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 Tus escritos: El integrismo del Opus Dei (IV).- Ávila

125. Iglesia y Opus Dei
Ávila :

4.- El Poder y los adoradores de la Verdad

“Explicarlo todo,

hasta el menor acontecimiento,

 deduciéndolo de una única premisa”

Hannah Arendt

 

Lo dicho hasta el momento exige una reflexión en tres tiempos acerca de las consecuencias para la Iglesia, la misma fe en Jesucristo y la cultura moderna. La Iglesia aparece como una estructura de poder frente al poder emergente del estado laico (a). La Verdad Absoluta toma distancias respecto a la Humanidad de Cristo, que queda subordinada o desaparece (b). En tercer lugar, el integrismo católico debe situarse dentro de la cultura moderna, enferma en su raíz por el germen del totalitarismo (c).

 

a) La Iglesia como estructura de poder

 

Si la Iglesia posee la Verdad absoluta, ninguna institución puede colocarse por encima de ella y mucho menos la sociedad civil, que debe doblegarse y aceptar sus principios inmutables. Ninguna institución, por poderosa que sea, dejará de someterse a sus principios ni podrá desbancarla de la cumbre de la pirámide social. De este modo, la parte integrista de la Iglesia católica, se instala en la nostalgia de tiempos pasados, la Edad Media y el Antiguo Régimen, cuando los principios expuestos eran una realidad. Desean restaurar la monarquía absolutista bendecida por la Iglesia:

 

“La tesis católica es el derecho que tiene Dios y el Evangelio a reinar exclusivamente en la esfera social y el deber que tienen todos los órdenes de la esfera social de estar sujetos a Dios y al Evangelio” (Sardá y Salvany, El Liberalismo… p.180).

 

Al parecer, Escrivá tenía la misma pretensión:

 

“Escrivá soñaba con crear una minoría dirigente para situar a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas, a través de un cristianismo de cruzada capaz de conservar o en su defecto restaurar creencias superadas en el tiempo y ancladas en la Edad Media. Se trataba de crear un núcleo relativamente protegido de seglares y en última instancia el objetivo era de cultivar elites intelectuales capaces de fructificar cuando desapareciera la Segunda República y las condiciones de la época fueran más favorables y todo ello, conviene señalarlo, dentro de una atmósfera política de fascismo clerical y de una negación creciente de las libertades, en la cual el proyecto de Escrivá, con un ambicioso espíritu totalitario, también participaba”. (Jesús Infante, El santo fundador del Opus Dei, Barcelona 2002, p.100)...



La célebre frase de Escrivá resume la pretensión: “Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas” (Conversaciones con Mons. Josemaría Escrivá, 32; los mismo en Amigos de Dios, 57; Es Cristo que pasa, 156; Forja, 685). A primera vista puede parecer una bella confesión cristológica, nada sería más importante que Jesucristo, Él estaría en la cumbre de todo. De este modo lo interpreta el Opus Dei para sus seguidores. Sin embargo, la realidad puede ser bien distinta, la frase podría remitir al lema de Pío X e interpretarse desde ese punto de vista: “Restaurar en Cristo todas las cosas”. Creyéndose al abrigo de miradas indiscretas, las Meditaciones internas contienen precisiones que acercan el eslogan a la mentalidad integrista del siglo XIX: “… lucharemos por llevar a Cristo Rey a la cumbre de todas las actividades humanas y conducir a Él todas las cosas” (Meditaciones I, 577). “Y sentiremos gran alegría al ver esa Cruz, que ahora queremos poner en la cumbre de las actividades humanas, y que entonces triunfará sobre todas las gentes sin excepción. Y tendremos el gozo de haber sido siervos que sólo se ocuparon de extender el reinado de aquel Rey, Cristo, que aparece majestuoso en su gloria” (Meditaciones, IV, 710).

