Jose_Carlos :
Querida Deza (18-II):
Te tengo que confesar que yo también encuentro dificultades en mi trato con Dios después de mi salida. Antes parecía todo mucho más sencillo y directo, ¿verdad? Un camino claro, unas prácticas programadas, tiempos acotados, sobreabundancia de material, oratorio a mano, y el recuerdo constante de que hacíamos algo costoso solamente por amor a Él (no hay forma de acostumbrarse a la ducha de agua fría, sobre todo en Chicago o Boston). Era como estar en uno de esos cruceros en los que te dan todo hecho: horario, comidas, actividades, ruta y compañeros de viaje.
Desde que empuñamos nuestra libertad nos sentimos un poco como navegantes en un velero solitario, a merced del oleaje y sin estar muy seguros de adónde vamos o cómo vamos a terminar. Hemos de cazar el viento, controlar las velas, mantener la mano firme en el timón y guiarnos por las estrellas y el sol, porque hasta de la brújula desconfiamos.
Pero es que lo fundamental no cambia: seguimos en el mar, el sol y las estrellas no se han ido, nos volvemos a cruzar con otros navegantes y el punto de destino es el mismo. Pero ahora hemos de usar nuestras experiencias, nuestros conocimientos y nuestra propia iniciativa para llegar a puerto, si puede ser acompañados.
Te voy a contar un poco lo que me ayuda a mí: tú verás si algo de eso te viene bien.
Personalmente, precisamente ahora más que nunca – por deseo personal y no impuesto, ni por llenar una cuadrícula – me hace falta pasarme un rato en silencio todos los días, tratando de conectar con Dios Padre. Le busco en alguna capilla donde está expuesto el Santísimo, o en una ermita, o en la playa, o en el parque, en la soledad del campo o de un jardín al atardecer… A veces llego y a veces no; otras me quedo dormido en el sofá, mientras arde el fuego en la chimenea.
Cuando estoy despierto los pensamientos me vuelven con frecuencia a la Obra o a la web, pero lucho por enfocarlos a mi nueva vida. Me da la impresión que en eso del avance espiritual me encuentro un poco estancado. Me veo repitiéndome a mí mismo las razones por las que me fui, y aunque a veces me desasosiego pienso que Dios me comprende. Termino palpando cómo me sonríe, con las bendiciones con que ha prodigado mi nueva vida. Sé que me conoce hasta el tuétano y me quiere feliz.
Algo que gracias a Dios decidí no dejar nunca fue la misa diaria. Al haber aprendido que nada de lo que hacemos vale un duro si no está ofrecido a Dios, y que en la misa ocurre esa oblación de forma excelente, encuentro solaz en la cadencia reposada de las oraciones conocidas, las jaculatorias que memoricé a lo largo de los años, la llegada real de Jesucristo en la Consagración, el rato pasado a solas con Él… todo eso me ha servido para mantener cierta continuidad.
Leo poco (que no sea la web :)): cuando lo hago, busco autores espirituales ajenos a la Obra: además de Satur, a mí me gustan Santa Teresita, Eugene Boylan (“El amor supremo”), Robert Hugh Benson (“La amistad de Cristo”)… En cuanto a la Escritura, a veces el Evangelio trae a la memoria tantas interpretaciones que oímos en meditaciones y charlas que puede llegar a generar rechazo. En cambio, los Salmos del Antiguo Testamento han sido todo un descubrimiento.
Con mi mujer rezo sólo de vez en cuando, pero una cosa no falla: ella me enseñó a bendecir la mesa con una oración ad libitum compartida en voz alta, en la que nos alternamos pidiendo por todo lo que se nos ocurra cada día, y agradeciendo todo lo bueno que tenemos. Es refrescante hacerlo sin fórmulas preconcebidas. Además de eso, poca cosa: el Ángelus si coincidimos, la bendición de viaje cuando despega el avión, y alguna vez me acompaña a misa.
Cuando vamos de vacaciones sí que compartimos el rosario, como tú y tu marido. Me gustan sobre todo los nuevos misterios luminosos: quizá sea por la novedad, o porque me puedo imaginar la escena sin tener que seguir una plantilla manoseada.
Y así va el velero: con días de calma chicha, con otros días de tormenta, a veces achicando agua y a veces teniendo que remar. Utilizo lo mucho que aprendí de pasajero en aquel crucero para no darme contra los arrecifes, y encuentro la seguridad de saber que el firmamento que nos orienta noche y día no ha cambiado. Y la verdad es que es una gozada ir de piloto…
¿Y sabes qué? Me reconforta mucho ver a tantos veleros a mi alrededor, cuyos tripulantes se dedican a recoger a los náufragos que se encuentran por el océano.
Un beso y mucha suerte,
José Carlos
Publicado el Wednesday, 02 March 2005
|