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 Tus escritos: Hechos y reflexiones para compartir (1).- Malco

010. Testimonios
Malco :

Hola a todos,

 

llevo un mes o quizá algo más leyendo esta web, y tengo muchísimas cosas que decir, quizá porque descubro ahora todo lo que me queda por meditar. Lo mejor es ser ordenado, empezar por el principio y contar, muy resumidita, mi historia con el Opus Dei. Veo que es imposible no ser esquemático, incluso a costa de la riqueza de la realidad, puesto que la realidad no cabe en una carta, ni en mil.

 

            Mi abuelo, que en Paz descansa, era Supernumerario, y yo fui, pese a que mis jóvenes padres no eran creyentes, a un colegio-obra corporativa. Recuerdo que hice la comunión convencido, agradecido, pese a que mis padres no estaban muy entusiasmados. Ahora reconozco que fue una gran lección por parte de mis padres: no debía hacer la comunión por los regalos, o por que todos la hacían, sino porque yo quisiera. Y quise. Mi abuelo, por supuesto, presionaba a su manera. No tardé mucho en dejar de ir a Misa, en parte por influencia de algunos compañeros díscolos, en parte por la atracción precoz hacia lo sexual, y en parte -pienso ahora- porque en mi casa no había ambiente de práctica cristiana...



También estaba la rebeldía natural que me adornaba (o afeaba). El hecho es que fui piedra de escándalo, ya tan pequeñito (con once años) el día que les tomé la palabra a los profesores, y decidí, “en libertad”, no asistir a la Misa de Curso, en el Colegio. Qué mal ejemplo para los demás alumnos. Recuerdo que otros quisieron seguir mi ejemplo, pero desistieron tras las presiones del cura. Yo balbuceé que no creía en Dios, y el cura me preguntó que “si me la tocaba”. Me zafé con habilidad. En fin, me dejaron más o menos tranquilo. Supe a posteriori que por influencia de mi abuelo, que tenía peso en el colegio, y también -he de decirlo- porque muchos profesores me querían, no fui expulsado. Y me merecía la expulsión, según los parámetros de disciplina de entonces. Era muy rebelde, pese a ser de los que sacaban casi todo sobresaliente, y tenía muchas merecidas “faltas de comportamiento”. Fui muy bien tratado, pese a todo, en mi colegio. Gente de la obra -como el director de E.G.B., supernumerario, o el conserje, o muchos profesores del Opus Dei- me trataron con cariño, me tenían en cuenta, me respetaban.

 

            Bueno, pensaréis que es remontarse un poco lejos para contar lo de mi pitaje, pero creo que no, que es una necesaria introducción. Veréis, a los catorce años, estando en primero de B.U.P, yo sentía una impropia melancolía e inquietud interior (impropia por la edad, supongo), y, a la vuelta de las vacaciones de verano le dije al cura -ese de la Misa y los tocamientos- que quería hablar con él. Yo era un poco raro para mi edad, precoz, y leía a Freud, leía de todo. El caso es que, aprovechando un campamento, y algún que otro rato, le expuse mi “crisis”. Siempre he creído que fue una verdadera conversión, y durante muchos años he vivido del sentimiento de gratitud, de feliz inmerecimiento, que siente el converso. Aún lo pienso, sólo que ahora veo que la “conversión” no es sólo una vez, sino muchas, aunque ya no se siente con la misma intensidad (o tal vez sí, la vida sigue). Aunque fuera tan jovencito, he de decir que fui yo el que se acercó al sacerdote, y fui yo quien le contó mis razones, mis “dudas acerca de si la Fe, después de todo, era verdad”. Es decir, Dios me había tocado, y yo respondía como podía a ese toque. Y me doy cuenta ahora de que el único ámbito en el que podía responder entonces era la Obra, ambiente en medio del cual me encontraba. En una convivencia, que recordaré siempre, me confesé (con el mismo cura, sí), y fui rotundamente feliz. Estuve leyendo Dios existe. Y yo me lo encontré. de Frossard.