 

La sublevación de la sociedad contra el Antiguo Régimen durante la Revolución francesa había socavado los principios establecidos y la regulación de un orden cuya última palabra era bendecida por la Iglesia. Coincidiendo con la muerte (o asesinato) en 1848 del arzobispo de París, que había acudido a dialogar con los manifestantes, la Iglesia descubre el surgimiento de un nuevo poder que quiere competir con ella. Comienza entonces una triste historia de Poder a Poder, de Verdad Absoluta contra Verdad Absoluta. El enfrentamiento oculta la ambición de ambos poderes por controlar la sociedad  y estar en la cúspide de la pirámide. La Iglesia se siente acosada, perseguida y oprimida por los nuevos aires de la historia. Se lucha por la supervivencia de unos privilegios pasados, se reacciona ante los ataques -los hubo abundantes- con las mismas armas que el adversario. Del evangelio destacan que Jesucristo también se enfrentó a los fariseos, pero no se interesan por las causas que condujeron a Cristo a aquellos enfrentamientos ni los medios utilizados. Ellos sólo desean combatir, triunfar y volver al orden anterior.

 

En esta situación la Iglesia seguirá siendo una estructura de poder, será identificada con los poderosos y con las fuerzas sociales y políticas más conservadoras.

 

Luchando contra la sociedad civil deseosa de separar religión y política, una parte considerable de la Iglesia del siglo XIX se verá arrastrada por la espiral de violencia que culmina en las diversas tragedias del siglo XX. Los contendientes van enconando sus posiciones hasta llegar a parecerse, se contagian el uno al otro hasta terminar siendo iguales. R. Girard ha explicado en sus libros el nacimiento de la violencia desde lo que él llama el “ciclo mimético”. Si dos contendientes desean lo mismo y ninguno de los dos renuncia y se retira (como pide el mismo Jesús de Nazaret en Mt 5, 21 y ss.), ambos acabarán obsesionados por el objeto deseado. Ahí radica la probable violencia de uno contra uno; ambos imitan sus comportamientos hasta el extremo de llegar a ser iguales. La violencia nace por contagio de los contendientes y la obsesión por querer conseguir el mismo objeto de deseo. Pronto se convertirá en odio. Terminarán buscando un chivo expiatorio en quien descargar la ira. Con la muerte del chivo se aplacará por un tiempo el odio hasta que de nuevo se precise cada vez con más frecuencia aplacar la violencia latente. La cosa puede terminar en una guerra total de todos contra otros, como en realidad sucedió (R. Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, 2002).

 

El opus dei no puede entenderse sin ubicarlo en la historia de la Iglesia, dentro de las coordenadas del integrismo eclesial del siglo XIX y XX. A mi entender, una parte de la Iglesia, la más influyente y poderosa, no ha sabido situarse en las sociedades modernas. Decidió seguir siendo una estructura de poder enfrentado al poder del Estado. Aceptó la economía capitalista favoreciendo a los poderosos, mientras se oponía frontalmente a sus ideologías. La Iglesia se encastilló, se centralizó y comenzó a condenar cualquier idea nueva salida de la sociedad civil. El opus dei es deudor de aquella mentalidad y sigue anclado en el siglo XIX.

 

b) El olvido de la Humanidad de Cristo

En segundo lugar, el integrismo católico centra sus esfuerzos en el concepto de Verdad Absoluta, desplazando a Jesucristo del primer lugar de la escena. Por el contrario, el cristianismo no Absolutiza un concepto sino una Persona. La Verdad está a su servicio y de Él depende. Él la revela y la da a conocer.

 

La divinización de un hombre no era nueva en la historia de la humanidad; por ejemplo, los egipcios, los césares romanos, o, por citar a alguien cercano, los emperadores japoneses. En el caso de Cristo lo novedoso es la divinización de un hombre cualquiera, de un don nadie. Nace en un pesebre, trabaja en silencio la mayor parte de su vida y muere ajusticiado como una fracasado más de la historia. Jesús de Nazaret está en las antípodas del poder, de sus grandezas y oropeles. La Iglesia estableció en el Concilio de Calcedonia la plenitud de la Humanidad y la plenitud de la Divinidad en la Persona de Cristo, sin mezcla, ni confusión, ni separación. El concilio Vaticano II retoma la Tradición y la explicita:

 

“Cristo efectuó la redención en la pobreza y en la persecución, así la Iglesia es llamada a seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación (…) no está constituida para buscar la gloria de este mundo, sino para predicar la humildad y la abnegación (…) la Iglesia abraza a todos los afligidos por la debilidad humana, más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en aliviar sus necesidades, y pretende servir en ellos a Cristo” (L.G. 8).

