vida misma, ya que la vida se perpetúa gracias a la muerte en combate de otros seres vivos… En este combate, los más fuertes y más hábiles vencen a los más débiles y menos hábiles. La lucha es la madre de toda las cosas. No es gracias a los principios de humanidad, sino únicamente mediante la lucha más brutal, como el hombre puede vivir y mantenerse por encima del mundo animal".

Lenin promovió la guerra civil, la hambruna y la persecución contra la Iglesia como medios de avance social. Escribía el 19 de marzo de 1922: “Un momento como el del hambre y la desesperación es único para crear entre las masas campesinas en general una disposición que nos garantice su simpatía o en cualquier caso su neutralidad (…) Debemos declarar ahora al clero una guerra decisiva y despiadada y someter su resistencia con una brutalidad que no olvide durante décadas”. Ese mismo año mataron a 2.691 sacerdotes, 1.962 monjes y 3.447 monjas. En el sur de Europa, en España, tomaron nota de los hechos. (cf. el interesante libro de Martín Amis, Koba el Temible. La risa y los 20 millones, Barcelona 2004).

El integrismo eclesial de Sardá y Salvany también se había ocupado por otros motivos de la necesidad de la guerra. Escrita la frase en 1885 produce escalofríos leerla a comienzos de siglo XXI, sabiendo lo que pasó en España en 1936: “No hay evolución alguna del Liberalismo que no la haya verificado, más que el pueblo, una insurrección militar” (Sardá y Salvany, El liberalismo… 179). El apostolado seglar debe prepararse para cualquier cosa: “¡Gran cosa es ser soldado de la verdad, en tiempos sobre todo en que anda la verdad tan fieramente combatida! (…) ¡Dormir cuando a voz en grito pide auxilio la acongojada Iglesia de Dios, ante el general rebato de sus enemigos que creen ¡insensatos! llegado la hora de hundirla para siempre! No, que no fuera esto cristiano ni fuera español. No es hora de dormir, sino de velar, al cinto las armas, atento el ojo, resuelto el brazo, para emprender y sostener la honrosa lid”.

Con una actitud tan combativa y belicosa un sector del catolicismo colaboraba a la llegada del fascismo. José Antonio Primo de Rivera se expresaba así en el Discurso Fundacional de la Falange (1933): “Nuestro sitio está fuera, aunque tal vez transitemos, de paso, por el otro. Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas. Que sigan los demás con sus festines. Nosotros fuera, en vigilancia tensa, fervorosa y segura, ya presentimos el amanecer en la alegría de nuestras entrañas".

En mi opinión, ninguno de los bandos ha hecho una autocrítica seria. No se puede negar que el opus nace en un ambiente guerracivilista y que la obra se ha encontrado en su salsa colaborando con regímenes políticos dictatoriales o fascistas. En plena represión del régimen de Pinochet, Escrivá visitó Chile. En una conferencia donde se habló de la sangre esparcida por el país, afirmó: “Yo os digo que aquella sangre es necesaria”. (cf. Cambio 16, 16.3.1992; citado en la edición privada de Jesús López Sáez, El día de la cuenta. Juan Pablo II a examen, Madrid 2002, p. 268). Es decir, hay ocasiones en que la sangre debe derramarse para que prevalezca la verdad o la idea que se defiende. El mismo razonamiento hacía un miembro de la organización terrorista Eta: “Se necesita sangre y tiempo para hacer un pueblo”. Bastante similar también a la de un íntimo colaborador de Stalin, un tal Kaganovich: “Debes pensar en la humanidad como en un gran cuerpo, pero que necesita permanente cirugía. ¿Debo recordarte que la cirugía no puede realizarse sin cortar las membranas, sin destruir los tejidos, sin hacer correr la sangre?

