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 Correos: Un par de cosas sobre Torreciudad y Aralar.- Bastián

070. Costumbres y Praxis
Bastián :

El último correo de Kaíser, este domingo, me ha traído a la memoria un par de cosas vinculadas con Torreciudad y Aralar y que, curiosamente, también entroncan con la primera parte de mi "crónica" de hace unos días sobre la labor de San Rafael en Vitoria en el año 1964. Y ya me extraña que no haya salido Hércules a reprocharme algún error.

 

Vayamos por partes. Dejamos lo de Vitoria con una convivencia que acabó mal para Álvaro S, el primogénito de la familia aristocrático-carlista que patrocinaba las labores. Pues sí, fuimos a un pueblecito para una convivencia de fin de semana. La casa era de una familia llena de hijos numerarios. Tengo noticia de que uno de ellos ahora es profesor en la Pontificia de la Santa Cruz. Con otro –Ignacio Ch.- coincidí en Aralar; era grandullón, y buena persona. Mayor que los críos que entonces comenzábamos los estudios universitarios en Pamplona. Una casa heladora y una iglesia del pueblo igual de heladora. Para entrar en calor o simplemente para divertirnos, un agricultor del lugar nos subió a un remolque enganchado a un tractor y empezó a conducir haciendo eses y cabriolas. Salimos todos por el aire. Y Álvaro tuvo la mala fortuna de darse un golpe tremendo en sus viriles partes. Se lo llevaron a un hospital y creo que tuvieron que operarle.

 

 En esa convivencia el que hacía cabeza era yo, así que por la noche se me acerca un numerario venezolano, Robert J., y me dice que no había rezado el rosario ni había hecho la lectura. Me quedé perplejo, porque a mí, cuando no cumplía todas las normas, lo que pasaba con frecuencia, ni se me ocurría contárselo al director. No recuerdo qué le dije, pero supongo que lo mandé a dormir.

 

En un par de viajes de fin de semana a Vitoria, coincidí con dos personajes bien interesantes que iban a la labor de San Gabriel, uno ya era sacerdote y había regresado de Venezuela. Don J.M  fumaba Viceroy y una mañana se empeñó en que yo desayunara en un bar nada menos que una tortilla de gambas. Se me debieron de salir los ojos de las órbitas. Yo fumaba celtas cortos o como mucho Bisonte, que es lo que le vi fumar a don Álvaro un día en el Ayuntamiento de Pamplona (no me pidió fuego pero se lo ofrecí), y pensé que aquel sacerdote era un laxo, que no vivía la pobreza. Supongo que con tal impresión, aumentada por el derroche, que no consumé, de la tortilla de gambas, lo primero que debí de hacer al volver a Aralar sería ir corriendo al director para delatar tales faltas de espíritu.

 

El otro personaje, que ha fallecido como sacerdote numerario recientemente en Pamplona después de vivir varios años en Australia, era J.A. M.,un empresario catalán simpatiquísimo. Una noche me invitó a cenar en un restaurante con él y el cura. Cuando nos dirigíamos a la puerta de salida después de haber pagado, se lanzó de cabeza a besar la mano de una señora joven que cenaba en compañía de dos caballeros. Estuvo unos minutos hablando con los tres mientras sus acompañantes, el cura y yo, aguardábamos en la calle. Resulta que no sabía quién era la señora, pero creía que era la secretaria del director de una empresa al que había visitado una vez hacía varios años. Era un numerario especial, por su simpatía y continua extraversión. Supongo que lo de mandarlo a Australia sería por alguna razón que no alcanzo.

 

Y aún iba por Vitoria a lo de San Gabriel otro personaje curiosísimo. Un numerario catalán, abogado. También muy cachondo y mayor. Su nombre era Mario, pero no recuerdo el apellido. Este es el enlace con Torreciudad, porque dirigió la operación de compra de los terrenos sobre los que luego se construiría el santuario y sus alrededores. Y no se recataba en contar, entre risas, cómo apretaba a los lugareños para que le vendieran sus tierras –todo monte- a buen precio. A uno que se resistía, y que tuvo la desgracia de que todos sus vecinos ya habían vendido, le vallaron el terreno; es decir, vallaron los que ya estaban  comprados, y como rodeaban completamente al suyo, no podía acceder a él. Y vendió, claro.

 

Unos años después – seguramente 1970 o 1971- caí por Torreciudad  (en obras) en un curso anual. Fui desde Barcelona como conferenciante de fin de semana. Es decir, que iba con varios numerarios más a dar unas charlas a los recién pitados que estaban de curso en El Grado. Y de esa charla mía tuve noticia hace diez o doce años en una forma que me rompió algunos esquemas que aún tenía de la organización, de la que ya me había ido long  time ago.

 

Acababa de publicar una entrevista con un médico traumatólogo en el periódico donde trabajo, dando cuenta de unas técnicas novedosas para manipular la columna vertebral. Y recibo una llamada telefónica de un caballero, al que no conocía, que dice ser sacerdote secretario de la delegación. “Sí, sí”, insistía ante mi mutismo al otro lado del teléfono, “soy A.G, que estuve en Torreciudad un verano cuando nos diste una charla sobre mortificación a los recién pitados”. Mi asombro ya era la releche. Ni me sonaba su nombre, ni acertaba a imaginar para qué me podía llamar. Pero fue breve y concreto. “Te llamo para decirte que igual que has entrevistado al doctor Tal, puedes hacerle otra entrevista al doctor Cual”. ¿Y por qué razón, méritos o cuestión noticiosa?, pregunté. “Pues porque es el único urólogo de la ciudad que no hace vasectomías”... Deduje que el urólogo sería supernumerario, claro. Contesté que ya vería... y hasta hoy. ¡Vaya cara dura!

 

Me gustaría aconsejar a las personas que escriben pidiendo ayuda, pero no me atrevo. Y,  Ana, maestra, apúntame en la lista de tus fans incondicionales.

 

Besos.

Bastián

 




Publicado el Monday, 28 February 2005



 
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