 

El integrismo católico se queda con la Divinidad y desplaza a un segundo plano la Humanidad. A continuación, reviste la Divinidad de todo el poder y realeza que Jesús jamás tuvo en su vida terrena. De este modo, la Humanidad de Cristo ha dejado de ser normativa en última instancia, el evangelio deja de ser la última referencia y la norma de las normas. Se nos llenará la boca hablando de Jesucristo, pero el seguimiento cercano de su vida y la imitación de sus dichos y hechos habrá pasado a un segundo plano. El evangelio ha dejado de ser la norma suprema y el seguimiento de Cristo puede revestirse de cualquier ideología al uso. Para algunos sigue siendo demasiado escandaloso aceptar como Dios a un artesano judío con mentalidad campesina.

 

En el opus dei, la búsqueda de poder a través del dinero no parece estar de acuerdo con el evangelio; ni la compra de voluntades y silencios a golpe de talonario; ni las exquisiteces y manías del fundador relatadas por testigos presenciales, ni los suntuosos edificios con varias capillas son la avanzadilla de la evangelización (véase, El edificio del Opus Dei en Nueva York). Los ejemplos podrían multiplicarse.

 

También en las grandes metáforas utilizadas por Escrivá se observa un desplazamiento del protagonista en beneficio del soporte. Ante la cruz, Escrivá no medita sobre el Crucificado ni sobre las consecuencias de la crucifixión para la humanidad. Saca de la cruz a Cristo y se queda con los maderos (la célebre “cruz de palo”) para usarlos como soporte a la hora de elucubrar cómo aniquilar el yo de sus hijos y someterlos. De la entrada en Jerusalén no le interesa reflexionar acerca del mesianismo de Jesucristo, ni situarlo en la historia del Antiguo Testamento o extraer las conclusiones para la actualidad. Al contrario, descabalga a Cristo, se queda con el jumento y lo pone a dar vueltas alrededor de la noria (el célebre “borrico de noria”) en su afán por hacer perseverar desde el sometimiento a quienes previamente les ha quitado hasta la camisa y ha destruido en la cruz de palo. De los relatos de la barca, imagen de la Iglesia naciente sometida a los torbellinos de la historia, de nuevo deja de ser Cristo el protagonista;  identifica a la barca con el opus y se erige en capitán. Los patos imponen (no proponen) la Verdad mediante el proselitismo, tergiversando la evangelización y su significado. En la vida de los elegidos por Escrivá para su obra, la repercusión más evidente será la nimia importancia concedida a la lectura y meditación del evangelio y las numerosas horas que han de pasar reflexionando los escritos públicos y secretos del fundador.

 

Una vez en segundo plano Jesús de Nazaret, la Verdad Absoluta cobra vida propia, exige carta de naturaleza y se emancipa. Necesitada de nuevos mediadores, habrá de esperar la llegada en la historia de Escrivá, quien la “ve” en 1928 como nadie antes pudo soñar, para llegar a ser el cauce habitual por donde se revela. Desde tan alta atalaya imponen normas exigentes mucho más severas que las de la misma Iglesia, corrigen a cualquiera, incluido el Papa, y someten a todos a la sospecha de herejía, cuando son ellos los que encarnan un espíritu cismático, como agudamente advirtiera Newman de todos los integrismos: "exigen una Iglesia dentro de la Iglesia (...) convirtiendo en dogma sus puntos de vista particulares. Yo no me defiendo contra sus opiniones sino contra lo que debo llamar su espíritu cismático" .