Atomización

No se puede identificar el fascismo con el totalitarismo. El primero es la versión laica del absolutismo. El segundo es una ideología que no conoce límite, el sistema que aspira al dominio total de los hombres y del mundo. Además de una gran voluntad de poder, cree que todo está permitido porque representa la Verdad absoluta. En el totalitarismo, la lucha tiene el valor de un principio selectivo que permite hacer triunfar a quien posee la verdad. El que gana, demuestra que tenía razón. Las tiranías clásicas se contentaban con apoderarse de los cuerpos, el totalitarismo nazi o comunista pretenden también poseer las almas (cf. Alain de Benoist, Comunismo y nazismo. 25 reflexiones sobre el totalitarismo en el siglo XX (1917-1989), Barcelona 2005, pp.113-114). Para llevar a cabo su propósito, una de las tareas más urgentes consistirá en abolir la distancia entre la multiplicidad de lo real y la unidad del concepto, suprimir lo que distingue a los individuos entre sí, hacer que nada se interponga entre los individuos y el poder. Hannah Arendt vio mejor que nadie el núcleo del problema en su libro clásico Los orígenes del totalitarismo, Madrid 1999 (casi nadie hizo caso de la primera edición de mediados de los cincuenta). Es una nueva forma de tiranía, la de todos contra todos. Se compagina de manera extraña la coerción sobre todos y la participación de todos en la represión. El grupo totalitario se mantiene gracias a la fuerza de su homogeneidad: el grano de arena no es nada fuera del montón de arena. No consagra la tiranía de unos pocos sobre muchos, sino el dominio de todos sobre cada uno. La unidad del grupo incita al movimiento totalitario a un permanente desplazamiento. Siempre hacia adelante, siempre en movimiento. Sólo está en el poder mientras esté en marcha. Para que la maquinaria funcione, hace falta mucha mano de obra. Los individuos son la gasolina necesaria, que rápidamente se tiran cuando ya no sirven.

El ideal o la heroicidad suele proceder de una decisión previa y una convicción individual que respeta al sujeto, la experiencia y los argumentos. Por el contrario, en los movimientos totalitarios, el fanatismo mantiene unidos a los miembros no por la experiencia o los argumentos, sino por la identificación con el movimiento y su líder. Para lograr semejante grado de fanatismo previamente han debido eliminar en el individuo la capacidad de experimentar y de argumentar libremente. Hannah Arendt lo llama atomización. Los totalitarismos encuentran la fuerza en el número de miembros, fuertemente vinculados y convertidos en masa, fanatizados y atomizados. La diferencia entre los distintos tipos será mínima: poco importará organizar a la masa en nombre de la raza, de la clase social o de la verdad.

Igualar a las personas no es suficiente para los regímenes totalitarios porque dejaría intactos ciertos lazos familiares o culturales. Debe acabar de raíz con la existencia autónoma de cualquier actividad libre. La uniformidad es una condición previa en el totalitarismo, Himmler decía que un miembro de las SS era un hombre nuevo que en ninguna circunstancia “hará una cosa por su propio interés”. En la sociedad soviética se llegó a la atomización a base de purgas que invariablemente precedían a la liquidación de grupos. Las purgas tratan de destruir los lazos sociales y familiares, amenazan desde los simples conocidos hasta los familiares y amigos. Una frase de Hannah Arendt resume perfectamente la esencia de lo que queremos decir:

“Los movimientos totalitarios son organizaciones de masas de individuos atomizados y aislados. En comparación con todos los demás partidos y movimientos, su más conspicua característica externa es su exigencia de una lealtad total, irrestringida, incondicional e inalterable del miembro individual (…) base psicológica de la dominación total. Sólo puede esperarse que semejante lealtad provenga del ser humano completamente aislado, quien, sin otros lazos sociales con la familia, los amigos, los camaradas o incluso los simples conocidos, deriva su sentido de tener un lugar en el mundo solo de su pertenencia a un movimiento, de su filiación al Partido. La lealtad total es posible sólo cuando la fidelidad se halla desprovista de todo contenido concreto, del que surgen naturalmente los cambios de opinión” (H. Arendt, El origen…, p.405).

