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 Tus escritos: En el origen de la 'santa intransigencia' (Cap.2 de 'El integrismo...').- Avila

090. Espiritualidad y ascética
Avila :

 

En el origen de la “santa intransigencia”

Cap.2 de 'El integrismo del Opus Dei'

Enviado por Ávila el 11-2-2005

 

 

“La suma intransigencia católica

es la suma católica caridad”.

Félix Sardá y Salvany

En el libro de Félix Sarda y Salvany, cuya cita encabeza estas líneas, el capítulo XXI explica la “sana intransigencia”, expresión que se emplea todas las veces menos una, en que aparece la “santa intransigencia”. Frente a quienes acusaban a los integristas de falta de caridad cristiana, el autor comienza su argumentación explicando el sentido de la caridad...



 Si amar es querer bien a quien se ama, el bien supremo de todos es el sobrenatural, y después vienen todos los bienes de orden natural. De ahí deduce “que se puede amar y querer bien al prójimo disgustándole y contrariándole, y perjudicándole materialmente, y aún privándole de la vida en alguna ocasión”. Todo estriba en determinar si se hace en servicio propio, en el del prójimo, o en el de Dios. Así, por ejemplo, salir en defensa de un pasajero agredido por un ladrón y matar al agresor es un acto de verdadera caridad. Con mayor razón podemos, si es necesario, disgustar, herir o matar al prójimo si se hace en el amor y servicio a Dios. Por ejemplo, en la guerra justa los hombres se hieren o matan en servicio a la patria; por el servicio a Dios, también se puede llegar a hacer lo mismo. Del igual modo que se puede ejecutar a un hombre por la infracción del Código humano, se puede llegar a ajusticiar a alguien por la infracción del Código divino. Lo dicho justifica las actuaciones de la Inquisición: si son actos “necesarios” hay en ellos virtud y caridad cristiana.

En consecuencia: “La suma intransigencia católica es la suma católica caridad”.

Se puede y debe castigar al prójimo “por su propio bien”. Por librarlo del “contagio de un error” se le puede desenmascarar, llamarlo malo y malvado, hacerlo aborrecible y despreciable para los demás, execrarlo y, si es posible, reprimirlo y castigarlo. Si está en peligro la gloria y el servicio de Dios, el cristiano queda autorizado por la sana intransigencia a “saltar todas las vallas, lastimar todos los respetos, herir todos los intereses, exponer la propia vida y la de los que sea preciso para tan alto fin”.

Todo esto es pura intransigencia en el verdadero amor. “Y porque hay pocos intransigentes, hay en el día pocos caritativos de veras. La caridad liberal que hoy está de moda es en la forma de halago y la condescendencia y el cariño; pero es en el fondo el desprecio esencial de los verdaderos bienes del hombre y de los supremos intereses de la verdad y de Dios” (cito con la quinta edición, editada en Barcelona en 1887).

 

En otra de su obras, “El Apostolado seglar, o manual del propagandista católico en nuestros días”, (Barcelona 1885), Félix Sardá vuelve sobre el asunto en los capítulos XI y XII, el primero de ellos titulado “De una de las principales aplicaciones de ese espíritu de fe, que debe ser una sana y bien comprendida intransigencia”. En efecto, para él la intransigencia es la aplicación práctica y concreta de la fe y el odio a la herejía. No transigir es querer la verdad entera sin ceder ningún derecho al error, profesar la verdad sin mutilaciones. Un mártir es siempre un testarudo intransigente: Guzmán el Bueno, por ejemplo, dejó matar a su hijo antes que entregar la ciudad al moro. Ser intransigente es admitir de lleno toda la verdad sin renunciar a ninguna de sus partes, padecer por ella si fuera preciso y herir o mortificar con ella si es necesario. La caridad del verdadero santo es terrible, arde y devora, es una caridad que detesta el mal y quiere la curación del error. Nada de caridades melosas, nada de blanduras y suavidades de carácter, nada de querer dar gusto al prójimo como pretenden los liberales, nada de hacer simpático el trato social, nada de cubrir de miel y almíbar las obras divinas y humanas. Ellos desean que todo sea “blando, tierno, mantecoso, sentimental y arrullador (…) Después del pecado original, el estado natural del hombre sobre la tierra es el estado de guerra. Guerra ha de llevar el cristiano consigo mismo para ser bueno” (p.100).

El verdadero amor de padre, en la mayoría de las ocasiones es dureza y severidad y muchas veces aflige y hace derramar lágrimas a sus hijos; disgustar al prójimo y hacerle sufrir  son formas de amor aceptables. Puedo y debo desmentir las máximas de un enemigo liberal aunque él rabie por ello, descubrir su trampas aunque le avergüence, hacer públicas sus hipocresías aunque pierda su reputación, delatarlo, desautorizar sus escritos, ponerlo en ridículo con mis sátiras, hacerlo aborrecible, anularlo y hundirlo. Y debo hacerlo aunque el infeliz ponga el grito en el cielo o en el infierno, “aunque sufra, aunque se queje de mi falta de caridad, aunque queden menoscabos sus intereses, aunque por mi tenaz contradicción llegase a enfermar, aunque de puro irritado perdiese la vida. Sí, señor; y en todo esto que yo ocasionase, no por odio al hombre, sino en justa defensa de la verdad por él atacada, y de mis hermanos por él seducidos, no habría falta alguna contra la caridad, sino acto de excelentísima caridad” (p.102-103).