 

Ni la defensa cerrada de un cuerpo doctrinal, ni la Absolutización de una Idea, incluso si se trata de La Verdad, ni representar el último poder de la estructura social parecen estar entre los objetivos fundamentales de Jesús de Nazaret. La Verdad queda encarnada en su Persona: Él es el camino, la verdad y la vida, y el Espíritu Santo lo irá explicando progresivamente. El traslado de la Idea de Verdad a su encarnación en la Persona de Cristo es fundamental para comprender la esencia del cristianismo. Una verdad que se revela en un Hombre-Dios que no nos lega una línea escrita, y que se narra en los evangelios por testigos de primera o segunda generación. Si la Verdad es Jesucristo y nos es trasmitida por testigos en los evangelios, la verdad queda abierta a diversas interpretaciones. La revelación de la verdad escrita y oral termina con la muerte del último apóstol. La Iglesia la custodia y la sigue interpretando a través de los concilios (no toda interpretación es válida), dejando abiertas la mayor parte de las cuestiones de fe a lo largo de los siglos (ni siquiera ha sido definido dogmáticamente que Dios sea Padre o de que manera Cristo ha realizado la salvación). La Iglesia recurre a la definición dogmática cuando la controversia puede hacer peligrar algún aspecto esencial de la revelación, como sucedió en Calcedonia y en otros dogmas, mucho menos numerosos en conjunto de lo que pudiéramos pensar.

 

Según el Vaticano II, la Iglesia debe conservar la Tradición recibida “que deriva de los apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo, puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras trasmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón; ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales; ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios” (D.V. 8). Como se puede comprobar, la Iglesia se sabe en camino hacia la verdad plena, la busca a diario y crece en su comprensión, reservando un papel fundamental -aunque no exclusivo- al magisterio episcopal. La contemplación, el estudio y la percepción íntima que tiene la totalidad de los creyentes participa activamente de esa búsqueda; se les  reconoce un sexto sentido que les capacita para ir progresando en el conocimiento de la verdad, e incluso los anima a buscarla por medio de la contemplación, el estudio de la teología o la intuición religiosa.

 

c) Los adoradores de La Idea

 

Hay un tercer elemento en el integrismo que supera con creces los márgenes de la Iglesia. Divinizar una Idea e idolatrarla forma parte de nuestra cultura (incluso de todas) desde la noche de los tiempos.

 

Con la llegada de la modernidad y el consiguiente eclipse de Dios, la amenaza siempre latente se hizo realidad. Los pensadores vieron en la guerra de 1914 el fracaso de la modernidad. Kant había hablado de cosmopolitismo y llegaron los nacionalismos. Hegel había apostado por la reconciliación y se hizo presente la guerra. La Ilustración irrumpe en la historia como un proyecto de organización racional y, finalmente, se impone la barbarie. En aquellos tiempos los pensadores se encontraban divididos entre quienes apostaban por la Ilustración y quienes desde el Romanticismo apostaban por el medioevo. Hegel las funde en la filosofía de la historia, auténtico tribunal de la verdad. Y la historia juzga el fin de la modernidad con el triunfo de la guerra. Los pensadores comienzan a buscar otros presupuestos, desde los presocráticos, la vida, la experiencia o el lenguaje.

 

Tres pensadores críticos desvelan el origen del mal: Rosenzweig ve en el idealismo la tentación totalitaria. Razona del modo siguiente: Si la pluralidad de la vida ha de reducirse a una única idea para poder pensar, entonces el hombre occidental está abriendo la puerta a la violencia. Identificar el conocimiento de la realidad con una almendra esencial desentendiéndose del resto de la realidad conduce a la barbarie. Reducir la riqueza de la realidad a la esencia de una idea permite dominar el mundo porque éste acaba siendo un objeto. El totalitarismo consiste en reducir la pluralidad del mundo a un único elemento, llámese Agua (el “todo es agua” de Tales), Dios, Naturaleza, Proletariado, Raza o Verdad. Más tarde Lévinas lo resumirá diciendo que el idealismo es una ideología de guerra.

