Mi amiga Aquilina (9-II), por quien guardo un gran respeto, reconocía recientemente que a veces leemos “algo que no nos gusta pero no sabemos enseguida encontrar la trampa y el engaño”.  Acto seguido le agradece a Satur (6-II) que “siempre sepa encontrar las palabras, los ejemplos y dar en el clavo,” para refutar eso que no termina de convencer, a pesar de su poder persuasivo.

Me pregunto: ¿No será que “eso que no nos gusta, pero no sabemos encontrar la trampa y el engaño” tiene su grano de verdad?  ¿No será que carece de “trampa y engaño”, aunque no nos guste y la mente se resista a aceptar la evidencia?

Me choca que lo que termina calmando al lector perplejo, cuando se ve amenazado por el poder persuasivo de lo que lee, sea precisamente el lanzar dudas sobre la fe, el amor, la formación, la madurez, el carácter, el ropaje cultural y la carga ideológica del que ha formulado esos argumentos.  Estrategia, por cierto, que muchos han denunciado cuando se les aplica en sentido opuesto.

Creo que condicionamientos culturales e ideológicos los tenemos todos.  Creo que la gran mayoría de los que escribimos en estas páginas lo hacemos con sinceridad y rectitud de intención.  Algunos-as son más listos que otros, más amenos, más directos, mejor preparados: pero todos-as tienen el derecho a ser escuchados con respeto y ponderación.

A mí no me parece que las descalificaciones personales – que siguen apareciendo en la web – tengan ningún peso argumentativo.

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En el artículo de José Luis Vigil se habla de los “500 teólogos silenciados” durante el actual pontificado.

Partimos del supuesto abrazado por la Iglesia – y yo estoy completamente de acuerdo – de que existe una Verdad, un Dios, una Fe.  Y esa Revelación divina culminó en Jesucristo, el cual erigió una estructura – llevada por hombres – para custodiar esa Verdad.  A ellos les prometió su luz y su compañía hasta el final del mundo.

Resulta que en el juicio de los que tienen la misión de custodiar esa Verdad, hay personas dentro de la Iglesia que ejerciendo como maestros de la fe católica, se desvían de la verdad.

Esas personas disidentes tienen todo el derecho (recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos) de decir lo que piensan: faltaría más.  Pero lo que la Iglesia objeta es que lo presenten como doctrina católica, porque no lo es.

Es como si un dirigente de un partido democristiano liberal abogara públicamente por la nacionalización de empresas, la estatalización de la enseñanza y la expropiación de la tierra.  No se le callaría, pero se le indicaría que se ha equivocado de partido.

La Iglesia no abole la libertad de expresión ni silencia a nadie: simplemente custodia el depósito de la Revelación y se defiende de la usurpación de su identidad.

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A Galileo (11-II): contundente tu artículo sobre la depresión.  Me imagino que llegará a donde tiene que llegar dentro de la Obra, pero me parece el típico escrito (serio, con datos, preocupante, que se implica en el bienestar de los miembros y sin estridencias) que merece ser enviado directamente al Consejo General.

A Nacho muchas felicidades retrasadas.  A Emevé un beso el día de San Valentín, tan cariñosa ella.  A todas mis ex-hermanas, y las auxiliares que han sido, son y serán, mi gratitud más sentida: me encanta poder charlar con vosotras.

Un abrazo,

José Carlos