Un movimiento que se mantiene constantemente en marcha y domina al individuo en todas y cada una de las esferas de la vida. “No deseo ser Yo, quiero ser Nosotros” confesaba Bakunin, y Nechayev predicaba el nuevo evangelio del hombre “sin intereses personales, asuntos, sentimientos, lazos, propiedad, ni siquiera su nombre propio”. Destruyeron la intimidad y la moral privadas, eliminaron toda iniciativa intelectual espiritual o artística, porque el dominio  total no permite la libre iniciativa en ningún campo y en ninguna actividad. Los talentos se sustituyen por el fanatismo, única garantía de la lealtad.

En los países totalitarios se afirma que la propaganda y el terror ofrecen dos caras de la misma moneda. Donde el totalitarismo posee un control absoluto, se sustituye la propaganda por el adoctrinamiento y se utiliza la violencia (o la coacción) no tanto para asustar sino para imponer sus doctrinas y mentiras. Propaganda para los de fuera, adoctrinamiento para los de dentro. Donde el dominio sea efectivo y total, desaparece la propaganda. Con otras palabras, la propaganda es un instrumento, quizás el más importante del totalitarismo, para relacionarse con el mundo exterior. El terror (o la coacción) constituye la esencia de su forma de gobierno. Más que las amenazas directas o los crímenes contra individuos, el totalitarismo prefiere las alusiones indirectas, veladas, amenazadoras, contra quienes no atiendan a sus enseñanzas. Una enseñanza infalible, por otra parte, porque el líder del movimiento totalitario no puede equivocarse jamás ni puede reconocer un error. No tanto por su superior inteligencia, sino por haber sabido interpretar sin error la ley de la Historia, de la naturaleza o de Dios.

Como el sentido común se desarrolla en la vida comunal y los miembros atomizados de los movimientos totalitarios la habían perdido, en un desarraigo social y espiritual, la mentira y la arbitrariedad pueden venderse dentro de la propaganda. La línea divisoria entre la ficción y la realidad queda difuminada por la ausencia de sentido común; entonces la propaganda totalitaria puede hacer y decir lo que quiera. Aíslan a la gente del mundo real. Después rodean las esferas del poder del máximo secreto y lanzan la ficción y la mentira como si fuera verdad. En el caso de los nazis, la ficción más eficaz fue hacer creer la historia de una conspiración judía. La propaganda y sus mentiras consolida la organización y proporciona a los individuos atomizados algún elemento de identificación.

La organización totalitaria depende del líder, la “voluntad del Führer” en el caso nazi. Ésta es la ley suprema en un régimen totalitario. Lo rodea un círculo interno de élite que difunde en torno a él un aura de impenetrable misterio. El líder ejerce una defensa mágica del movimiento contra el mundo exterior y, al mismo tiempo, es el puente que relaciona con el mundo. Reivindica en el individuo atomizado que lo sigue la responsabilidad personal “según el cual, cada funcionario no es solamente nombrado por el jefe, sino que es su encarnación viviente y se supone que cada orden emana de esta fuente siempre presente”. (H. Arendt, Los orígenes…, p. 462).

La identificación del Jefe con el subordinado y este monopolio de responsabilidad es lo que distingue a un líder fascista de uno totalitario. Un tirano nunca se identificaría con sus subordinados y, menos aún con cada uno de sus actos. Podrá utilizarlos como víctimas propiciatorias, pero siempre mantendrá una distancia con ellos. El líder totalitario no puede tolerar ninguna crítica de sus súbditos, dado que éstos actúan siempre en su nombre. El control llega a ser total gracias a que cada individuo atomizado se siente sometido a constante vigilancia incluso por parte de sus compañeros. Todos espían a todos.

La destrucción de los derechos humanos es un prerrequisito para dominar enteramente al hombre. El paso siguiente será la preparación de “cadáveres vivos”, atomizados, asesinando la persona moral, corrompiendo la solidaridad humana. Una vez asesinada la persona moral y aniquilada la persona jurídica, casi siempre tiene éxito la destrucción del individuo. Y para destruir la individualidad hay que matar la espontaneidad, la capacidad del hombre para empezar algo nuevo. Entonces, sólo quedan marionetas y fantasmas.

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Publicado el Wednesday, 26 October 2005



 
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