 

Fallecido Rosenzweig en 1929 Walter Benjamin sigue sus pasos. Para él sólo sabemos pensar a lo grande, construimos sujetos trascendentales, por ejemplo la Humanidad, y nos olvidamos de las personas concretas. Las teorías del progreso se vuelcan hacia el futuro olvidando los cadáveres y escombros que cimientan la marcha triunfal de la historia. El costo humano no se valora. Los cadáveres y escombros que va dejando por el camino la construcción de la historia, las víctimas, son para Hegel “unas florecillas pisoteadas al borde del camino”, algo inevitable, un mal menor, algo provisional y excepcional que el propio progreso reciclará. Benjamin no acepta este discurso, “para los oprimidos –dirá- la excepcionalidad es la regla”, detrás de cada documento de cultura hay una historia de barbarie, “hay que despreciar a humanidad en el orden individual para que ésta aparezca en el plano del ser colectivo”. Desde ahí propone juzgar los logros históricos a partir de los sistemáticamente oprimidos. Someterse a la lógica del progreso significa aceptar el triunfo definitivo del fascismo. Si los costos humanos dependen de una Idea o del éxito final de una empresa, nada impedirá que el crimen se repita, se perpetúe y alcance cada vez mayores proporciones.

 

Por su parte, Kafka adivina por adelantado la sociedad que viene con dos imágenes certeras. En la Metamorfosis el hombre amanece convertido en un gusano, deja de ser ciudadano y sujeto de derechos para quedar reducido a su condición animal, nuda vida, puro cuerpo. En el Proceso, algo tan íntimo como el dormitorio acaba convertido en una sala de juicios. Lo privado queda diluido en lo público. Fue una premonición de los campos de concentración: el deportado, despojado de toda humanidad, es reducido a puro cuerpo, pura biología que se termina asesinando y haciendo desaparecer.

 

Los tres pensadores anunciaron las tragedias venideras. No callaron. Avisaron de una cultura de guerra detrás de la filosofía, se negaron a aceptar que el sufrimiento de una persona fuera el precio de ninguna grandeza, denunciaron cómo detrás de las grandes palabras estaba acechando el totalitarismo. Desgraciadamente, sus previsiones se vieron desbordadas con creces por la misma realidad de los hechos.

 

En vista de lo sucedido después, Reyes Mate propone repensar la filosofía con otros presupuestos. En primer lugar, una teoría del conocimiento de la que forme parte el pasado desde la memoria y visión de los vencidos, única mirada capaz de descubrir la responsabilidad histórica y la historia real. Una mirada compasiva de quien, a la vista de las ruinas de la historia, se declara en duelo por las ansias de felicidad de tantos muertos abandonados en la cuneta de la historia. Sólo el recuerdo de los vivos puede hacer entender que se cometió una injusticia que sigue clamando por lo suyo. El segundo rasgo es de naturaleza política y consiste en considerar el campo de concentración como símbolo de la política. El estado de excepción se convierte en algo habitual, cualquier norma queda suspendida salvo la de quien manda y, por otra parte, el hombre pierde toda subjetividad y queda reducido a nuda vida (las líneas precedentes resumen brevemente la conferencia de Reyes Mate en el III Seminario de Filosofía, del 7 de abril del 2003, titulado “Auschwitz, acontecimiento fundante del pensar en Europa o,  ¿puede Europa pensar de espaldas a Auschwitz?”; más información en el libro del mismo autor Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y política”, Madrid 2003).

 

A la luz de estas reflexiones cobra fuerza la importancia de la absolutización de una idea, el poder de la construcción histórica por encima de los individuos y el papel de las víctimas. La frase de Hannah Arendt que encabeza estas líneas adquiere pleno significado: El totalitarismo quiere “explicarlo todo, hasta el menor acontecimiento, deduciéndolo de una única premisa”.

 

Si renunciamos a la complejidad de la realidad y rompemos todos los espejos menos uno y éste terminamos por hacerlo absoluto, en el caso del catolicismo saldrá el integrismo. Si el concepto de Verdad lo sustituimos por el de Raza, nacerá el Racismo. Si concentramos la realidad en el concepto de Nación verá la luz el nacionalismo. Si privilegiamos el concepto de Lucha de Clases sufriremos el marxismo. También podemos elegir un concepto esencial y subordinarle otros: de la suma de Nación y Verdad Católica nacerá el Nacionalcatolicismo. De la unión de Raza, Nación y Socialismo, el Nazismo.