Por caridad puedo revelar flaquezas, sacar a la luz sus fechorías, manchar, derribar y lastimar su honra. En la guerra la única honra consiste en hacer todo el daño posible al enemigo para destruirle o al menos inutilizarle. Ha llegado la hora del palo y el vapuleo al enemigo: “al que contra vuestra santa fe se mantenga hostil y embravecido, guerra sin descanso, guerra sin cuartel” (p.108).

La gravedad de estas opiniones de Sardá y Salvany se acentúan considerablemente cuando comprobamos que su obra sobre el Liberalismo viene avalada con la firma explícita de ocho obispos españoles y ha sido previamente autorizada por la Sagrada Romana Congregación del Índice. Es mucho más que la opinión de un sacerdote, representa el sentir de una parte de la Iglesia en la segunda mitad del siglo XIX.

Situemos ahora brevemente el concepto de intransigencia en el contexto de ambos libros.

Estamos en guerra, una cruzada, nos dice Sardá y Salvany “al oído”. Tú eres un soldado del ejército que es la Iglesia, con su capitán Cristo a la cabeza. La Iglesia está siendo atacada por la Revolución y no puedes quedar indiferente, o estás en el bando de los Liberales o eres anti-liberal (por Liberal entiende todas las ideologías nacidas al calor de la Revolución francesa). No hay términos medios, en un bando tienes a Satanás, encarnado en la masonería, en el otro a Dios; en uno la mentira, en otro la Verdad; ellos proponen la subjetividad, nosotros la objetividad, ellos la anarquía, nosotros la autoridad. Ellos son afeminados, nosotros varoniles (los escritos de Sardá y Salvany rezuman testosterona). Los principios liberales que vas a combatir son los siguientes:

“La absoluta soberanía del individuo con entera independencia de Dios y de su autoridad; soberanía de la sociedad con absoluta independencia de lo que no nazca de ella misma; soberanía nacional, es decir, el derecho del pueblo para legislar y gobernar con absoluta independencia de todo criterio que no sea el de su propia voluntad, expresada por el sufragio primero y por la mayoría parlamentaria después; libertad de pensamiento sin limitación alguna en política, en moral o en Religión; libertad de imprenta, asimismo absoluta o insuficientemente limitada; libertad de asociación con iguales anchuras. Estos son los llamados principios liberales en su más crudo radicalismo” (El Liberalismo es pecado, cap. II, p.14).

Las consecuencias para la sociedad serán nefastas, piensa Sardá y Salvany: la corrupción de las costumbres decretada por la masonería han llenado nuestras calles de oscuridad y lascivia. El periodismo está en manos de los liberales y las ideas llegan a las gentes pervertidas en su esencia. Además, quieren suprimir la escuela católica cortando de raíz la educación religiosa en la infancia (El Liberalismo…, cap. XXXII, pp.128-133).

Por tanto, si no combates, soldado de Cristo, dice dirigiéndose a los jóvenes seglares, caerás en pecado mortal. Si te haces liberal o asumes alguno de sus principios, cometerás un pecado más grave que la blasfemia, el robo, el adulterio y el homicidio (El Liberalismo…, p.19). Ten siempre en cuenta que el Liberalismo se ha extendido como una plaga por la sociedad, incluida la Iglesia. Muchos sacerdotes y obispos están contaminados por el mal y también debes atacarlos.

Ahora bien, el integrismo no rechaza todos los resultados de la Revolución. Acoge con fervor las consecuencias económicas de la revolución burguesa. Serán los principales promotores del capitalismo y la acumulación de capital, aunque sea a costa de las masas obreras empobrecidas. Merece la pena escuchar años después a D. Maximiliano Arboleya Martínez,  también sacerdote:

“Los primeros [los integristas] sostenían que la Revolución era esencialmente satánica, y, por consiguiente, satánico todo cuanto trajera consigo, no quedando a la sociedad y a la Iglesia otra salvación posible más que volver las cosas al ser y estado en que se hallaban antes de que se iniciaran en las diversas naciones los diversos movimientos que dieron al traste con el antiguo régimen.

Esto en el orden político, pues en el social ocurrió precisamente lo contrario: que los tales tradicionalistas o integristas eran los más denodados defensores de las conquistas liberales, hijas de la Revolución, referentes al concepto de propiedad y a las relaciones entre patronos y obreros, de donde brotaron, como del manantial las aguas, el yugo cuasi servil y la inmerecida miseria a que se vieron sujetas las muchedumbres proletarias, y que León XIII denunció con palabras de fuego andando los años”. (M. Arboleya Martínez, Otra masonería. El Integrismo contra la Compañía de Jesús y contra el Papa, Madrid 1930, p.17).

Concluimos resumiendo las coordenadas del Integrismo católico: Una visión maniquea del mundo sin posibilidad de diálogo con la otra parte. Visión pesimista del hombre, inclinado al mal por naturaleza. Una enseñanza presidida y alimentada por la religión católica. La Verdad sólo se encuentra en el catolicismo. Conciencia de persecución ante la nueva situación histórica. Y, por último, defensa de la Iglesia y de su presencia en las escuelas (Laboa, El Integrismo…, pp.34-35).

 

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Publicado el Friday, 11 February 2005



 
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