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 Tus escritos: No tengo mucho más que escribirte. (Cap. 9 y último de Querida Opus).- Satur

100. Aspectos sociológicos
Satur :

No tengo mucho más que escribirte

Cap.9 y último de 'QUERIDA OPUS'

SATUR, 25.02.2005

 

Querida opus:

 

No tengo mucho más que escribirte. Es cierto que compartimos muchos años y eso hace que nos conozcamos muy bien. Para lo bueno y para lo malo. Los dos tenemos nuestras cosas buenas y nuestras cosas malas, aunque tengo para mi que tú no es que seas mala, es que eres muy rara. Ser raro no es nada malo, ni  siquiera infrecuente. La Piedra dice de mi que a veces soy muy raro –y no le falta razón: por ejemplo, tengo la manía de estirarme todo yo  para desentumecer los huesos (“huesos” he escrito) y gritar a la vez “¡¡¡HALA, MAJA, BAJA LA FAJAAAAA!!!”. Es algo que viene de nacimiento y que, la verdad, nunca me preocupó porque contigo esas cosas las hacía a solas...



Bueno, son rarezas. De pequeño tenía otras rarezas más raras: hurgarme la nariz hasta profundidades insospechadas, asearme en una bañera que había sido usada anteriormente por cinco hermanos, con la misma agua, el mismo jabón y la misma roña –una poza hedionda a su lado era un cendal flotante de leve bruma-, y allí me pasaba horas buceando y jugando al submarino (¡¡¡auúa, aúaa, arriba periscopio!!!). Todo eso, gracias a Dios, ya pasó y ahora soy el primero en bañarme y los demás que arreen. Lo del dedo en la nariz, nada, superado. Un campeón.

 

Algo de esa  formación ruda y elemental  me quedó para siempre porque aguanto cosas que  a otros les hace potar hasta el wacawaca. Recuerdo que nos invitaron a otro y a muá a una tertulia en una convivencia de supernumerarios. Se celebraba al aire libre, de noche, y antes se hizo una costillada de esas de quitar el hipo. Llegamos tarde el baranda, un tipo así como muy estirado y que sabía mucho del AOP, y yo; gentilmente, uno nos ofreció una bandeja repleta de costillas, chorizos fritos, butifarras… en la oscuridad aquello parecía lo más de lo más. Nos pusimos literalmente hasta el culo de chupar y comer aquello. Ciertamente parecía que había poca carne y mucho hueso pero, en fin, el sabor era estupendo. Veinte minutos después comprobamos aterrorizados que nos habíamos cepillado las sobras que aquella  piadosa panda de cochinos  habían depositado en una inmensa bandeja. Y lo peor es que no supimos identificar al grandísimo hijo de la madre que le parió que nos ofreció la bandeja. Ya digo, era de noche. El descubrimiento fue letal para el del AOP. Y la potada llegó hasta el aparcamiento. No pudo estar en la tertulia, que di yo sin ningún problema, pues estaba acostumbrado  a eso y cosas peores gracias a un entrenamiento en la vida primitiva.  Años después, algún día que la administración ponía costillas, se lo recordaba y el tío, invariablemente, se levantaba con un “¡¡¡ calla, guarrrooo, no me lo recuerdes!!!”, y salía zingando del comedor.

 

Tú también eres un poco rara. Me recuerdas a un jambo que sale en la película “Atrapado en el tiempo”. En el flim  al protagonista se le repite el mismo día. El día de la Marmota. El pobre, al principio, vive esa experiencia de un modo aprovechado, divertido, pícaro –sabe lo que va a suceder, y eso le permite jugar con la gente y disfrutar de lo lindo. Poco a poco cae en la cuenta que ese modo de vivir no llena su vida. Lo tiene todo: mujeres, dinero y tiempo.

 

Nada le interesa y  nada tiene sentido. Se abandona, se desespera e intenta suicidarse. Sin embargo, tampoco  consigue su propósito porque haga lo que haga al día siguiente vuelve a despertar en la misma habitación, el mismo día de la Marmota, con la misma música del despertador.

 

Sólo descubrir el amor le redime de esa pesadilla, y de su egoísmo. Cuando descubre que puede ayudar a los demás desinteresadamente en sus problemas, en sus enfermedades, en su carácter.

 

En la película hay una escena que se repite con frecuencia: se le presenta todos los días, a la misma hora, en la misma esquina y con los mismos gestos, un tipo con gafas, sombrero y que afirma que es vendedor de seguros. Reconoce al protagonista como antiguo compañero de colegio. Le ve y grita.

 

-         ¡¡¡¿BILLL?!!!...¿Eres Bill ?

 

Bill pone cara de no saber quién le saluda tan efusivamente.

 

-         ¡BILLL! –insiste el brasas- , soy zutanito, estudiamos juntos…

 

Poco después le intenta colocar un seguro, y su estrategia es acercarse mucho al rostro de Bill mientras le dice:

 

-         ¿Necesitas un seguro, verdad, Bill?. ¿Tengo razón, o tengo razón?. ¿Tengo razón… razón, razón, razón…

 

Se le acerca hasta casi besarle y le repite “¿tengo razón, razón, razón…?.

 

La escena se repite varias veces durante la película y Bill no puede evitar encontrarse con ese tipo.

 

Pues así te veo. Alguien que su día se repite siempre, y siempre con los mismos argumentos. ¿Tengo razón, o tengo razón?... razón, razón, razón… Y a mi ese seguro de vida no me interesa para nada, ni esos argumentos, ni esas respuestas que ya conozco, ni esos modos.

 

Creo que tienes cosas buenas, y sobretodo gente que confía mucho en ti de un modo sincero, generoso y ejemplar. Gente que se toma muy en serio lo que dices, ciegamente existiendo. Algunos de ellos, con el tiempo, sufrirán sin merecerlo algunas de las consecuencias de tu formación –esas que tantos testimonios comparte estas páginas-, y las compadezco, A ti también te compadezco porque sé, me ha sucedido alguna vez, que cuando dices “lloré por ti”, lo dices de verdad. Llorar por alguien no significa mucho. También llora la amante despechada cuando su joven gigioló decide cambiar de carne y de perfume, o el hombre maduro cuando descubre que su chica le pone más cuernos que la sala de estar de Curro Romero.  Se puede llorar porque has perdido alguien que pensabas poseías para siempre, mientras que la otra persona llora de alegría por lo mismo. Se llora por histeria, buscando excusas tipo “es que abandonó a Jesucristo”, y el otro llora porque, por fin, va en busca de Jesucristo.

 

¿Quién necesita más el pan, el que lo vomita porque está astragado de él, o el que se muere de hambre?, ¿quién necesita más amor, la pobre chica que anda buscando su príncipe azul o el disoluto que todo lo que toca lo prostituye?... ¡qué sabemos!.

 

Ojalá lloraras algún día por tus errores y equivocaciones, que las tienes. Lloraras también, un poquito, por ti. Te iría muy bien. Probablemente, se te desencaje un poco el gesto, y pierdas pose y algo de  esa arrogancia aristocrática… ¡¡¡pero qué bien te iría, maja!!!

 

Satur

 

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Publicado el Friday, 25 February 2005



 
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