 

            Muy al estilo de mi carácter, el siguiente paso -según lo veo ahora- fue bastante lógico. Si algo era bueno, yo quería doble ración. “No querías sopa, pues toma dos cazos”, dice un dicho popular. Así que fui a por mi otra ración. Después de ir por un centro de agregados (labor de San Rafael, y de San Miguel), y de tener una intensa amistad -entonces todo era intenso- con algunos profesores de la Obra, pedí la admisión. Sí que hubo insinuaciones (incluso una vez, desde el púlpito), pero lo que es seguro es que no me hablaron para pitar. Yo me fui al despacho por mi cuenta y lo pedí con vehemencia. Era la época de El valor divino de lo humano, de Urteaga, con su tono exagerado y fiero, que tanto me gustaba -y que tanto me repele ahora.

 

            Haceos una idea: cuando pité, lo mío fue una campanada. “Fulanito ha pitado”, “¡No me digas!” “Por este hemos estado rezando mucho tiempo”, etc. Tenía el pelo largo, tocaba la guitarra, sacaba buenas notas, y era pícaro, por decirlo así. Y mi abuelo muy contento, porque era el único en  su familia que estaba “en el ajo”, y le gustaba poder hablar conmigo de esas cosas. Era muy “forofo” de la Obra, como casi todos los supernumerarios mayores, con hijos, que he conocido (en torno al colegio). Había conocido al Padre (es decir, a Escrivá). Otro asunto: en la web, veo muchos testimonios de ex-numerarios y ex-numerarias, y muy pocos de agregados y supernumerarios, aunque a lo mejor me confundo, llevo poco tiempo leyéndola. Y los que veo de agregados me recuerdan -disculpadme la humorada- a los que llamábamos, de guasa, “agregarios”, es decir, agregados con “aroma” numeraril. Es difícil de explicar: tengo un amigo ex-nume, y lo que me cuenta de su centro de estudios tiene muy poco que ver con lo que yo viví. Yo estaba con muchos agregados jóvenes, de B.U.P. y F.P., en una ambiente nada intelectual o académico, y algunos agregados más curtiditos, pero eso sí, todos “de barrio”. Los numerarios eran sólo los del consejo local. Teníamos una broma sobre los numerarios jovencitos que llegaban para el consejo local, de quienes decíamos que venían de “West Point”, con su formación estricta en los criterios-para-todo, pero sin haber pisado tierra firme nunca. La mayoría, como digo, eran agregados, y el estilo de vida que se llevaba era muy diferente al que he leído en los testimonios de opuslibros, y al que me cuenta mi amigo ex-numerario. Hacíamos bastante lo que nos daba la gana, y me sentí, en general, muy querido. Algunas normas, como la Misa, las hacíamos juntos, pero por las circunstancias, como el hecho de tener oratorio en el Colegio, no por indicación expresa. Cada uno tenía que buscarse la vida, tener sus amigos (eso sí, traer gente al club, a la meditación, etc), hacer sus normas y demás. Y el que no fuera a Misa por la mañana, pues ya iría por la tarde a su parroquia o a donde sea. Tuve muy buenos momentos en el Club, tanto en la oración (experiencia que fue real y de la que aún me alimento, aunque de modo distinto), como en la humanidad de mis hermanos. Tuvimos muy buenas juergas, noches de cachondeo, convivencias magníficas, música, deportes, cierto ambiente de travesura con otros agregados jóvenes, y mucha vida. Mi pitaje coincidió casi con el viaje del Papa a España, en el 93, y fue para mí muy emocionante, como converso. Siempre me dijeron que el Papa quería muchísimo a la obra, y eso me daba mucha tranquilidad, como de estar en el “lado correcto”.

 

            Mi crisis no tuvo que ver con la sinceridad, pues hasta el último día conté todo lo que pensaba, todo lo que me pasaba (incluso una novieta que me duró dos semanas, y seguí siendo agregado). No me costaba nada, pues yo hablo mucho, y tengo cierta tendencia a contar hasta lo más íntimo. No creo que tuviera tampoco que ver directamente con el sexo, aunque yo estaba deseando salir con una chica. Más bien fue algo normal. Una persona en esa edad está en continuo cambio, y yo no era el mismo que a los quince. Estaba un poco depresivo (vi a algún psicólogo), y tenía problemas familiares. También empecé a suspender asignaturas, y repetí curso, que decidí hacer en un Instituto. Allí había chicas, y eso me cambió mucho. Esa sí que era una asignatura pendiente. Se podría resumir diciendo que no me fui del Opus Dei porque me pareciera espantoso, sino porque vi que, después de todo, no era lo mejor para mí. La buena tierra de la que habla la parábola del sembrador, también tiene que ser una vida equilibrada, que yo entonces no tenía; ya no tenía fuerzas, ni ganas, ni apetencia, de todo aquello. Aunque no fuera tan consciente como ahora que lo redacto. Es curioso: no he tenido nunca la impresión de haberme ido por las malas (porque no fue así), ni tampoco de que se me echara. Y no encuentro muchos testimonios parecidos.