 

En fin, el problema del integrismo supera con creces a la Iglesia y a Escrivá. De no ser por los damnificados del opus y el daño causado a la Iglesia, Escrivá no pasaría de ser una cifra, un actor mediocre en una representación de ópera bufa. Los alemanes, buenos conocedores del peligro totalitario, lo han denunciado desde hace años: el opus es “la más fuerte manifestación integrista” de la Iglesia, dejó dicho el cardenal teólogo conservador Urs von Balthasar. Son de la misma opinión los autores del Handbuch der Pastoralteologie (Manual de teología pastoral), 5 volúmenes, Friburgo 1966, editados por Arnold, Rahner, Schurr y Weber. Dentro del tomo II/1,  el capitulo VIII, (pp. 277-343) cuya autoría se debe a A. Görres, Pathologie des katholischen Cristentums (Patología del cristianismo católico) se hacen los comentarios siguientes a Camino: En la nota 4 de la pag. 322 cita Camino, 22 para criticar su malestar con la materia muy cercano al pensamiento de Plotino, quien parecía avergonzarse de ser en un cuerpo y ve en el puro espíritu la única realización de la persona.  En la nota 5 de la pag. 322 se refiere a Camino, 227 donde el mundo material se vuelve incomprensible y molesto. La nota 2 de la pag. 326 menciona el nº 399 de Camino, y subraya el miedo a la libertad, el esfuerzo por dejarle el menos espacio de juego posible, un rasgo destacado del intento católico de corregir los planes de Dios. En la nota 5 de pag.  329 cita el nº 61 de Camino, donde se habla de los criterios para una motivación autentica de la obediencia en el caso de seglares emancipados; en el mundo antiguo rural o de pequeñas ciudades el teólogo formado era el competente para todas las situaciones de la vida, nadie podía afirmar poseer un mayor conocimiento objetivo y competencia.

 

Los comentarios de autores alemanes y las reflexiones de estas páginas nos invitan a buscar en la historia de la Iglesia algún caso parecido con quien poder relacionar el integrismo del opus. Creemos encontrarlo en el gnosticismo de comienzos de la era cristiana y en las sectas de los alumbrados. Alguna vez, un siglo de estos, la Iglesia haría bien en comparar la ideología del opus dei con las sectas gnósticas del siglo II y III y con las sectas de los alumbrados del siglo XVI. Nos podríamos llevar bastantes sorpresas. El gnosticismo creía haber llegado al conocimiento perfecto obtenido por iluminación a pesar de su destierro en un mundo material e inferior. Interpretan la Escritura con tanta imaginación como falta de rigor, creen disfrutar de un secreto revelado sólo a los iniciados despreciando al resto de los mortales. Son elitistas. Clasifican a los humanos en tres grupos: 1) ellos, los que se salvarán, y se llaman a sí mismos los espirituales o “puros”, los “verdaderos cristianos”; 2) los “psíquicos”, que se hallan en una escala inferior; son los cristianos de la gran Iglesia; 3) finalmente, los “materiales”, quienes quedan excluidos de toda salvación. La libertad humana no desempeña ninguna función en la salvación. Debido a su dualismo, se creen prisioneros de un cuerpo malo con lo que terminan negando la Humanidad de Cristo y caen en el docetismo.

 

No encuentro la cita exacta (pido disculpas), ni forma parte del lenguaje eclesial políticamente correcto, pero no puedo terminar este apartado sin recordar agradecido al sabio D. Julio Caro Baroja. Cuando, después de una vida dedicada a la investigación, le preguntaron por las creencias de los humanos, contestó:

 

“Crea Vd. en lo que quiera, pero crea poquito”.

 

Ávila

(Continuará, si Dios quiere)

 

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Publicado el Wednesday, 04 May 2005



 
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