 

            Estuve en el Opus Dei tres años y medio. Hice la admisión, pero para la oblación me dieron una prórroga, porque no estaba yo muy por la labor (nunca mejor dicho). No me trataron mal. Bueno, hay alguna excepción, como la consabida frase de que iba “a ser muy desgraciado”. Pero eso, a la única persona que me lo dijo, se lo perdono, conociendo como son las cosas dentro, y el carácter de éste, que, por otro lado, me aguantó muchas malas maneras. Supongo que me lo dijo porque estaba “en el guión”. Por supuesto que me dijeron que la vocación era para siempre, y que yo era de la Obra como el que más, desde el primer día. Yo escribí la carta con casi quince años (cuatro cuartillas, contando mi conversión y todo), y me fui con dieciocho años y medio. Me mandaron a hablar con una persona de delegación y el trámite de mi salida fue muy suave, como “de mutuo acuerdo”, con tiempo para pensar, sin amenazas de infierno ni nada, lo que no me hace poner en duda vuestros testimonios, porque sé que esto también ocurre, y es lamentable. Es más: es una aberración. Otro ejemplo diferente: yo estaba estudiando música, y entonces pensaba dedicarme a eso, y no estudiar en la Universidad. Me plantearon, una vez, que lo dejara, teniendo en cuenta la labor, y los estudios; no se entendía que el Conservatorio fuera estudiar, cuando es una de las carreras más duras y hermosas que existen, pero eso no le pasaba sólo a los de la Obra, sino a mucha gente. Pero yo, que me sabía la teoría, acudí al cura (era una convivencia) y se lo expuse. Le dije que era mi vocación profesional (luego no lo ha sido) y que en eso no se podían meter, citando muy pertinentemente los textos fundacionales al respecto, y mi condición de agregado, que no tiene que ser universitario (en mi centro había un albañil, aunque no era lo más frecuente). Aparte de la ignorancia del director en el tema de los estudios de música. Total, que hubo reconvención al director, y me dejaron hacer lo que quise. Es más, recuerdo que una vez el subdirector me transcribió, de que no sé qué texto interno, unas palabras del fundador acerca de la necesidad de estar en los ámbitos artísticos, cinematográficos, musicales, teatrales. Se lo agradecí mucho. Hubo un compañero, no obstante, al que le dieron mucha caña para que dejara otra vocación profesional artística, porque era propicia “a la lujuria y el desvarío”. Y eso me enfadó mucho, aunque me parece que yo ya estaba fuera.

 

La persona de Delegación con la que tramité mi marcha me dijo, antes de despedirnos, que no me agobiara con normas y todo eso. Que fuera a Misa los domingos, y procurase sentir la Presencia de Dios el resto de la semana. Y que me confesara, pero que no me preocupase por ninguna norma concreta, por el momento. Me dijo que él mantenía relación con muchos antiguos miembros de la Obra, con los que quedaba de vez en cuando para tomar una cerveza, y que, además -esto es lo bueno- hay otras espiritualidades aparte del Opus Dei, tan necesarias y buenas, y que quién sabe cuál sería la mía. Esta persona me ha escrito durante años, nos hemos visto alguna vez,  y yo -ay- no le he correspondido del todo; pero me parece impecable su comportamiento. Al pasarme estos años por el colegio, y encontrarme a la gente de la Obra, en general siempre me he encontrado mucha amabilidad y un sincero alegrarse por verme. Excepto alguna persona que se veía envarada, incómoda, pero era lo raro.

 

Hasta aquí la narración. Habría muchísimo más que contar, claro, cientos de anécdotas, algunas con mucha miga, pero creo que es suficiente. Ahora algunas reflexiones:

 

 

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Publicado el Wednesday, 28 September 2005



 
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